“La cigarra no es un bicho” es una película de Daniel Tinayre de 1963. Fue la primera que se desarrolla en un “hotel alojamiento”, tal el nombre de esos establecimientos facilitadores del garche heterosexual.
Vale aclarar “heterosexual” porque las parejas del mismo sexo no pudieron ingresar hasta septiembre de 1997, cuando apareció la ordenanza 51.674 de la ciudad de Buenos Aires. El Concejo Deliberante la había aprobado con la sola negativa de un concejal del MODIN (el partido de Aldo Rico). También en aquel entonces, y a pesar de que la reglamentación contó con el apoyo de la Cámara de Propietarios de Albergues y Alojamientos, varios amenazaron con la objeción de conciencia. Dejo para otra colaboración el relato de una anécdota personal.
El argumento comienza cuando un marinero francés, cliente de una laburanta del sexo (Amelia Bence), es diagnosticado con peste bubónica. Las autoridades declaran la cuarentena y seis parejas quedan atrapadas. Como en otras películas donde el aislamiento es el tópico narrativo, la trama se encarga de revelar el ADN profundo de los personajes. Luis Sandrini es un señor de familia que lleva engañada a su esposa (María Antinea), la cual, durante la cuarentena pide que le manden desde su casa la máquina de coser. Antes, había tapado con diarios los espejos que la cama tenía como techo. Digresión: en una escena, presa de una distracción, Sandrini dice de sí mismo: “soy un pelotudo”; tal vez la primera vez que se escucha la palabrita en el cine argentino. Enrique Serrano es un violinista setentón que se encama con su mucama (Teresa Blasco), una muchacha popular de veinte años que le cuenta todo a su novio por teléfono y le pide que no se enoje. Que la vida no es fácil. Una esplendorosa Mirtha Legrand fumadora, con anteojos y pelo recogido, es la pareja letrada de un inescrupuloso periodista del diario “Alerta” (Ángel Magaña), a quien dejará por machista y egoísta. Mirtha también será quien defienda a la prostituta, cuando otro personaje se oponga a que comparta la mesa con ellxs. Narciso Ibáñez Menta es un ventrílocuo que sale con una profesora adicta al sexo que ríe con tono de sexo y habla con cara de sexo (Malvina Pastorino). José Cibrián (padre) es un empresario bastante misógino e intratable que tiene un affaire con una modelo (Diana Ingro, muy bella). Y Elsa Daniel y Guillermo Bredeston interpretan a una parejita joven que termina de descubrir que están hechos el unx para el otrx.
Tinayre fue un hábil director. Durante toda la película se pasea con la cámara por cuatro lugares. El resultado es sociológicamente interesante: las habitaciones de las parejas cumplen la función de mostrarnos dramas íntimos; la planta baja de los empleados del telo (un mundo de varones del que casi no sale la prostituta) muestra el back stage de la servidumbre; el patio es el lugar donde deben converger todas las parejas para comer: en esas escenas hay buenos contrapuntos entre lxs amantes. Por ejemplo, la señora Legrand ubica al empresario misógino con un buen discurso igualitarista y, luego, advierte a toda la mesa sobre un sinsentido: que “la intimidad amorosa es algo que se esconde, de lo que no se habla”, y que es por eso que se debería estar a favor de los telos. Por último, la calle es el lugar donde está presente el pueblo en masa y la prensa patrullera haciendo guardia con todo el peso de la moralidad.
Cuando finaliza el aislamiento las parejas salen ante el escarnio público. Una escena ensordecedora, como la humillación. Terminan de irse y parece que se termina el mundo: oscuridad, calle desierta, silencio pesado, ni un alma.
Pero Amelia abre el portón y sale con la cartera. Hermosa. A lo lejos se divisa un hombre. “Pero vos ¿estás vacunado?”, “sí ¿por qué?” “ya te voy a contar. Vení”. Amelia volvía a laburar. Lxs que se habían ido también. En ese momento, Tinayre adhiere en paralelo la imagen de una calesita que, con música de organito candoroso, gira con una maqueta de todxs los personajes… como si nada hubiera pasado.
Se acerca el fin de nuestra cuarentena. Afamados profetas han puesto el énfasis en los cambios (malos y buenos) que dejará la pandemia. Es tentador profetizar. “Socialismo”, “policía cuidadora”, y “comunidad” en un extremo, “control”, “biopolítica”, e “individualismo”, en el otro. Creo que lo único que sabemos es que saldremos con muchos más pobres.
Para saber cuáles son los otros saldos habrá que esperar. Pero no estaría mal agregar como posibilidad la monotonía de la calesita que da vueltas y vueltas impulsada por el mecanismo escondido detrás de ese biombo que también nos embobaba cuando éramos niñxs.