“Cuando fuimos a pedir financiamiento, el Gobierno de la Ciudad nos sugirió ir por el lado privado y pedir un crédito o un subsidio”, señaló Francisco Quiñones, director del Bachillerato Popular Mocha Celis, la primera escuela orientada a la población trans y travesti, que este año no comenzó las clases porque no pueden cubrir los gastos del alquiler y los servicios. “Si la escuela no contempla tu realidad, la educación no te sirve de nada”, afirmó Quiñones. Para presentar un reclamo ante el Ministerio de Educación porteño, docentes y estudiantes del bachillerato están juntando firmas en una plataforma online.
Desde el 2011 la escuela funciona en el quinto piso de la Mutual Sentimiento, el edificio ubicado junto a la estación Lacroze, en Chacarita. Con donaciones, con dinero que ponen los mismos docentes, y con lo que recaudan en los “Mocha Fest”, festivales culturales organizados por docentes y estudiantes, cubren el alquiler, los sueldos de portería, limpieza y seguridad, y a lxs talleristas que no están contempladxs en los salarios. “Las leyes de identidad de género ya existen, pero hay que materializar esos derechos en la práctica, no sirve de nada que pinten las caras de referentes de la comunidad LGTB en las estaciones de subte, si después no hay plata para financiar la escuela”, sostuvo Quiñones y explicó que “la escuela tiene un objetivo muy ambicioso, que es romper con ese promedio de 35 años de vida que tiene la población trans”. Este año, por la pandemia y la cuarentena, el “Mocha Fest” no pudo hacerse y el bachillerato corre riesgo de perder el espacio físico donde funciona.
Además del programa habitual obligatorio para el título oficial de “perito auxiliar en desarrollo de las comunidades”, el bachillerato tiene talleres de oficios y de arte. “De las 30 personas que sostenemos la enseñanza dentro del espacio, el sistema educativo porteño solo reconoce a 10 docentes y 3 personas de coordinación”, afirmó Quiñones y advirtió que “la escuela es una oportunidad para que el Estado repare el daño a las personas que fueron excluidas del sistema educativo”.
De Mendoza a Buenos Aires
Daniela Mercado llegó a la escuela a principios del 2013, cuando tenía 26 años, y fue de la segunda camada de egresades, en 2015. “Yo me pregunto qué va a pasar con mis compañeras si el Mocha tiene que cerrar”, señaló Mercado. En 2014, en el marco de la Ley de Cupo Laboral Trans, surgieron búsquedas laborales en el ámbito público y ella consiguió su primer trabajo formal en el Ministerio Público Fiscal. “A los 15 años, cuando me escapé de mi pueblo, un asentamiento cerca de Las Heras, en la provincia de Mendoza, mi sueño era terminar la secundaria; pero cuando llegué al Mocha empecé a tener otras metas, fantaseaba con ir a la universidad, tener un emprendimiento, conseguir un trabajo formal. Me empecé a despertar”, relató Mercado.
Todavía en Mendoza, una vez intentó retomar la secundaria. Una amiga la presentó con la directora de una escuela pública: “me dijo está bien, vení pero no traigas a todas las travestis, y aunque me dio bronca empecé a cursar pero al tiempo me tuve que ir; los profesores me llamaban por el nombre de mi documento, y las chicas me molestaban si iba al baño de mujeres. Era estar peleando todo el tiempo, y encima tenía que trabajar a la noche para pagarme el alquiler, las coimas a la Policía y a la mujer que me cobraba por trabajar en la ruta”, relató Mercado.
“Si la escuela no contempla tu realidad, no te sirve esa educación”, señaló Quiñones y advirtió que, en el bachillerato, “todo el contenido está atravesado por teorías que rompen con los paradigmas binarios, además del programa habitual de historia o matemática”. Al llegar a Buenos Aires, después de vivir en San Juan, en Córdoba y Mar del Plata, Mercado trabajaba ofreciendo servicios sexuales en los bosques de Palermo. “Me habían hecho creer que mi vida iba a ser eso: la noche, la violencia, la maldad. Una madrugada agarré un panfleto que me llamó la atención, cuando leí bachillerato para personas trans pensé ‘esto debe ser un curro, otra mentira para aprovecharse de nosotras’. Al final me presenté, y fue la decisión que me cambió la vida”, contó Mercado.
Después de unos meses de cursada ella no quiso salir más a trabajar a la noche. “Entonces el director del Mocha me pasó una receta, una torta de manzana, y me dijo que si dejaba todo limpio podía usar la cocina de la escuela. Y así empecé. Vendía tortas, pizzas, empanadas, y no salí más de noche”, relató Mercado y agregó que “pasaba ahí la mayor parte del día, entre los eventos, la cocina y la cursada, hasta que conseguí mi primer trabajo”.
Un “teje” solidario
Desde que empezó el aislamiento obligatorio, el equipo del Mocha Celis armó un “teje solidario”, una red para abastecer de alimentos y productos de limpieza a lxs estudiantes que se quedaron sin trabajo. Algunxs colaboran con donaciones, otrxs se ofrecen para hacer las entregas. “Es un momento muy difícil, porque además de no tener el lugar físico, no podemos llegar a todes con el apoyo virtual porque gran parte de la comunidad no tiene una computadora o acceso a internet”, afirmó Quiñones. “Ya no tenemos las energías de hace 10 años y no podemos sostener todo de forma autogestiva”, agregó. Aunque ya hace cinco años que terminó la cursada, Mercado sigue en contacto con la comunidad del bachillerato. “Son mi familia”, afirmó, y señaló que “cuando me preguntan cómo hice para salir de la calle, para tener un trabajo formal y un sueldo a fin de mes, les digo que lo hice así, estudiando”.
Para colaborar, hay que contactarse con la cuenta de Instagram @mochacelis.
Informe: Lorena Bermejo.