“Necesitamos que sean un poco más humanos, que haya más comprensión con lo que pasa”, señaló Fabiola, vecina del Barrio Mugica --ex villa 31-- desde la sala del Hospital Fernández donde está viviendo desde hace diez días con toda su familia. “Desde el Comité denunciamos la falta de asistencia en los hospitales, que no cuentan con la cantidad de recursos humanos y materiales necesarios”, señaló Walter Larrea, referente del Comité de Crisis del Barrio Mugica.
Los viajes sin distanciamiento en el “coronabus”, las paradas de hospital en hospital y la incertidumbre, son parte del laberinto que viven los vecinos y vecinas de los barrios populares de la Ciudad. “A la espera, las malas condiciones y la falta de información, se suma la angustia de estar esperando un diagnóstico”, señaló Mercerdes Fossat, responsable de la comisión de salud que conforman un conjunto de organizaciones sociales del barrio Zavaleta y 21-24, donde esta semana empezó el operativo Detectar.
“Cada vez que necesito algo me tengo que poner a gritar frente a mis hijos, hacer un escándalo para conseguir cualquier cosa. Yo trabajé como enfermera y sé cómo hay que actuar. No es culpa de los trabajadores porque están desbordados, pero necesitamos que tengan un poco de sensibilidad”, relató Fabiola. Ella, su marido y sus dos hijes están en una habitación, aislados porque hace diez días dieron positivo en el diagnóstico de coronavirus. “La primera noche me hicieron orinar en un pañal. No me dejaban salir al baño porque no había personal para limpiarlo”, señaló Fabiola y agregó “yo estaba con mi hija que tiene un año y medio y tenía 39 grados de fiebre. Nadie venía a atenderla ni a decirnos qué iba a pasar con nosotras, a dónde íbamos a ir”. A pesar de estar a unos pocos metros de distancia, Fabiola no puede ver a sus padres, que están internados en el piso de arriba. “Mi mamá está deprimida, sin calefacción, con respirador y con horas de espera cada vez que llama a una enfermera”, relató Fabiola, y agregó “ya no sé si quiero volver a mi casa, si mis padres se quedan acá en el hospital”.
Daniel se hizo el hisopado el viernes y el sábado supo que su diagnóstico era positivo. En el barrio vive con su padre y su madre, pero ahora cada uno está aislado en un lugar distinto. “Al micro nos subieron como ganado, todos juntos, sin distanciamiento, y ahí empezamos a preguntar. Primero íbamos al Fernández, después nos dijeron que al final nos tocaba el Muñiz. Creo que fueron tres horas arriba del colectivo”, relató Daniel. Cuando llegó al hospital tuvo que hacer el proceso de nuevo: completar planillas, responder preguntas, indicar los contactos estrechos. “Por cómo vivimos en el barrio prácticamente todos somos contacto estrecho”, señaló Daniel. Esa mañana, después de las preguntas, lo aislaron en uno de consultorios de chapa de la Unidad Febril de Urgencia (UFU) y ahí tuvo que esperar. “Son lugares cerrados, sin ventanas. En un momento me sentía sin aire pero intenté abrir la puerta y me dijeron que no podía. Recién a las once de la noche me adjudicaron el hotel y me trasladé con un taxi”, relató el vecino del Barrio Mugica.
Sin elementos básicos como papel higiénico o agua potable, Graciela cumple su aislamiento en el Hospital Muñiz. “Yo sabía que algún día me iba a tocar pero no sabía que me iba a doler tanto”, señaló. Ella llegó el sábado y tuvo que pedirle a su familia que le trajera ropa, una botella de agua y sus elementos de limpieza. Graciela es promotora de salud en el Barrio Mugica y el sábado se hizo el hisopado cuando su hijo le avisó que le había empezado a doler la garganta y tenía tos. “Por casi 12 horas estuvimos en una habitación chiquita, llena de olor a lavandina, sin nada para comer”, relató la mujer.
En el Hospital Durand hay más de 60 casos positivos internados y casi 30 personas esperando resultados. Wendy llegó con su hijo hace dos semanas, porque a él le había subido fiebre. “Yo vivo en uno de los pasillos donde estaban los primeros contagiados. Avisamos cuando había solo dos casos, pero ya era tarde: nos habíamos contagiado casi todos”, relató Wendy. El primer día los separaron, ella fue a una sala con otras mujeres y su hijo, de 15 años, a la sala de los varones. “Pedí una toalla y me dijeron que no había, que esas cosas las debería haber traído yo. Después me voy a duchar y el agua estaba helada, así que al otro día me engripé”, señaló Wendy y agregó “es horrible que en un hospital te traten así”. Cuando ella y su hijo dejaron de tener síntomas, los llevaron a un hotel, en el barrio de Balvanera, donde cumplieron con el aislamiento.
“Además de la asistencia médica, pedimos que se brinde atención psicológica porque al no haber nadie que explique o de contención en los hospitales y los centros de aislamiento, la angustia está creciendo”, señaló Walter Larrea. “Cuando estuve aislada me ponía mal no saber, nadie sabe nada y sólo llegan mensajes de vecinos y vecinas que tienen problemas, que están contagiados, que están mal”, contó Wendy.
Daniel, desde el centro de aislamiento relata que los voluntarios que atienden “no tienen información, no saben de qué barrio venimos o qué diagnóstico tenemos”. Este miércoles a la mañana lo llamaron para avisarle que era su último día de aislamiento y él tuvo que explicar que no, que sólo habían pasado cuatro días. “Yo todavía tengo el virus, mis padres son personas de riesgo y no los quiero contagiar. Además, puedo contagiar a cualquiera en el transporte público”, relató Daniel y aclaró que “hay una falta de organización que hace que las cosas sean lentas y haya errores que pueden ser graves”. Desde el Comité de Crisis exigieron “que el Gobierno de la Ciudad saque del barrio a toda la gente que pertenece a un grupo de riesgo. Hay personas con obesidad, asma y otros problemas de salud que no pueden estar ahí porque corren peligro”.