Tras coronar un verano dinámico y movido, que incluyó una gira por varias ciudades del país y la presentación en La Tangente de su nuevo álbum solista, Viaje al centro de la periferia (2019), Marton Marton quedó en suspenso con el arribo del coronavirus. Si bien es uno de los miles de músicos que fueron víctimas colaterales de la pandemia, el de Chascomús vislumbra un futuro optimista, a contramano de lo que opina la mayoría. “Es un tiempo para construir algo mejor a lo que estaba, que tampoco era tan bueno”, afirma a través de Instagram. “Elegir eso es tomar una posición al respecto.”
Ante la incertidumbre que nos desborda a todos y todas, lo mejor que puede suceder, según él, es encontrar caminos alternativos para seguir desarrollando lo que cada uno hace en el nuevo orden mundial. “Aunque no sabemos cómo ni cuáles van a ser las posibilidades, estaría bueno establecer la diferencia entre ocuparse y preocuparse”, distingue Martín Villulla, el nombre detrás del álter ego. “Podemos preocuparnos mucho por lo que va a pasar, pero lo único que nos queda es ocuparnos de nosotros, de la gente que queremos y de la que está más complicada en el mundo de la música, como los técnicos.”
Mientras esta época sigue su curso, el ex integrante del grupo Atrás Hay Truenos defiende, desde el otro lado de la pantalla, Viaje al centro de la periferia: toda una oda al pop psicodélico, luminoso y purpurino. “A diferencia de mi debut, que lo grabé solo en mi casa y con métodos rudimentarios, en éste el equipo de trabajo creció. Además, los temas tenían otro brillo, con puntas más decididas. No era tan nebuloso sino que estaba la posibilidad de destacar el discurso musical. Y eso quizá logró que calara profundo.”
Sobre esta diferencia, Marton Marton justifica: “Tuvo que ver con dejar crecer las ideas. A veces, cuando surgen, uno las da por perdidas o desconfía porque parecieran salirse del esquema de trabajo. En este caso se desarrollaron con mucha libertad y empezaron a tener una unidad. Traté de rescatar lo auténtico, la primera toma, las primeras ideas. Cuando grabás una canción por primera vez, quizá es el momento en el que lográs plasmarla más claramente. La famosa frescura de los demos. Todo lo que se haga luego en la producción es para empatar esas ideas”.
Hora de aventuras y compromisos
Desde su título, el segundo disco del músico y productor es una proyección de la paradoja, que tiene en su primer tema, Brasil y Santiago del Estero, el inicio de un viaje que parte del arrabal porteño hacia los suburbios. “Las letras del disco tienen un componente terrenal sobre una música muy etérea”, describe Martín. “En el proceso de grabación trabajé mucho con organizaciones sociales de los barrios más bajos del conurbano. Ahí hay gente que vive en una precariedad increíble, en contraste con lo que uno ve en Buenos Aires. El título alude a la sensación de llegar a ese punto más concentrado de lo que está lejos.”
¿Cómo se dio el acercamiento a esas organizaciones sociales?
--Simplemente por trabajo. En mi recorrido por Buenos Aires, me manejé en call centers, despachos y vendí guitarras en el Centro. Aunque en ese caso, tuve la oportunidad de participar y de formarme en un programa conjunto del Ministerio de Desarrollo Social. La política es algo que me gusta, me interesa y me atraviesa mucho. De hecho, es mi principal contradicción con el mundo de la psicodelia, que muchas veces se consume como un elemento aislado de la realidad. Trabajar temáticas terrenales, en un contexto artístico y musical tan delirante, me parece un desafío y me convoca a seguir haciendo.
¿Por qué quisiste hacerte cargo?
--El compromiso es ineludible. Me gusta generar preguntas y diálogo con la gente que me escucha a través de las letras y de la música, porque sé que mi propuesta es contemplativa y abre espacio a la imaginación y al pensamiento. En Argentina, los músicos tenemos una buena relación con la política y el compromiso social. Aunque también creo que vivimos una época, y con esto me refiero a la escena más micro, en la que mucha gente tiene miedo a quedar mal. Por eso no se toman posiciones más evidentes, para no perder margen de maniobra. Me parece que las bandas, solistas o quien sea, para seguir ese objetivo estratégico, corren el riesgo de perder sustancia e ir cayendo en una intrascendencia de la que no podrán volver.
¿Te atormenta pensar en todo eso?
--Me parece propio de a quienes nos gustan la filosofía, la política o la literatura. Está bueno tomarlo en cuenta, aunque no sea necesariamente del artista. Por más que así me llamen.
¿No te frustra saber que tu música, por más reflexivo, inclusivo y empático que seas, no calará tanto en esos estratos sociales donde mandan la cumbia y el rock barrial?
--En gran medida, uno no elige su canal de expresión. Cuando me viene una idea no distingo géneros. Y me interesa que el resultado conserve esa impronta. Esto de la elite me remite a la “conciencia de clase”, pero no es algo que me pese con la música. Populares pueden ser muchísimas cosas, como Tame Impala, Radiohead o Pink Floyd. Charly García es un buen balance de todo lo que puede convivir. Elegir la expresión a través de la cual uno comunica es una aventura. Y lo que suceda, o lo que esté más al alcance de toda la audiencia, va a llegar por caminos muy misteriosos.
Considerando tu tránsito por la academia musical, ¿sentís que aún existe la grieta entre músicos eruditos y autodidactas?
--Cuando llegué a Buenos Aires estudié música en la Universidad Nacional de las Artes. Si bien no terminé la carrera, meterse en ese mundo es maravilloso. No hay que pensar que es malo, que puede dañar la autenticidad o que es un conflicto. Pese a que el academicismo estudia cosas que sucedieron, los compositores y compositoras están un paso adelante porque buscan lo nuevo. Si hubiese inversión en la música, más gente estudiaría. Y sería mejor.