Desde este martes se puede subir con bicicletas o monopatines a las líneas A y H del subte, además de la D, en la que ya estaba permitido. En la estación Plaza Miserere los carteles fucsia y amarillo indican el vagón correspondiente: sólo el último y el primero, como en los furgones del tren, están habilitados para ciclistas. “Si tiene bicicleta utilice las escaleras fijas”, señala otro cartel. Si bien la medida se extenderá al resto de las líneas de subte, por ahora las combinaciones no están permitidas. “Me quise subir en 9 de julio pero me dijeron que no podía, que tenía que ir a la estación Catedral”, relató a Página/12 Rolando, repartidor de la empresa Rappi que viaja en la línea D hasta Palermo, la zona en la que suele trabajar, y agregó que “es la primera vez que hago esto, estoy viendo si me sirve”.
Cerca del mediodía, el vagón está lleno: con el debido asiento libre entre los pasajeros, quienes no llegaron a sentarse viajan de pie. “Somos todos adultos, cada uno tiene que saber cumplir las reglas y respetar los carteles”, afirmó uno de los encargados de seguridad de la empresa Metrovías. Dentro del vagón, nadie tiene adjudicada la tarea de monitoreo entre pasajeros. “No es tan complicado poner a 50 agentes, uno por estación, a controlar temperatura, permiso de circulación y el tema de las bicicletas, para asegurar que los trabajadores estemos protegidos”, señaló Enrique Rossito, referente de la Asociación Gremial de Trabajadores del Subte y Premetro (AGTSyP), y agregó que “no alcanza con que la policía vigile las estaciones centrales en los horarios pico, el virus no distingue, está siempre circulando”. Junto a los molinetes un empleado de la Policía de la Ciudad pide permisos y documentos. “No llegamos a cubrir todas las estaciones, en Lima por ejemplo hay un solo trabajador y tiene que alternar entre las diferentes entradas del subte”, relató el policía encargado de toda la línea A.
Rolando llegó de Venezuela en julio del 2019, y trabajaba en una posada en el barrio de San Telmo, que permanece cerrada desde el comienzo de la cuarentena. “Un día me llamaron y me dijeron que hablaríamos cuando volvieran a abrir la posada, así que me quedé sin trabajo”, relató Rolando, que entonces decidió bajarse la aplicación para empezar a trabajar en reparto de comidas. “Todos los días me recorría los 7 kilómetros hasta Palermo y ya empezaba el día de trabajo cansado”, señaló el trabajador y aclaró “si veo que me sirve, viajaré así mañana también”. Lleva colgada la mochila naranja con el logo de la empresa, y viaja en el último vagón del subte. “Estas últimas semanas la cantidad de pedidos bajó muchísimo y hay que aprovechar mejor el tiempo para lograr al menos un ingreso mínimo por día”, afirmó Rolando, que convive con su novia y sus dos hijos, quienes llegaron a Buenos Aires a principios de marzo, justo antes de que empezara el aislamiento obligatorio.
Con su bicicleta verde que le hace juego con el barbijo, Carla baja las escaleras en la estación San Pedrito, una de las terminales de la línea A. Ella trabaja repartiendo barbijos y ahora se dirige al barrio de Once. A Carla la nueva medida le vino bien para llegar más rápido, sin embargo, no todos los trabajadores de reparto están de acuerdo. “Al final terminás perdiendo más tiempo, entre que bajás la bicicleta hasta el andén, esperás que llegue el subte, quizás hay algún inconveniente y podés perder el pedido”, señaló Sergio, que trabaja en Rappi hace un año, y admite que “si estuvieran habilitadas las combinaciones quizás lo usaría”.
Judith viaja sentada en uno de los vagones de la línea D, es jubilada pero tuvo que salir por un turno médico impostergable: hace meses tiene que sacarse una muela. “Lo demás lo hago todo caminando, las compras, los trámites, salí del barrio por primera vez ayer”, relató y agregó que el lunes, que también tuvo que viajar en subte, “había mucha gente y como eran pocas estaciones decidí ir parada”. Diego, operador de cabina en la línea A, conversa con su compañero antes de volver cada uno a su puesto, en los dos extremos del vehículo. “Uno siempre tiene miedo, cada vez que sale de su casa, pero nosotros estamos bien porque en la cabina no tenemos contacto con nadie”, señaló el trabajador del subte mientras se colocaba unos guantes de látex. Entre los botones de la tabla de control, tenía un frasco pequeño de alcohol en gel. “En el vagón la seguridad para no contagiarse depende nada más que de la gente y de la Policía que hace el control a la entrada”, afirmó Diego. Liliana trabaja en ventanilla hace 17 años. "Yo traje mi propio kit de limpieza", señaló mientras se retiraba de su turno en la estación Congreso de la línea A, y admitió que "ahora que circula más gente tenemos que tener más cuidado".
En la estación Corrientes de la línea H, Ignacio espera el subte. “A mí la bicicleta, si no tengo trabajo, no me sirve”, afirmó Ignacio, que es editor de fotografía y video para eventos sociales y hoy tuvo que salir a hacer un trámite bancario. “Me parece bien pero no demasiado útil”, señaló y aclaró que “si vas a salir a pavear no sirve, hay que saber administrar las medidas con consideración”.
Informe: Lorena Bermejo.