El tiempo no parece pasar para Sebastián. Anclado en un pasado que se empecina en maniatarlo, el protagonista de Casi feliz no puede/no quiere/no sabe escapar de cierta nostalgia que lo invade. Tiene todo para ser feliz: conduce desde hace años el programa de radio que siempre soñó, carece de problemas económicos, tiene un grupo de amigos que lo banca y hasta sus padres son dueños de una vitalidad que él mismo envidia. Sin embargo, un estado de insatisfacción permanente lo asfixia. Como si tuviese el reloj del tiempo funcionando a la inversa, la vida sólo le trae pasado y nada de futuro. Una separación no resuelta, novias de la adolescencia que le reclaman, un hermano que se escapó bien lejos y sin causa: su vida es la sumatoria de cuentas pendientes. Sin perder nunca la comedia, pero sin limitarse a ella para escarbar en asuntos más espinoso para los que atraviesan los cuarenta, Casi feliz (Netflix) es una serie en la que la risa y el llanto se entretejen con eficaz costura. Y se la disfruta en el camino.
Primera comedia de media hora argentina producida para la plataforma de streaming, Casi feliz bien puede ser el más logrado producto nacional de ficción hecho directo para Netflix, luego de Edha y Puerta 7. Escrita y protagonizada por Sebastián Wainraich, la serie desarrolla una historia que se encuentra en un equilibro entre la sitcom estadounidense y el costumbrismo argentino, un híbrido que sin embargo tiene una marcada identidad. Es decir: mantiene la estructura de corta duración del formato de importación pero sin caer en la artificialidad que impone la sucesión de gags. Una decisión narrativa ideal para contar una historia que fluctúa entre la comedia existencialista y el drama emotivo de quien no puede disfrutar del todo su vida, del que busca recuperar un amor que se le escurre irremediablemente.
Casi feliz cuenta la historia de Sebastián (Wainraich), un conductor de radio de expresividad avara y neurosis múltiples. Si bien poco cuenta la serie de su vida pasada, desde el primer episodio queda expuesto que el protagonista no sólo no pudo aceptar la separación de Pilar (Natalie Pérez), sino que todo lo que hace, dice y le pasa parece estar cruzada por esa pérdida que él aún fantasea -explícita ante sus amigos y tácitamente frente a ella- con revertir. Un vínculo extraño, que se vuelve cotidiano ante la educación y el cuidado de sus dos hijos, con los que le cuesta congeniar. Basta ver la manera en la que cada uno siguió con su vida tras la separación para identificar personalidades: mientras Sebastián no sabe cómo manejar esa relación, Pilar la vive con una naturalidad y un desparpajo asombrosos, por momentos indiferente ante el dolor del otro. En un punto, en Sebastián y Pilar se materializan los dos rostros de una misma separación. Y es el protagonista el que carga con la mayor angustia.
Esa historia de amor, inconclusa para Sebastián, lo vuelve un ser inseguro, con una autoestima golpeada que solo se recompone cuando se prende la luz de “aire” del estudio y comienza “La vida en la mitad”, su programa de radio. Claro que en el mientras tanto se tropieza a cada instante con ese pasado que se encapricha en volver: desde una ex novia (gran actuación de Julieta Díaz) de la adolescencia que él negaba públicamente porque le daba vergüenza que fuera gorda, hasta una ex compañera (ajustada interpretación de Pilar Gamboa) que le pide que haga una presentación “de onda” en el cumple de 70 del papá que estuvo muerto 23 segundos. Incapacitado de hacer lo que realmente quiere, perseguido por su propia neurosis y objeto de bullying por su inefable productor “sombrilla” (Santiago Korovsky), Sebastián no parece poder tomar decisión alguna. Para colmo de males, su psicoanalista (Gustavo Garzón) -con el que iba a comenzar a ir dos veces por semana- se le muere en una operación programada. Cartón lleno.
Si -como dice el tango- para el protagonista “toda la vida es el ayer” no resuelto, la textura vintage, ochentosa, en la que transcurre la trama de Casi feliz le aporta una atmósfera que suma identidad visual a su trauma existencial. La dirección de Hernán Guerschuny (que ya había hecho dupla con Wainraich en Una noche de amor), con tomas dinámicas que escapan al plano-contra plano para jugar con diferentes recursos (desde la iluminación a los cambios de velocidad), hacen llevadero un relato que construye un estilo propio sin forzarlo. Las participaciones especiales de distintas actrices y actores van en ese camino, con personajes bien delineados y que en la trama sirven para motorizar el relato y ayudan a entender un poco más la mente del protagonista. Hay en sus intervenciones oxigenación y sorpresa, más que simples cameos. Una ficción que gana con los invitados y cuando profundiza sin solemnidad, a la vez que pierde cuando superficializa en tópicos adolescentes (como el tamaño del pene y la falta de sexo del protagonista).
Comedia dramática con identidad propia, que renueva la producción nacional en el género, Casi feliz sabe explotar y jugar con la dualidad que la invade en todas sus formas: la verdad y la ficción; la sitcom y el costumbrismo; la fama y la intimidad; el ego y el alma; la expresividad y la economía sentimental; la risa y la emoción. Una ambigüedad estructural que convierte a la serie en un subi baja emocional propio del anti héroe que retrata.