Dos. A lo largo de toda mi vida sólo conocí a dos de ese linaje: Ideler Tonelli y Luiz Inácio Lula da Silva. Ideler Tonelli fue frondizista y diputado nacional, camarista en lo Contencioso Administrativo, ministro de Trabajo de Alfonsín y tripero de alma; murió a los 91 años. Luiz Inácio Lula da Silva es Lula.
La cuestión es que jamás les escuché pronunciar el pronombre personal “yo”, o “eu”. Nunca, hablando conmigo. Resuenan el latín clásico “ego”, y el “ego” sicoanalítico, que cambia con el tiempo, de acuerdo con el mundo externo, y que según Lacan venía a ser una alienación para el propio ser humano.
La cosa fue así: uno se acercaba a cualquiera de ellos, e inmediatamente caía sobre ambos una especie de cámara sanitizante que desactivaba cualquier cosa externa al diálogo. Era una válvula de vacío dentro de la que dos seres humanos, alguno de ambos y yo, liberaban electrones incontaminados e íntimos.
Dentro del recinto, tanto Tonelli como Lula no tardaban en usar las manos. Ideler tenía dedos largos, de pianista o de lutier, y Lula manos de trabajador metalúrgico; a su izquierda le faltaba el meñique, amputado luego de que un torno mecánico se lo machucara. Sin embargo, de sus manos tan diferentes surgían efectos parecidos.
Se apoyaban sobre el hombro del interlocutor, se movían lentamente y esa cadencia permitía un inerte acostumbramiento a su magnetismo. Acariciaban el aire, enfatizaban sus propias palabras en sordina, creaban el prodigio de una pasión que ardía con un régimen mínimo de revoluciones por minuto. Dos corazones latiendo con sístoles y diástoles sigilosas y espesas.
La válvula de vacío daba a las palabras el peso de una hiperrealidad vecina a lo no modal, a la transparencia, al extremo de la responsabilidad, a la médula del compromiso; el brillo nacarado y transparente del organdí.
Pienso en ellos dos, después de una dosis masiva de redes sociales. Podría habérmela ahorrado, pero cuando uno es curioso y se pregunta: “Los demás, ¿en qué andan?”, está condenado a buscar una respuesta.
La primera constatación fue que, tres meses después de la pandemia, en pleno predominio de la especie “homo covidiens”, las cosas se parecen mucho más que antes a lo que son. El transformador de luces estroboscópicas que distorsionaba la imagen se apagó: el generoso parece generoso y el cretino, cretino.
También el frívolo parece frívolo, porque lo es: que Bud Bunny, Lenny Tavárez y Kidd Keo sean trending topics o tendencias, no anuncia la inminencia de la Ilustración.
La tercera es la omnipresencia del pronombre personal “yo” y de las referencias subjetivas: “entrando en la ducha”, “mi bonsái x Petra Potra” o “terapia amorosa”, seguidos por estalactitas de depósitos minerales y #love, #life y #selfie.
Recuerda Sandra Russo que nunca hubo en la historia de la humanidad tanta gente hablando de sí misma, tantas primeras personas, intercambiando mensajes con otras primeras personas. Vibrante Sandra valiente.
Ideler Tonelli y Lula, cualquiera de los dos, sentían un pudor orgánico a referirse a sí mismos. Disfrutaban de que su interlocutor se inundara en un intercambio sin urgencia, sin ondas superpuestas de menor, mayor o igual amplitud, sin pasatiempos. Y quien hablaba con ellos, supongo, rezumaba gratitud, que era toda la retribución que esperaban.
El gran triunfo del “pensamiento único” y todos sus dispositivos económicos y sociales, fue el individualismo extremo, la primera persona del singular elevada del barroco al rococó. Y es, al mismo tiempo, su derrota. Santa Teresa de Jesús lo había dicho en el siglo XVI: “se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las que Dios no escucha”. Además de apropiado sería exacto, si a las élites les interesara la religión.
Tal vez hayamos llegado hasta este lugar para darnos cuenta de algo: de que el éxito no es acopiar sino vivir el día; de que el mundo (a riesgo de desaparición) tiene fatiga de material y no soporta las fuerzas que lo trajeron hasta donde está; que no serán las cabezas que urdieron el presente las que imaginarán un futuro, sino las de los que han soportado las consecuencias; que “la belleza, el valor, lo indescriptible, lo fascinante, lo sano, lo inocente, lo bueno” están en otro lado. Como canta Wos: “y no, no hace falta gente que labure más, / hace falta que con menos se pueda vivir en paz”.
Con la cabeza metida dentro de la oscuridad los veo a Ideler Tonelli y a Lula ¿Qué hay en el espacio doliente entre fiebre y migraña?, se preguntan ¿Por qué no hubo respuestas cuando las angustias eran pertinentes? ¿No vieron que el paisaje en llamas corría y rebotaba, pero para atrás? Nunca la primera persona del singular, nunca ellos; siempre los demás. Allí, donde está la patria.
Miro hacia el pasado, leo el hígado del animal sacrificado para tener presagios, y entiendo poco. Si veo algo que los otros no alcanzan a ver, es porque busco justamente en ese lugar, donde están ellos dos.