El militarismo brasileño que profesa Jair Bolsonaro no es solo una cuestión de uniformes. Se lo inoculó a la sociedad civil y en especial a sus seguidores más radicalizados. La extrema derecha tomó el espacio público en el corazón político de Brasil, su Distrito Federal, sede del Planalto e Itamaraty. No impresiona por su número, ni por las rudimentarias ideas que levanta, pero si por lo que proyecta. A esta altura no debería ser subestimada. Un grupo dentro de ese mosaico de voluntades dispersas, remedo de un hitlerismo tropical que fue ganando la calle, se hace llamar los 300 de Brasilia. Como en la película épica, ellos y ellas están preparados para pelear su propia batalla de las Termópilas. Sus integrantes acampan en las inmediaciones de la Plaza de los Tres Poderes, vecina al Superior Tribunal Federal que eligieron como blanco en estos días. Tienen una vocera muy joven, Sara Giromin, que se hace llamar Sara Winter en honor a una militante de la Unión británica de fascistas que murió en 1944. La rubia de pelo lacio gusta posar con dos pistolas en alto, su mirada desafiante y escupe como si nada que entre las carpas que montaron “hay armas para la protección de los miembros del campamento”.
La excandidata a diputada por el partido DEM (Demócratas) de Río de Janeiro, una fuerza de derecha en la que milita Rodrigo Maia, el presidente de la Cámara de Diputados, confesó lo que en Brasil ya está naturalizado: el uso de armas de manera indiscriminada. Las milicias paramilitares que asesinaron a Marielle Franco el 14 de marzo de 2018 son una de las expresiones más violentas de esta sociedad que en 2019 sufrió 50 mil muertes por el uso de armas de fuego. Los sicarios que acabaron con la vida de la militante feminista y del PSOL tenían lazos con Carlos Bolsonaro, uno de los hijos del presidente. Aunque a los 300 todavía no se les imputó ningún crimen, para los fiscales Flávio Augusto Milhomem y Nísio Tostes Filho del Distrito Federal son una “milicia armada”.
Giromin sostuvo en una entrevista que le hizo BBC News Brasil que en su grupo “hay miembros que son CAC (la sigla significa Coleccionador, tirador y cazador) y otros que tienen armas debidamente registradas en los organismos competentes”. El perfil de la joven que vio frustrada su entrada al Congreso porque no le alcanzaron los 17.246 votos que sacó es el de un cuadro de la extrema derecha clásica. Propone en sus redes que los miembros del Superior Tribunal Federal (STF) – la corte brasileña – “sean eliminados por la ley o las manos del pueblo” y de la izquierda sugiere directamente su “exterminio”.
Su pensamiento sobre la dictadura brasileña (1964-1985) va en la misma línea: “Fue un régimen militar para impedir que el comunismo avanzase en Brasil y sí, estoy de acuerdo con él. También murieron muchos militares e inocentes en las manos de los comunistas. Hubo muchos atentados. Además, fue una dictadura muy blanda. Si murieron 200 personas en casi 25 años fue mucho”, dijo durante la campaña que llevó a Bolsonaro a la presidencia.
Giromin trabajó por espacio de seis meses junto a Damares Regina Alves, la pastora evangélica que ocupa el Ministerio de la Mujer, Familia y Derechos Humanos. Se desempeñó como coordinadora general de Atención Integral para Mujeres Embarazadas y Maternidad. Igual que la funcionaria de Bolsonaro es refractaria a las ideas feministas y contraria al aborto aunque hasta hace unos años pensaba completamente al revés. Se practicó uno y marchaba por el empoderamiento de las mujeres. Después, en su transición hacia la ultraderecha, le pidió disculpas a la iglesia y hasta viajó por la Argentina dando charlas como si fuera una integrante de la agrupación Familia, Tradición y Propiedad.
Hoy acampa de vez en cuando en Brasilia donde recibe a menudo las visitas de congresistas conservadoras o de la ultraderecha que apoyan a los 300. Hay dos diputadas federales del PLS (Partido Liberal Social), Beatriz “Bia” Kicis y Caroline De Toni que suelen aparecer en el campamento armado.
La primera hace macarthismo patrullero en las redes sociales. Su cuenta de Twitter parece congelada en la época de la Guerra Fría. Del gobernador del PT en Bahía, Rui Costa, sostiene que “instauró un régimen policíaco, la imagen perfecta del sueño petista y Bahía viró a una nueva Cuba”. ¿Por qué lo dice? Porque en ese estado del nordeste rige la cuarentena que Bolsonaro rechaza aunque ella representa en el Congreso a Brasilia. De Toni es diputada por Santa Catarina, abogada y discípula de Olavo de Carvalho, el gurú oscurantista que asesora al propio Bolsonaro desde Estados Unidos. Se define como conservadora en lo político-social y liberal en la economía, pero sobre todo se siente orgullosa de haber presentado el primer pedido de destitución contra Dilma Rousseff. “Nuestra bandera jamás será roja” dice su página web como si todavía estuviera intacto el muro de Berlín.
Los 300 siguen de acampe en la plaza principal de la capital porque tuvieron éxito en la Justicia. Consiguieron evitar el desalojo que había pedido el fiscal federal del distrito. También le había solicitado intervenir al ministerio público el senador petista Rogério Carvalho. Un Tribunal de Brasilia denegó hasta ahora la posibilidad de hacerlos retirar del lugar. El grupo que lidera Giromin llegó hasta la capital de manera organizada como lo reflejan varios mensajes de whatsapp que se enviaron sus integrantes: “Preparados para el entrenamiento. Estamos esperando a ustedes en Brasilia”, “Más guerreros llegando” se alentaban entre ellos.
“Muchos diputados de la base aliada nos han brindado apoyo, sin donación de dinero y alimentos ni asistencia legal, porque tampoco lo aceptamos. Pero siempre nos visitan, nos dan fortaleza moral” dijo la vocera de los 300 en alusión a legisladoras como Kicis y De Toni.
En un extenso artículo sobre la crítica situación brasileña, el profesor del posgrado en Antropología del Museo Nacional de Rio de Janeiro, el salteño Federico Neiburg, escribió: “presenciamos días atrás en Brasilia cuando enfermeras que participaban en un homenaje a sus 55 colegas hasta ahora fallecidas por causa de la covid-19 fueron agredidas por una banda de desaforados envueltos en la bandera nacional, que las acusaron de mentir y de vivir de los favores del Estado…” Si no fueron los 300 quizá haya sido alguno de los “más de 40 movimientos de derecha diferentes” que según la joven Giromin se desparraman por el Distrito Federal. Son los que tomaron la capital, vitorearon a Bolsonaro y pidieron por el cierre del Congreso y el regreso de los militares al poder como en 1964. Lo curioso es que no les hace falta. Gobiernan hoy junto al presidente y con el apoyo incondicional de grupúsculos armados como los 300 de Brasilia.