Elle: abuso y seducción
(Elle - Francia/Alemania/Bélgica, 2016)
Dirección: Paul Verhoeven.
Guión: David Birke, basado en la novela de Philippe Djian.
Fotografía: Stéphane Fontaine.
Música: Anne Dudley.
Montaje: Job ter Burg.
Reparto: Isabelle Huppert, Laurent Lafitte, Anne Consigny, Charles Berling, Virginie Efira.
Duración: 130 minutos.
Distribuidora: UIP.
Salas: Cines Del Centro, Hoyts, Showcase, Village.
10 (diez) puntos.
Con qué ductilidad filman los grandes maestros. Aparentan sencillez formal, se les nota sabiduría. Sucede con Sully, de Eastwood; con Silencio, de Scorsese; y con Elle, de Paul Verhoeven: tenía que (re)aparecer el holandés incombustible con sus 78 años para, entre otras cosas, dedicar una de las películas más burlonas a la prédica católica. Papa Francisco mediante.
Pero esta es sólo una de las aristas del film, vinculada de manera esencial con la hipocresía, la psicopatía, el empresariado, los (des)afectos, el sexo, los hijo/as, los padres y las madres. La película de Verhoeven es impertinente, locuaz, divertida. No esconde prédicas ni se vanagloria de alguna mirada esclarecida, sino que dialoga con el costado social oscuro. Al hacerlo, toca a quien mira. Y lo logra, porque su puesta en escena no es de impostura. El cine de Verhoeven, se sabe, es perverso.
Lograr esto es entender el medio, porque la perversión es inherente al cine, de manera tal que Verhoeven se inscribe en él a la par de otros maestros (perversos) como Hitchcock, Polanski, Buñuel, Cronenberg. En este sentido, no debiera ser curiosa la efigie de Robocop -uno de sus títulos célebres‑ vuelta stencil en murales, cuando se trata de ridiculizar la mano dura que propugnan cierta ciudadanía y ciertos funcionarios.
De manera celebratoria, en Elle sucede la reunión que debía ser. Porque Verhoeven es a Isabelle Huppert, lo que ella a él. Bella y fría, capaz de atraer y repeler con la misma facilidad. No hay forma de imaginar Elle por fuera de Huppert. Por ejemplo: cuando suelta en la mesa del restaurante el comentario casual de "creer haber sido violada"; al pedir al empleado de su empresa que le muestre el pene, "de eso depende tu trabajo"; su excitación mientras espía la construcción de un pesebre en el jardín vecino.
La Michèle de Huppert logra, a fuerza de desafueros calculadamente repartidos, desarticular el imaginario machista. Este accionar premeditado es el que ejecuta, paralelamente, el propio cineasta. A saber, la película inicia con la violación. El episodio será revisitado y vuelto a sufrir. O a gozar. Porque en determinado momento Michèle trastoca las piezas, logra volver del revés lo sucedido. "Así no es cómo funciona", se queja el partenaire. Y entonces Michèle elige seguir el juego, pero ya nada es lo que parecía.
Por otra parte, en Elle hay un aire que remite, por momentos, a Bajos instintos. Pero en tanto eco estético del mismo cineasta, ya que Elle es una película más perturbadora, cínica, dedicada a retorcerse en todos sus personajes desde un intrincado juego de semejanzas. Entre ellos hay acción y reacción, con el acto de violación como resorte dramático. El ardid claro que funciona, el espectador no puede despegar de su retina lo visto, para luego ser disuelto en tantos pliegues como sean necesarios. Esa ramificación es el contexto social de Michèle, son sus amigos y parejas, su madre llena de bótox y su hijo algo tonto, desesperado por demostrar que puede ser un buen padre.
Verhoeven logra situarse en un límite fronterizo, con una Huppert que es consciente de la incomodidad a la que se arroja: mundo que no le es ajeno, que ya visitara con otros realizadores como Claude Chabrol y Michael Haneke. Impiadosa pero no menos herida, Michèle arrastra consigo un trauma que es pasto dulce para el periodismo idiota. La televisión hace espectáculo con un recuerdo horrible, pero ella está más allá de tamaña puerilidad, si bien la sobrevive. Ahora es dueña de una compañía de videojuegos hiperrealistas, en donde pide a sus empleados sangre y aberraciones en cantidad.
En otras palabras, Michèle no es ninguna heroína sufrida que predique redención, sino una contrincante de dientes afilados, que aprendió a manejar las mismas armas. El episodio que abre el film es drástico, pero no es el único que señale violencia. Por haber sido marcada de modo fatídico, con el pulgar de los santos medios televisivos, no tardarán en aparecer otros episodios protagonizados por gente anónima, que encuentra en ella un desahogo. Pero ella, cuidado, sabe dónde estar parada.