Vivíamos acompañándonos. Nos pasábamos a buscar mutuamente, primero nos juntábamos, después elegíamos el destino. Dicen que hay hermanos que nunca fueron amigos, pero que todo amigo es un hermano. Mario era mi amigo, mi hermano. Una sola cuestión nos dividía a muerte, el fútbol. En su casa, los domingos tenían sabor a pueblo, desde una vieja radio de madera se escuchaban religiosamente las carreras de turismo carretera y los partidos del xeneize. Su padre trabajaba en un taller de cromados de lunes a viernes y se la rebuscada armando jaulas y tramperas los fines de semana. Oriundo de Carreras, experto en bicicletas, autos y potreros, nos contaba historias y hazañas entre alambres, maderas y resortes. Para el control de calidad de cierta mercadería requería de nuestra ayuda a modo de pilotos de prueba, nos hacía pasar nuestros delgados dedos índices sin pasado entre los barrotes, "están bien hechas", decía orgulloso, "son a prueba de paraguayitos...", completaba la frase a modo de disculpa. Luego de una derrota en la Bombonera, al verlo a su hijo llorar desconsoladamente, le dijo: "ya te lo dije, Cabezón... de nada sirve un amor a distancia, en mi pueblo no había remedio, éramos todos de Boca o de River, tu camino empezó en otro lado, hacete hincha de un equipo de la ciudad si tanto te gusta el fútbol… Pensalo, estás a tiempo".

Mi amigo tomó estas palabras de la peor forma, pidió de regalo para su cumpleaños una radio a transistores y se dedicó a escuchar los partidos en soledad en el banco de la plaza. Con silencio neutral, supe sentarme a su lado para apreciar el manejo de su artefacto con poderes mágicos, bajaba el volumen en un córner del equipo rival para que la pelota se fuera por la línea de fondo, la apagaba de golpe, mientras rezaba en voz alta, ante un contraataque mortífero con la intención de anular dicha jugada, su Ultrasonic era su mejor juguete, recuerdo perfectamente la marca, me quedó grabada la noche que le salté arriba hasta destrozar la carcasa de plástico y el parlante.

Imposible olvidarme de la primera vez que arañamos el título en cancha de River, con alargue y gente adentro del campo de juego. No es aconsejable burlarse de un amigo en caliente. El torrentoso río de la pasión, con el tiempo se convierte en delta, cada brazo baña las orillas de nuestras distintas aficiones. 

Clausura, miedo y espanto alejaron a mi amigo de la Facultad de Humanidades, decidió graduarse sin diploma en la Biblioteca Argentina Dr. Juan Álvarez, viajó sin ruta ni programa entre el amplio espacio de sus estantes, aterrizó sin pensarlo entre los libros de Historia del lugar. Comenzó a mechar en sus discursos, nombres conocidos de wines izquierdos del fútbol nacional con personajes ilustres de la ciudad, eternizados en nomenclaturas de calles y avenidas. Si elegíamos asistir a los bailes de carnaval del club Náutico Avellaneda, nos enseñaba que Pedro Tuella había sido el primer cronista del Pago de los Arroyos, si optábamos por la sociedad italiana de Zavalla, recitaba durante el viaje la vida de Francisco Godoy y su llegada a la zona con indios Calchaquíes a principios del 1700. 

En el medio de una moda de remeras con inscripciones en inglés, el historiador lucía orgulloso su camisa Ombú con una inscripción con letras amarillas sobre sus espaldas, "Rosario, ciudad orejana". Era otra de las formas que había elegido para hablar de una historia no escrita por nosotros mismos, un testimonio del orgullo de nuestro origen sin fundador, ni acta notarial, sin palo clavado en la tierra con un rollo en nombre de su majestad. Mario fue el primero de la barra que se casó, conoció la distancia, tuvo dos hijos. Después, ambos nos perdimos en el tiempo, fracasamos en silencio, nos sacudimos el polvo y volvimos a caminar en dirección al sol. Alguna vez me contaron que la estaba pasando mal, que se había separado y andaba sin laburo, pero que había que ser un detective para dar con su paradero. 

La vida quiso que nos reencontráramos frente a la muerte, siempre me atrajeron los cementerios, sus silencios me reconfortan, es una forma de escaparse lejos sin salir de la ciudad, aquella noche me sedujo la excursión guiada por los pasillos de El Salvador. A él lo había convocado la rica charla de Taparelli sobre el arte masón y los distintos símbolos. Extendimos el paseo nocturno en el boliche más cercano, la magia nos hizo retomar nuestra misma charla suspendida en el aire, comprobamos, que, en ocasiones, el tiempo avanza retrocediendo. Revivimos momentos felices, desenterramos historias, resucitamos muertos. 

"Estaba tallado en una sola pieza", fue la metáfora que eligió para comenzar hablar de su padre, “era un tipo jodido, nunca nos llevamos bien, había dos cosas en él que nunca pude tolerar, su coherencia incorruptible y esa maldita costumbre de cantarme la justa... de no mentirme. Los años agudizaron su escepticismo, ya no le interesaban los motores ni la pelota, decía que era todo negocio, todo droga y manipulación. Murió en su ley, pedaleando sobre su vieja bicicleta de carrera con la etiqueta de Jorge Bátiz sobre el cuadro". A medida que nos fuimos adentrando en un mar de vino, naufragó en su isla negra, monologó sobre su separación. y posterior fuga de una persecución constante por parte de su ex mujer, emboscadas, acosos, una cacería permanente. Cuando le pregunté por qué no la había denunciado, me contestó, "Flaco, no te aceptan que denuncies un recuerdo". 

Muy de madrugada, mi amigo tuvo la necesidad de confesarme algo grave, bajando el tono de voz y eligiendo con cuidado las palabras, me dijo "los cambios en una sociedad se consiguen después de largas luchas, aproveché estos tiempos de ruptura de mandatos hipócritas para salir del ropero... No cambié de sexo, ni de ideología, mucho menos de religión, fui un poco más allá... crucé la línea de cal, me cambié de cuadro. Mónica, mi actual pareja es enferma de Central, comencé a acompañarla a la cancha. En un regreso amargo, me conmovió su llanto, con afán de consolarla le dije que sentía la derrota como propia, que ya no le encontraba ningún sentido ser hincha de un cuadro de la capital, pero que era muy tarde para cambiarme. Nunca voy a olvidar la mirada que precedió a sus palabras. "Para tomar decisiones sólo hacen falta la vida y la libertad, ¿cuáles son tus cadenas, Gordo? Tenés la vida... estás a tiempo." Uno de mis hijos no me habla, para muchos me cabe el mote de traidor, me gustaría saber tu opinión al respecto". No entendiendo del todo el sentido de la pregunta, levanté ambos hombros a la vez y le contesté "para mí era un cambio cantado". 

El mozo del bar, tal vez en su último intento antes de tener que echarnos por la fuerza, colocó desde el lado de afuera una reja sobre la ventana que estaba frente a nosotros. Borrachos de recuerdos, apoyamos nuestros ajados dedos índices sobre el alambre y dijimos a dúo "son a prueba de paraguayitos".

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