Lluvia de jaulas 8 puntos
Argentina, 2019
Dirección, guion, cámara y edición: César González.
Duración: 82 minutos.
Intérpretes: Alan Garvey, Sabrina Moreno, Brenda Giangiacomo, Nicole Martínez, Elías y Adriel Zacovich, Esteban Abdeneve y Aarón Robles.
Estreno: Disponible en VOD en https://vimeo.com/ondemand/lluviadejaulas
En uno de los satíricos relatos de su libro Una historia del peronismo, el escritor y humorista Pedro Saborido imagina a una señora paqueta, Clarisa M. de Sacanti, autora de un libro sobre las avenidas de Buenos Aires, que ella presenta en la Feria del Libro en una charla con Marcos Aguinis. Ahí la mujer desarrolla una teoría fabulosa: que en realidad la Avenida Pueyrredón une el barrio de Recoleta con el Conurbano. Es que para la señora de Sacanti, tanto Once como Retiro y Constitución no son otra cosa que enclaves del Conurbano en plena Capital, puntas de lanza de una invasión bárbara que se empecina en contaminar a la sociedad civilizada. Algo de esa idea también habita en la película Lluvia de jaulas, del poeta y cineasta César González
. Solo que al revés del postulado marxista, en este caso la historia primero fue farsa en la ficción de Saborido y ahora es trágicamente real en este documental extraordinario de González.
Organizada a partir de la figura de Alan, un adolescente al que la cámara del director sigue en sus recorridos a través de los pasillos angostos de su barrio, por el espacio más abierto de las canchitas de fútbol siempre embarradas o entre los cadáveres de los autos robados cuyos restos aparecen con insistencia, Lluvia de jaulas representa un tour de force de alto impacto ante el cual es imposible mantener la distancia. Urdido con imágenes de un realismo abrumador, el trabajo de González muestra casi sin filtros retazos de la vida al margen. Una sensación que se acentúa en el carácter casi fantasmal que sus protagonistas tienen cuando se atreven a ir más allá de las murallas que separan al barrio de esa otra vida que se les niega. En esa estructura, Alan ocupa casi el mismo lugar que el personaje de Dante en la Divina comedia: por un lado es quien guía al espectador, llevándolo de la mano por el duro recorrido que propone la película, pero también es el alter ego de Gónzalez, quien le cede al personaje su propia voz en off.
Un paseo por el centro de la ciudad equivale para los chicos como Alan, habitantes de esos barrios populares bautizados en algún momento con el nombre de villas miseria, a un recorrido por un parque de diversiones cuya atracción son las tentaciones del consumo. Un recorrido en verdad psicótico, porque los deseos con los que la sociedad los cautiva por interpósita publicidad son los mismos que después les niega, imponiéndoles una economía diseñada para mantenerlos siempre lejos de su alcance. De ahí hasta la afirmación en off de que “el delito forma parte de la división internacional del trabajo”, en la cual “el delincuente produce delitos” pero también “produce a la policía”, hay apenas unos pasos.
Lluvia de jaulas es sin dudas una película de frontera, filmada en ese límite al que con gracia cruel se refiere Saborido, pero que con lucidez González aborda no como extranjero, no como un observador ajeno, sino en primera persona, como miembro de esas comunidades a las que la miseria deja al otro lado del alambrado de la inclusión. Nacido y criado en el barrio Carlos Gardel, González conoce de primera mano al objeto y a los sujetos que retrata, porque es uno de ellos. En ese sentido su figura es única en el cine argentino: un Pasolini que juega de local, capaz de ofrecer un retrato de clase tomado desde el centro de la pobreza. Un autorretrato, en realidad, que él ha sabido pintar valiéndose del espejo colectivo de la vida villera.
En ese sentido, el film demanda ser visto con absoluta conciencia de clase y honestidad intelectual, sin eludir la responsabilidad de asumir de qué lado de esa frontera para nada invisible que separa al sujeto integrado del excluido se está parado. No hay medias tintas frente a Lluvia de jaulas: o se es espectador o se es protagonista. El propio González lo deja claro: valiéndose de conceptos clásicos de la teoría marxista, a los que recurre con insistencia en toda la película, el director coloca a la pobreza como una manufactura más del sistema capitalista. Y ante eso no hay términos medios.