Cuesta pensar en un actor francés más emblemático del mejor cine europeo de los últimos 70 años. Michel Piccoli –fallecido de un derrame cerebal el pasado 12 de mayo y de cuya muerte su familia recién dio noticias este lunes— trabajó desde sus comienzos a las órdenes de los más talentosos cineastas de su país y de su continente. Desde Jean Renoir, hasta Jean-Luc Godard, pasando por Luis Buñuel, Marco Ferreri, Jacques Rivette, Claude Sautet, Alfred Hitchcock, Manoel de Oliveira y Nanni Moretti, entre muchísimos otros, fueron varias generaciones de realizadores de primer nivel quienes lo convocaron para algunas de sus películas más significativas, esas que desde hace décadas forman parte de la historia del cine, como Belle de jour, El desprecio o La gran comilona, por citar apenas tres de sus más de 200 películas realizadas entre 1945 y 2015.
“Michel representaba el arte del actor: clase, elegancia y modestia, ternura y extravagancia; tenía la frescura de quienes han conservado el alma de un niño”, lo despidió su amigo Gilles Jacob, durante años director artístico y presidente del Festival de Cannes. “También representó a la cocasserie (la bufonería). Ese deseo de sorprender y dejar germinar ese toque de locura que lo hacía muy, pero muy grande”.
Sin un equivalente contemporáneo, Piccoli construyó una carrera felina, saltando sobre todos los tejados del teatro y del cine, luchando siempre por no retroceder, por no quedarse en el mismo lugar, por reinventarse constantemente. “Solo tengo un deseo: nunca quedar atrapado en mi profesión de actor. Siempre hay que encontrar innovaciones, saber que hay que cambiarlo todo, poner las cosas en peligro cuando se vuelven admirables”, le dijo al matutino francés Libération en 2013.
Hijo de Henri Piccoli, un violinista de origen italiano, y Marcelle Expert-Bezançon, una pianista francesa, Michel --nacido en París el 27 de diciembre de 1925—vivió durante toda su infancia y adolescencia en un ambiente artístico. La familia burguesa vivía en el 13º arrondissement de París, no lejos de la Bastilla. Su vocación nace a los 18 años, cuando le anuncia a sus padres su deseo de estudiar teatro. Pero la Segunda Guerra Mundial postergó sus sueños artísticos. Durante ese período caótico, viajó trescientos kilómetros en bicicleta para llegar a Corrèze, donde su familia tenía amigos. Allí se encontró con refugiados judíos, escuchó los discursos de Hitler en la radio y aumentó su sentimiento de indignación. Jamás lo abandonaría, durante toda una vida de compromiso político, donde nunca dejó de oponerse a los extremos, en particular a los del Frente Nacional, que encarna a la derecha fascista de Francia.
Cuando la guerra termina, la familia Piccoli regresa a París y Michel debuta como actor en el cine, en Sortilèges (1945), una película de Christian-Jaque donde interpretaba a un aldeano sin nombre. Tomó algunas clases de actuación y encontró un primer papel en Le Point du jour (1949), de Louis Daquin, cineasta comunista que fue el primero en advertir su talento y en darle su primera oportunidad de lucimiento en un personaje secundario.
Pero es especialmente en el teatro donde Piccoli se luce durante este período, primero en la célebre compañía de Madeleine Renaud y Jean-Louis Barrault y luego, durante tres años, en el Teatro Babylon (donde se estrenaban las piezas vanguardistas de Samuel Beckett y Eugène Ionesco), administrado por una cooperativa de trabajadores. Entre sus integrantes, estaba la actriz Eléonore Hirt, con quien Piccoli estuvo casado de 1954 a 1966, y con quien tuvo su primera hija, Anne-Cordélia.
A mediados de los años ’50, empieza a codearse con los grandes cineastas de la historia del cine. El mítico Jean Renoir lo convoca para un papel secundario pero de importancia en la producción en colores French Cancan (1954), René Clair a su vez lo incluye en Las grandes maniobras (1955) y Luis Buñuel se lo pide al productor Oscar Dancingers para La muerte en este jardín (1956), coproducción francesa rodada en México. “Gracias a La mort en ce jardin, conocí a Michel Piccoli, que se convirtió en uno de mis mejores amigos. Hemos hecho juntos cinco o seis películas. Me gusta su humor, su generosidad secreta, su pizca de locura y el respeto que no me manifiesta”, escribió Buñuel en Mi último suspiro, su extraordinario libro de memorias.
No deja de ser una broma de Buñuel que para esta película le haya pedido a Piccoli, ateo manifiesto, que interpretara al Padre Lazzari, un cura obligado a quemar su Biblia para iniciar un fuego como último recurso de supervivencia. Esa amistad perduraría a lo largo de los años y Buñuel --ya radicado en Francia a mediados de la década del ’60-- lo volvería a convocar una y otra vez a lo largo de toda su carrera, para varios de sus títulos más famosos, surrealistas y provocativos: Diario de una camarera (1964), junto a Jeanne Moreau; la célebre Belle de jour (1967), con Catherine Deneuve, donde Piccoli interpreta al libidinoso amigo de la familia que convence a la protagonista de probar suerte como prostituta en un burdel de lujo; la herética La vía láctea (1969); El discreto encanto de la burguesía (1972), El fantasma de la libertad (1974) y Ese oscuro objeto del deseo (1977), esta última --que fue la despedida de Buñuel— como la voz en francés de su amigo y cófrade ácrata Fernando Rey.
