Josh Thomas, un joven comediante australiano de melena rubia y risa contagiosa, sorprendió a más de uno cuando convirtió su modesta travesía adolescente sobre la amistad y la pena, sobre el descubrimiento del amor y la conciencia de la muerte, en una de las series más audaces y renovadoras del 2013, año de su estreno. Todavía la comedia inglesa no había experimentado el fenómeno Fleabag y la sitcom norteamericana seguía madurando la herencia de las risas grabadas y el artificio escénico, cuando apareció Please Like Me en la televisión australiana y reveló al alter ego de Thomas en el seno de un peculiar coming of age, en el que un chico de 20 años descubre que es gay cuando su novia lo abandona. La serie fue conquistando una legión de fans alrededor del mundo y hoy, que sus cuatro temporadas están disponibles en Netflix, se puede redescubrir su inagotable humor y su persistente originalidad. Y también resulta un buen ejercicio porque desde el pasado enero Josh Thomas está de regreso con Everything’s Gonna Be Okay, una nueva serie para la cadena Freeform –también disponible en la plataforma Hulu y a la espera de su estreno en nuestro país-, situada en Estados Unidos en lugar de en Melbourne, en la que la orfandad y el aprendizaje encuentran la mejor manera de hermanarse.
Everything’s Gonna Be Okay, creada y protagonizada por el carismático Thomas, ahora en sus veintitantos, cuenta la historia de Nicholas, un joven entomólogo australiano que debe hacerse cargo de sus dos hermanas adolescentes –una de ellas autista- cuando su padre muere de cáncer en Estados Unidos. Al igual que ocurría en Please Like Me, Thomas hace gala de una excepcional economía narrativa que le permite utilizar el primer episodio para presentar a sus personajes, delinear el alma de su creación y establecer el tono que va a definir al relato. En Please Like Me, una merienda con helado en una coqueta confitería se convertía en el escenario de la ruptura que precipitaba a Josh al descubrimiento de su sexualidad. En la siguiente escena conocíamos a su mejor amigo Tom, al atractivo Geoffrey que lo besaba de arrebato, y entre hormonas y toqueteos descubríamos con Josh que su madre había intentado suicidarse con Baileys y pastillas. Ese subibaja de sensaciones que define la esencia de las ficciones de Thomas se recrea en Everything’s Gonna Be Okay cuando Nicholas le cuenta a un chico en una disco que su padre lo abandonó de adolescente para irse a Estados Unidos y formar una nueva familia. Ahora es él quien debe adquirir la responsabilidad de criar a sus dos hermanas, de lidiar con esos rencores y emprender una repentina vida adulta.
Uno de los grandes hallazgos de Please Like Me fue esa exquisita combinatoria, sin golpes bajos ni sentimentalismo, entre las alegrías y las tristezas de la vida. La depresión de la madre de Josh y el fantasma del suicidio motivaban su regreso al hogar y el abandono de su vida de temprana soltería y exploración sexual. Pero allí, entre los sobresaltos cuando su madre no atendía el teléfono y algunos llantos esporádicos, redescubrían juntos los vaivenes de esa relación día tras día. La tía Peggy, abuela postiza de Josh, curiosa devota de la iglesia dominical y pésima automovilista, se convertía en una nueva integrante de esa familia reencontrada, con cervezas de medianoche y bailes de madrugada. Como creador y guionista, Thomas exploraba entonces las extrañezas de sus personajes sin nunca despojarlos de su humanidad, convirtiendo sus intentos de encajar en el mundo que les tocó, de ser mejores con los demás, en una aventura constante teñida de disparates y ocurrencias. Aprender a abrazar sus sentimientos, incluso los más inesperados, es algo que sus criaturas ensayan con esa única mezcla de anhelo y desesperación, ya sea en la necesidad del padre de ser parte de esa familia perdida, o en la del propio Josh de entender que querer a alguien supone siempre quedar un poco a la deriva.
Con Everything’s Gonna Be Okay Thomas reinventa aquella fórmula y es consciente de que debe oscurecer su tono en tanto se encuentra en mundo menos inocente y con el horizonte de una decidida madurez. No solo la del personaje, que ya no se aferra a la indecisión de la adolescencia de Please Like Me sino que debe asumir responsabilidades parentales inmediatas, sino la profesional: ser el artífice de una serie ya no en su Australia natal sino en el mercado más importante del mundo. Así, el derrotero de Nicholas está signado por esa muerte temprana y por un ecléctico vínculo con sus hermanas, quienes deben lidiar con su repentina soledad al mismo tiempo que con las crueldades de la secundaria. Hay una escena que lo deja en claro: Nicholas descubre, mientras arregla el jardín de su nueva casa familiar y conversa con su madre que lo reclama desde Australia, que se ha quedado afuera. Trepa por una ventana y al caer en la habitación se quiebra el meñique. Sus hermanas llegan y el dedo roto desata una serie de recuerdos mientras dirimen si ir o no al hospital. Thomas usa el dedo quebrado, su cuerpo elástico de comedia, con risitas y llantos entremezclados, para explorar aquella infancia de abandono, de dolor silenciado, de secreto encono con esas hermanas que le arrebataron el ideal de familia. Es esa la mejor clave que se juega en sus historias, la exploración de las zonas dolorosas de la vida en el seno de un gag hilarante.
Please Like Me fue la consagración de Josh Thomas no solo como comediante sino como creador de un universo de discreta incomodidad, en el que los personajes dirimen sus falencias con gracia y vulnerabilidad, y aprenden a comprender y querer al otro, y de paso a sí mismos. Esa ligereza en el tono, la concisa disección de las dudas humanas, las mentiras que nos contamos para sobrevivir y los aprendizajes forzosos que nos arrebatan de a poco la ingenuidad, hacen de ese retrato de familia, de esas amistadas duraderas, de esos enamoramientos fugaces el mejor juego en el que podemos participar. Todas esas conversaciones ridículas sobre sexo y suicidio, las dudas sobre los propios sentimientos, los temores a la muerte y al abandono, Thomas los envuelve en su radiante simpatía, en sus comentarios ácidos y sus guiños cómplices. Y Everything’s Gonna Be Okay consigue revivir aquellas vibraciones aún en otro tiempo y espacio, hacer de las imperfecciones de su personaje el artificio de su humor, de su culto queer a Meryl Streep un divertido guiño a su formación cultural, de ese duelo familiar atípico una posible estrategia de encuentro. Josh Thomas es el sinónimo de la comedia que debemos redescubrir, esa que nos desafía a reírnos aún cuando menos lo esperamos.