Las agujas del reloj corren para todos pero no parecen efectivas con ella. El tiempo no se detiene con nadie, sin distinción, aunque Gabriela Sabatini suele irradiar la sensación de ser inmune. Y eso no cambia: la mejor tenista argentina de todos los tiempos, quien celebrará este sábado su cumpleaños número 50, es la misma de siempre. La que empezó a jugar en el frontón del club River, la que tocó el cielo con las manos en el US Open o la que lleva 24 temporadas alejada de la vorágine del circuito.
Pasó el tiempo pero la esencia de Gaby sigue intacta. Y, por ello, resulta imposible encontrar a alguien que no la quiera. Porque no importa qué momento de su vida tomemos para describirla, de los inicios a los instantes más recientes jamás modificó su naturaleza. Aquella talentosa junior que obnubiló al mundo con 14 años en Roland Garros tiene las mismas cualidades inherentes que la mujer que hoy celebra cinco décadas y que, al mirar por el espejo retrovisor, seguro no tendrá nada de qué arrepentirse.
"Fue difícil enfrentar el anuncio del retiro: yo quería decirle al público que no era por la edad, sino que era mi tiempo, y que me hacía feliz tomar esa decisión", describió alguna vez Sabatini, tan tímida desde sus comienzos que llegó a sufrir la notoriedad del circuito durante gran parte de su carrera. No le gustaba hablar y la explosión que tuvo desde muy chica la colocó en un lugar de suma exposición. Toda aquella presión quizá explique, en parte, por qué decidió retirarse con apenas 26 años. Tiempo después incluso sostuvo que dejó el tenis para no llegar a odiarlo y hasta admitió haber perdido en instancias finales porque sabía que, en caso de ganar el torneo, debía hablar ante el micrófono.
Pero aquella burbuja no impidió que soltara toda su magia en la cancha. Convivió y midió fuerzas, de igual a igual, con leyendas del calibre de Steffi Graf, Martina Navratilova, Chris Evert o Monica Seles. Y cosechó logros históricos desde sus primeros pasos. En 1985, y con sólo 15 años, alcanzó las semifinales de Roland Garros y logró en Tokio el primero de sus 27 títulos; se adueñó del torneo de Roma, donde ganó cuatro veces entre 1988 y 1992; fue número tres del mundo en 1989; y se quedó con la medalla de plata en singles de los Juegos Olímpicos de Seúl 1988.
Lo mejor de todo, sin embargo, lo vivió en Nueva York, con cuya energía conectó desde el primer momento. Allí, en La Gran Manzana, ganó el Masters de fin de año en 1988 y 1994, ambas ocasiones en el Madison Square Garden, y conquistó su trofeo más relevante en el Abierto de Estados Unidos de 1990. "Desde el primer día pensé que iba a levantar la copa. El último punto de la final con Graf fue dudoso: ella decía que la pelota había sido mala pero el juez de silla la dio buena y fue la gloria, el momento más lindo que viví", recordaba Sabatini, tiempo atrás, respecto de aquella actuación en Flushing Meadows.
Contra Graf protagonizó nada menos que 40 partidos, con un saldo de once victorias. Además de las finales del US Open 1988 y 1990, que cayeron una por lado, quizá el choque definitorio más recordado sea el de Wimbledon 1991, cuando estuvo a dos puntos de ganar el torneo más prestigioso del planeta y alcanzar la cima del ranking WTA. "Quedé a un partido de ser número uno; eso me comía la cabeza, me bloqueaba en la cancha. Había un tema psicológico que ojalá hubiera podido trabajar", supo analizar Gaby, quien dominaba a la alemana 5-4 y 30-30 con su saque en el tercer set pero perdió 6-4, 3-6 y 8-6.
Aquellos cruces de Sabatini con Graf quedaron grabados en la memoria colectiva, claro, pero hay que remontarse mucho más atrás en el tiempo para conocer una historia inédita. "Gaby tiene una personalidad particular, todos sabemos que es muy tímida, aunque el deporte la ayudó a relacionarse mejor con la gente", destacó Daniel Fidalgo, el formador de la mejor tenista argentina de todos los tiempos, en diálogo con Página I 12.
El hombre que descubrió a Sabatini cuando era muy chica, y la acompañó durante siete años desde sus inicios en River, eligió la celebración de sus 50 años para recordar un momento único y singular. En septiembre de 1982, cuando Gaby tenía apenas 12 años, ambos encararon juntos su primer viaje a Europa: "Hay una anécdota muy especial que nunca conté de cuando fuimos a Montecarlo para jugar un torneo organizado por Disney. Había dos categorías, sub 12 y sub 14, y viajaban los mejores de cada continente. El torneo era en el Montecarlo Country Club, una belleza, donde hoy se juega el Masters 1000, y estuvo a punto de suspenderse por la muerte de la princesa Grace Kelly”.
En aquel certamen en el Principado había una norma que llamaba la atención y Palito lo recordó con lujo de detalles: “Apenas llegamos el gerente de Disney organizó una reunión de capitanes; yo había viajado con Gaby y estaba de capitán del equipo de Sudamérica porque no había ido nadie. En esa reunión nos contaron una regla especial: cada chico tenía que dirigir un partido como juez de silla. Apenas supe pensé: ‘¿Cómo le cuento a Gaby?’. Cuando le dije no quería saber nada, pero había que hacerlo. Si jugabas en 12 dirigías un partido de 14 y viceversa, para no arbitrar partidos de posibles rivales".
Aquel viernes 24 de septiembre de 1982, en la cancha 1, Sabatini "debutó" como jueza de silla. Lo más increíble, no obstante, es la jugadora a la que debió dirigir. "Resulta que le tocó un partido de dobles de damas. De un lado estaba la pareja sudamericana, con Patricia Tarabini y la peruana Chumbez; del otro, las europeas con Andrea Holikova y una tal… ¡Steffi Graf! Imaginate, Gaby era tímida y casi no hablaba, en un momento se armaron discusiones y Pato le decía ‘¡Gaby, por favor cantá los puntos!'. Seguro cuando lea la nota se va a acordar. Fue uno de los tantos momentos lindos que pasé en mis años con Gaby. Ahí era chica, venía de atrás y disfrutaba; cuando se hizo profesional aparecieron otras presiones que aprendió a manejar".
EL COSTADO MÁS HUMANO
Monica Seles tenía 19 años, era la número uno del mundo y ya había ganado ocho títulos de Grand Slam. La niña prodigia no tenía techo y aspiraba a pelear por la historia. Pero el 30 de abril de 1993, cuando jugaba los cuartos de final del torneo de Hamburgo, sufrió una puñalada por un fanático de Steffi Graf, su principal perseguidora en el ranking: el alemán Günther Parch se le acercó por la espalda y le clavó un cuchillo de 25 centímetros de largo.
Pocos días después, mientras Seles se recuperaba del atentado, las mejores jugadoras votaron en Roma para decidir si la WTA debía congelar o no el ranking de la yugoslava nacionalizada estadounidense. Participaron 17 de las 25 primeras. El resultado fue negativo y “casi unánime”, como describe la propia Seles en su biografía From Fear to Victory (Del miedo a la victoria).
¿La excepción? Nada menos que Gabriela Sabatini, la única que se abstuvo y creyó que Seles debía mantener su posición hasta tanto pudiera volver a jugar. "Gaby fue la única que me respaldó. Pensó como persona en lugar de privilegiar el ranking o el negocio. Por eso le tengo mucho respeto y aprecio", describió quien ganaría su noveno y último Slam en Australia 1996. Este tipo de gestos explica por qué Sabatini recibe tanto cariño.