Desde Barcelona
UNO La idea de cerrar lo hasta entonces abierto --de vaciar lo que estaba lleno-- ha venido siendo una de las "soluciones" preferidas a cómo ilustrar los modales de un virus invisible y su influencia sobre la frágil solidez de nuestro mundo de pronto desierto. A Rodríguez le gustó en principio y enseguida le cansó (photoshopers con mucho tiempo libre no para matar el tiempo sino para distraerlo de tanta muerte) lon de evacuar seres de cuadros famosos para dejar escenarios rebosantes de ausencia. Así contempló on line y deshabitados al paisaje al fondo de "La Gioconda" de Da Vinci, al pueblo arrasado del "Guernica" de Picasso, al atelier de "Las meninas" de Velázquez o a la mesa de "La lección de anatomía" de Rembrandt (y, tal vez por razones obvias, nadie consideró desalojar el puente en "El grito" de Munch que, se informa, tiene problemas de salud: la humedad y "la inestabilidad de sus pigmentos" lo está "desvaneciendo" ). Su favorito entre todos --tal vez el más obvio, porque es el que mejor se las arregla para transmitir presente sensación de cerrado hasta nuevo aviso-- fue el retoque a ese clásico de la melancolía que es el "Nighthawks" que Edward Hopper firmó en 1942. Desde entonces su escena no ha dejado de ser invocada/homenajeada/parodiada. Así, sus clientes son Monroe & Bogart & Dean & Presley (también las hay con elencos de Peanuts o de Tintín). O se traslada a la Springfield de Los Simpson. O se proyecta en films con Steve Martin o de Wim Wenders. O se plastifica en Legoland. O se degrada ese Phillies a McDonald's.
Y Rodríguez vio dos Nighthawks Variationen que le gustaron. Una ubicada frente a sex shop y con un cartel anunciando adiós definitivo. Y otra en penumbra noir y tono gris de ceniza volcánica: el color pálido y enfermizo de lo que vaya uno a saber cuándo volverá a invitar a todos a una ronda para brindar por lo que sea o, mejor, por el mismo acto de abrir, de reabrir.
DOS Así estaba la Barcelona (ahora, al igual que la cada vez más revoltosa Madrid, en "una especiede Fase 0,5" con más "libertad" pero que "no llega a ser 1" sino una Fase 0 "aliviada") por la que Rodríguez caminaba días atrás. Rodríguez con el paso casi flotante de un astronauta de esos a los que cantan David Bowie o Elton John. Rodríguez perdido en un espacio en el que hasta hace no mucho solía encontrarse. Viendo muchos negocios que no abrían (aunque puedan) prefiriendo mantenerse a la espera de que las condiciones mejoren. Bares y terrazas (donde los amigos volverán pronto a juntarse para así poder concentrarse en la contemplación de sus teléfonos móviles en buena compañía), y hoteles que verán su humor alterado por una serie de normas a seguir e ideales para que el huésped se lo piense mejor y se diga eso de "mejor me quedo en casa". Sobre todo, si ya no hay --horror de horrores-- buffet libre.
TRES Sin embargo, superado el shock inicial, ya se oyen voces autorizadas de/en Barcelona que proponen ver la parte buena del asunto y aprovechar para cambiar un modelo agotado y agotador. Recordar que esos balcones emotivos, hasta no hace mucho fueron pistas para la práctica del alcoholizado balconing, en esos pisitos en los que bebían apiñados como en Agujero Negro de Calcuta. Así que por qué no proponer algo nuevo o volver un poco a tiempos mejores y más civilizados de hace 30 años antes del estallido de ese otro virus conocido como fiebre olímpica, donde lo que en principio se propuso como calidad de singular medalla de oro no demoró en virar a latosa cantidad. Lo que se impondrá de entrada si se quiere tener salida es convencer a renuentes de que Barcelona es un destino seguro en lo sanitario. Y después recuperar el liderazgo cultural que todos los estudios aseguran que perdió en 2010, cuando Madrid tomó la delantera. Desde entonces, la Ciudad Condal es entregada y dispuesta esclava de huestes eurotrash y padecedora de fiebres y delirios independentistas que --irónica, justiciera y paradójicamente-- ahora dependerán por un rato largo del turismo interno de ese país del que tanto quieren y amarían separarse.
CUATRO Y, sí, el virus como acelerante de muchos procesos que ya venían dándose y desaceleradorde tantos otros que ya eran hora de que dejasen de dar para irse.
Mientras tanto y hasta entonces, noticias de nuevo brote en Wuhan. Y el Ministerio de Sanidad español informa --con ese estilo un tanto atragantante y almendrado-- de que "no se ha producido un repunte de nuevos contagios desde la salida de los niños de 14 años a la calle hace ahora 15 días, pero sí se ha detectado un incremento de hospitalizaciones de menores". Y ya anda marchando por ahí un informe del Ejército que apunta a nuevos brotes y a nada de vieja normalidad hasta principios del 2022. Y, aparentemente, queda clausurada esa esperanza de la inmunidad de manada (a la fecha de apenas un 5% en España) y se endurecerán las fronteras. Así que a la vacuna --según Bill Gates-- mejor esperarla sentado y, tocar madera, no acostados. Y caceroladas contra el gobierno en la "milla de oro" madrileña, rectificaciones constantes, expertos invisibles, codazos continentales, escandaletes políticos, pedido de "último, esperemos" estado de alarma ya no de dos semanas sino de "alrededor de un mes", oscilantes cifras de contagiados/muertos que nunca acaban de alcanzar la exactitud, y la meditabunda y trascendental OMMMMS avisando que esto no ha hecho más que abrir.
De ahí que Rodríguez --ya en rebrote, pero psicótico-- se cierre a sí mismo en casa. En los balcones se ha convocado en "un último y mejor y muy cerrado aplauso a los sanitarios" (parece ser que el clamor ha bajado mucho desde que la gente pudo bajar a la calle; Rodríguez no participa desde que vio entrevista a una enfermero indignado por tantas palmas huecas y tan poca mascarilla segura y porque se lo llame "héroe" por hacer lo que "hace desde hace años" con recortes de presupuesto y salario mínimo y cerrando con un "A ver si me dejan de joder la paciencia con tanto aplausito"). Sí: mejor encerrado dentro que cerrado afuera, piensa. No importa que vuelvan a abrir museos (¿retornarán las personas a sus cuadros?) y funerarias con aforos limitados y que ya no haya que pedir hora para comprar un libro. Así que se sienta a ver el final traidor y patriótico de Homeland. ¿Cuántos años pasó tras la bipolar Carrie Mathison y su bolso cruzado y su hiyab y su yihad personal? Muchos, demasiados. Pero la temporada/cierre estuvo muy bien y los últimos dos episodios a la altura del mejor Le Carré. Y ojalá que Saul Berenson (el gran Mandy Patinkin, primer Che en la Evita de Broadway cantando "Oh, what a circus, oh, what a show... It's our funeral too") merezca spin-off propio. Berenson es el único que puede salvarnos de todo y a quien debería nombrarse ya presidente de la Tierra, piensa Rodríguez. Berenson es la vacuna para todos los males de este mundo. Y, ah, ese mentón siempre tembloroso y al borde del llanto de Carrie. "Todo yo soy como ese mentón", se dice el más pollito madrugador que halcón nocturno Rodríguez. Y después no dice nada. Un minuto de silencio en lugar de aplauso.
En boca cerrada no entra virus.