“Hay días de días, pero soy afortunada porque vivo en el campo. Justo en ahora está precioso porque acaba de llegar una niebla blanca”, comparte, vía Zoom, Natalia Lafourcade. Mientras transita la cuarentena en su Veracruz natal, apareció en las plataformas digitales su nuevo álbum: Un canto por México (Volumen 1), en el que la artista continúa ahondando en la música popular de su país. “Siento que es mi deber”, afirma. “El disco es la combinación de una serie de proyectos que he venido llevando adelante desde que hice el tributo a Agustín Lara (Mujer divina, de 2012), y de la inquietud de conectar con estos géneros musicales y estos mundos, de los que no dejo de aprender. Me ayudaron a entenderme mejor como artista, y a enriquecer mi música y mis composiciones. También mis letras. Toda la inspiración que he adquirido al trabajar con esta música ha sido muchísima. ¿Si cambié mi estilo? Aún no lo sé. Lo que sí puedo decir es que me siento muy cómoda, muy bien y muy honesta en este momento”.
A pesar de que se trata de un proyecto a beneficio del Centro de Documentación del Son Jarocho, que en 2017 se vio afectado por los sismos, el nuevo trabajo de la cantautora -que sucede a Musas, sendos discos en los que tributó al folklore latinoamericano- es un justo catálogo de la música popular de su país. Aunque, paradójicamente, no hay ningún tema basado en el estilo típico veracruzano. “No es un disco de son jarocho. Para nada. De hecho, apenas empecé a tomar clases del género. Si bien no lo conozco profundamente, me encanta escuchar y ver cómo lo tocan y bailan. Es muy complejo, pero también hermoso e interesante”, se sincera Lafourcade, cuyo reciente disco está conformado por 14 temas que se reparten entre reversiones de sus canciones y revisiones de clásicos del folklore local. “El disco es un fluir constante por diferentes ritmos musicales que tienen que ver con México como el mariachi, la polka y la ranchera. Musicalmente, es una propuesta que se encuentra basada en un concierto”.
-¿Cómo es eso?
-Un canto por México se llamó originalmente este show, a favor del Centro de Documentación del Son Jarocho, para recaudar fondos para reconstruir este espacio. Al preparar el espectáculo, nos dimos cuenta de que no podíamos dejar que eso se quedara ahí. Teníamos casi 30 canciones, que dividimos en dos volúmenes. Queríamos que este proyecto resaltara la belleza musical que tenemos en mi país.
-Tu reversión de “Una vida” se acerca a la impronta de Chavela Vargas, una de las mujeres que le hizo frente al machismo en el heraldo musical mexicano. Cuando elegiste el repertorio de este disco, ¿te pasó por la cabeza que el folkore latinoamericano tiene una perspectiva principalmente masculina?
-Al momento de pensar el disco, fue mucho más simple: lo que queríamos era hacer un gran concierto que fuera inolvidable para toda la gente. Lo que hicimos fue un recorrido por todas esas canciones mías con las que la gente ya conecta, y con temas como “El balajú” o “Veracruz”, que le dieron al álbum un giro distinto. La parte propiamente folklórica es muy ligera y alienada. No es tan estricta. Mi intención fue invitar a las nuevas generaciones a que abracen esta música. Los arreglos fueron nobles, pero al mismo tiempo exquisitos y sencillos.
-Desde Caetano Veloso hasta Julio Iglesias, pasando por Shakira, versionaron “Cucurrucucú paloma”. Más allá de esa canción, ¿en qué fundamentaste la elección del resto de esos clásicos de la música tradicional de tu país?
-“Currucucú paloma” o “El balajú” son canciones que todo el mundo conoce. Son himnos de las fiestas tradicionales mexicanas, así que constantemente se escuchan, y se han convertido en parte de mi repertorio. Me da mucho gusto ir a otros países y poder interpretarlas. Desde que lo hicieron artistas como Chavela Vargas, que las llevó muy en alto, ha sido un reto importante tomarlas e interpretarlas.
-¿De dónde viene tu conexión con el folklore y el resto de los estilos musicales populares de tu país?
-Desde pequeña estuvo ahí, aunque no me sentía muy atraída por el folklore. No sé por qué, pero a los 10 años tuve la inquietud de cantar música ranchera. Ponía los cassettes de Juan Gabriel y José Antonio Jiménez, y practicaba, hasta que le dije a mi mamá que quería cantar. En un evento que organizó la escuela me dieron la oportunidad de hacerlo con mariachi. Esa fue la primera vez que pisé un escenario y también ese día supe que esa música era maravillosa. Y ahí empecé a tomar clases de canto. A los 16 o 17 años, comencé a escuchar más jazz, bossa nova, a los Beatles, los Beach Boys, Fiona Apple y Björk. La música en inglés tuvo un peso mucho más grande para mí. En esa época, viajé a Canadá y me relacioné con el folk de allá, al igual que con el blues y el afrobeat. Cuando mis mundos musicales se fueron abriendo, me dije que no quería quedarme fuera de México. Deseaba cantar para mi gente y conectar con mis raíces. Al regresar, una cosa me llevó a la otra y entré en contacto con la música de Agustín Lara, Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, Simón Díaz y La Lupe. Me fui sorprendiendo. Con Toña la Negra, que era la intérprete más importante de Agustín Lara, me di cuenta de que nosotros teníamos a nuestra Etta James. Son nuestras reinas de la interpretación y además lo hicieron en español.
-En muchos países de América latina, algunos de sus ritmos e instrumentos tradicionales están desapareciendo, aunque pareciera que no sucede lo mismo en México. Sin embargo, ¿creés que este disco pueda tener un impacto reivindicativo de estos estilos entre una audiencia más joven?
-No vino tanto por ese lado, sino más por la inquietud del gusto que me genera esta música. Después te das cuenta que son géneros que se van quedando un poco rezagados. Pero una de las cosas que me inspiró para hacer este proyecto fue poder ponerle mis propios tintes. Esto es un guiño al folkore, porque no es cien por cien eso. No tengo la preparación óptima. Uno de los momentos que me marcó el alma fue hacer un seminario de son jarocho que se imparte una vez al año. Llegué a una comunidad en la que no había electricidad y todos tenían instrumentos musicales. En la noche, tras los talleres, se hacían fiestas tradicionales. Lo mágico para mí fue ver a generaciones más jóvenes amando ese género. Ahí me dije: “Yo soy de esta tierra”. Hay que regresar a esta simpleza. Y mi intención, desde ese momento, es trapasar esa energía e influencia a otras personas.