Su voz es la de una guía del futuro. Como si hubiera conquistado el silencio del mundo, tierra arrasada gracias a esa sonoridad perfecta, la ilusión se vuelve un montaje de puntos de vista. Mirar desde un ángulo imposible. Imaginar como ejercicio cuando lo concreto se desmorona. Los límites de la casa parecen mutar, ser algo del orden de nuestro deseo en la palabra que Maricel Álvarez detalla con destreza, con una manera amigable y dulce, como un descanso que es en realidad, el énfasis de toda fantasía.

La habitación se transfigura en una calle, la música nos da ese ritmo de un afuera perdido. Pero también estos Nueve movimientos que convierten la casa en teatro (un dispositivo sonoro definido como un audiotur para sobrellevar el confinamiento) proponen una manera precisa de mirar por la ventana, como si el acontecimiento estuviera del otro lado. Hay aquí una voluntad de capturar el hecho teatral, más allá de su materialización y una certeza escondida de que el teatro puede suceder como pensamiento, como secuencia del deseo, como ese punto donde no queremos rendirnos frente a lo real. 

El teatro es posible si esa voz diáfana nos lleva a crearlo. Utopía nostálgica del siglo XXI. Las instrucciones son también una invitación a moverse en un territorio tan conocido, a estimular lo cotidiano como si fuera un espectáculo íntimo. El título da cuenta de una estructura que opera como un manual luminoso para cuidar nuestra creatividad en épocas de encierro. Esta pieza sonora de Stefan Kaegi y Niki Neecke producida para Deutschland Radio de Alemania y con traducción de Natalia Laube, hace de la interioridad una narración. No hay aquí la ansiedad de contar una historia sino de descubrirla en nuestro cuerpo, en las cosas más cercanas. 

Una filosofía de lo mínimo que se ha convertido en la válvula de una revolución insospechada. En esa sucesión de puntos de vista llegaremos a mirar nuestra casa desde afuera, como un cofre que nos encontramos y sobre el que somos capaces de hacernos preguntas desatinadas. Hay algo mágico, como de cuento de fin del mundo que quisiera hacer del desencanto una ráfaga. Los sonidos no invocan la vieja forma de un radioteatro. Entre la música y la actuación de Maricel Álvarez, narradora infinita de esta travesía, se construye otro género donde la ciudad deviene en un escenario invadido por el encantamiento de quien lo mira.

Somos las actrices, los actores y el público de este drama. Una poética del detalle. La oposición de cada fragmento. El extrañamiento de lo propio. Podría ser un cuadro de Edward Hopper donde los hechos ocurren lento, en un hiperrealismo etéreo. Lo mínimo de cada situación tiene el fulgor de una imagen definitiva. Vamos a representar que descubrimos nuestra casa, esa es la ficción que ofrece este recorrido suave que nos deja, en un final que es el verdadero comienzo para quien escucha, con la urgencia de llevarlo a la práctica. 

Una instrumentalidad teatral que se cumple de manera solitaria. La voz es un pasaje a esa intimidad que ahora es una totalidad. Si la interpretación de Maricel Álvarez parece reconstruir el gesto de acompañar, este texto que se inscribe dentro de los proyectos de la Bienal de Performance, restituye al cuerpo en su ausencia, lo invoca pero también lo señala como la herramientamás poderosa. 

Nueve movimientos que convierten la casa en teatro pueden escucharse en el siguiente link de soundcloud