Otro incondicional de Michel Piccoli fue el subversivo director italiano Marco Ferreri, hoy injustamente olvidado, con quien el actor hizo tantas películas como con Buñuel, siete en total: Dillinger ha muerto (1968), La audiencia (1970), Liza (1971), Touche pas à la femme blanche (1973), la pantagruélica La gran comilona (1973), La última mujer (1975), un film que sufrió brutalmente la censura de la época, por los constantes desnudos de Gérard Depardieu, y Come sono buoni i Bianchi (1988), donde ese impío irredento que fue Piccoli se volvió a dar el gusto de interpretar a un cura, en este caso un misionero colonialista francés en Africa.
Otros cineastas italianos con quienes trabajó Piccoli fueron nada menos que Marco Bellocchio, en Salto al vacío, la película que le valió el premio al mejor actor del Festival de Cannes 1979, y Nanni Moretti en Habemus Papam (2011), una de sus últimas y consagratorias interpretaciones. Para el español Luis García Berlanga fue el inolvidable protagonista de Tamaño natural (1974), donde interpretaba a un adusto dentista parisino que compraba por correo una muñeca inflable japonesa para poder satisfacer los deseos sexuales que su esposa se negaba a complacer. “Piccoli logró una comunicación muy efectiva con la muñeca”, contó luego Berlanga. “Se adaptó muy bien a ella, y eso que era molestísima de manipular y pesadísima. Piccoli consiguió mecanizar perfectamente el ritmo de sus movimientos con la muñeca, cosa que no consiguió nadie del equipo”.
El longevo cineasta portugués Manoel de Oliveira fue otro amigo consecuente de Piccoli. En cinco oportunidades trabajaron juntos: Party (1996), la antológica Vou para casa (2001), Le Miroir magique (2005), la paráfrasis Belle toujours (2006), donde volvía a componer el mismo personaje del clásico film de Buñuel, y el corto Rencontre unique (2007), donde interpretaba al líder soviético Nikita Jrushchov.
En la intriga internacional Topaz (1969), filmada parcialmente en París, Alfred Hitchcock lo convocó para un personaje secundario aunque determinante, un huidizo ex miembro de la Resistencia francesa. Pero el grueso de su obra la hizo en el corazón del cine francés, filmando con la mayoría de los directores más importantes de la década del ’60, empezando por Jean-Pierre Melville en Le doulos (1962) y Jean-Luc Godard en la icónica El desprecio (1963), junto a Brigitte Bardot. Por entonces, también filmó con Costa-Gavras (Crimen en el coche cama, 1965), René Clément (¿Arde París?), Alain Resnais (La guerra ha terminado) y Roger Vadim (La presa erótica, con Jane Fonda), las tres 1966, a quienes les siguieron Jacques Demy (Las señoritas de Rochefort, 1967) y Claude Sautet (Las cosas de la vida y El inspector Max, 1969-1970, ambas con Romy Schneider).
Al mismo tiempo, Michel Piccoli se codeó con el Tout-Saint-Germain-des-Prés. Se hizo amigo de Boris Vian y Jean-Paul Sartre. Durante una cena de gala donde se sientan uno al lado del otro, estalla un amor a primera vista con la cantante y actriz Juliette Gréco. Se casaron durante una ceremonia íntima el 12 de diciembre de 1966, viajaron juntos a la Unión Soviética, donde ella tenía una gira, y fueron pareja durante once años. Luego, Piccoli se casó con la guionista Ludivine Clerc, su última compañera, con quien adoptó dos hijos de origen polaco.
En una carrera tan extensa como ecléctica, donde el único factor común es siempre la calidad, a la que él contribuía de manera determinante, Piccoli también le supo dar oportunidad al cine francés joven, representado por directores como Jacques Doillon (La hija pródiga, 1981) o Leos Carax (Mala sangre, 1986), con quien se volvería a encontrar en 2012 para la celebrada Holy Motors, premiada en Cannes. Entre los famosos, no faltaron Agnès Varda, Jacques Rivette, Claude Chabrol, el chileno Raúl Ruiz, el georgiano Otar Iosseliani , el griego Theo Angelopoulos y el italiano Mario Bava.
“Me gusta pensar que hice un viaje interno, entre diferentes visiones del mundo”, le confesaba en 2013 a una periodista de Libération. “Los directores me delegan sus secretos. Un actor y un cineasta son dos personas que se miran constantemente. Estoy trabajando con un director para comprender por qué me eligió, hasta el punto en que me permite llegar a su mayor secreto. Creo que conocí los secretos de todos directores con los que trabajé. Los cuestioné incluso, a algunos los pasé por alto, pero nunca me perdí a ninguno”.