PáginaI12 En Francia
Desde París
Si alguien está contra el sistema como eje de su propuesta política tiene posibilidades de que le crean más que a quienes no usan esa narrativa. Donald Trump ganó en parte la elección presidencial en Estados Unidos con el grito de guerra contra el sistema. Las elecciones presidenciales francesas repiten ese esquema. Los abanderados del antisistema son la candidata del Frente Nacional –extrema derecha–, Marine Le Pen, y el hombre molino que supo ubicarse en el centro extremo tomando prestado un poco de todos lados, Emmanuel Macron, candidato de En Marcha, un movimiento recién fundado en marzo de 2016. Ambos están a la cabeza de las encuestas de opinión como los dos probables protagonistas de la disputa final de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del próximo 7 de mayo.
El candidato de la derecha de gobierno, François Fillon (Los Republicanos), también repite que quiere “acabar con este sistema”, pero arrastra las consecuencias del escándalo de los trabajos artificiales que su esposa e hijos habrían realizado en la Asamblea Nacional. La izquierda, partida en dos candidaturas, la del socialista Benoît Hamon y la de otro antisistema y líder de Francia insumisa, Jean-Luc Mélenchon, no totaliza ni siquiera el 27% de las intenciones de voto que los sondeos le atribuyen a Marine Le Pen.
Macron-Le Pen, dos supuestos antisistema que construyeron sus carreras políticas en el huerto del sistema y que se presentan con el perfil de propuestas que están más allá de los partidos y las ideologías han logrado cautivar a poco a más de la mitad del electorado. Marine Le Pen es la candidata de “los patriotas” contra los “globalizadores”. Macron el extremo centro que busca unir a “los progresistas” contra los “conservadores”. Para ellos, todo se resume en una fórmula básica: “el pueblo contra las oligarquías” (el sistema), nosotros contra los “viejos esquemas” (Marine Le Pen).
Los espacios de separación han ido desapareciendo, en parte por las fracturas de la izquierda entre social liberales y socialistas genuinos, por las mismas fragmentaciones de la derecha que jamás llegó a dirimir los antagonismos de doctrina y de jefe, y por la honda decepción que dejó la alternancia de los mandatos presidenciales de socialistas y conservadores que se reparten el poder desde hace más de 30 años. Cuando en noviembre pasado el ex primer ministro François Fillon ganó las primarias de la derecha y derrotó al ex presidente Nicolas Sarkozy y al ex primer ministro Alain Juppé se pensó que la confrontación estaba zanjada. Había un nuevo jefe legitimado por las urnas capaz de poner término a la querella entre la derecha dura de los sarkozistas, tentada por captar el electorado del Frente Nacional haciendo suyas las ideas xenófobas, y la más moderada de Alain Juppé. Pero el escándalo de la esposa e hijos de Fillon no sólo empañó la imagen de virtuoso burgués de provincia de François Fillon sino que, además, volvió a poner en primer plano a los derrotados en las primarias. Emmanuel Macron, que fue ministro de Economía del presidente François Hollande y, por consecuencia, el eje de su política social liberal, y Marine Le Pen, encontraron en esa crisis de partidos un terreno ideal para sus narrativas antisistema.
Salvo ellos, nadie, dentro de los partidos de poder, está de acuerdo en nada: inmigración, papel del Estado, política económica, Europa. Hay pro europeos acérrimos y euroescépticos vociferantes, defensores del Estado o partidarios de reformas de corte más liberal en cada nucleo. El Partido Socialista y Los Republicanos son cuatro orquestas distintas tocando en el mismo teatro. Cada semana aparece un nuevo signo divisorio que contrasta con las compactas trampas retóricas de Le Pen y Macron. El último lo introdujo el ex primer ministro socialista Manuel Valls, alférez de la línea social liberal y perdedor de las primarias ante la izquierda ideal de Benoît Hamon. Valls rehusó respaldar al candidato oficial del PS.
Los analistas franceses han calificado las candidaturas de Macron y Le Pen bajo la etiqueta de “populismo”. El primero, es una suerte de nuevo populismo liberal, el segundo, el viejo populismo de ultraderecha. Ambos, de manera opuesta, han seguido el mismo molde y diseñado, al final, una novedad: Emmanuel Macron se proclama ultra europeo, promueve una coexistencia social híper abierta, es decir tolerante, un liberalismo al mismo tiempo más pronunciado y más regulado, un Estado menos presente y un pacto de administración que no esté determinado por la ideología. Le ha tomado ideas a la derecha, al centro y a la izquierda. Con ello mezcló un cóctel que pretende trascender las líneas divisorias de los partidos, es decir, del sistema. La argucia retórica más espectacular la protagonizó Marine Le Pen. La líder frentista formula todo lo contrario: está contra Europa, contra el euro, contra la sociedad abierta, la inmigración y contra los intercambios planetarios. Para tocar el corazón del pueblo Marine Le Pen también calcó ideas sociales de la plataforma socialista, suele incluso citar al fundador del socialismo francés, Jean Jaurés, y hasta se permite la osadía de repetir frases del Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz. Su logo de campaña es una rosa… azul, sin espinas, cuando el emblema del socialismo es la rosa roja. Los dos son anti antiestáblishment hasta la médula. Las retóricas “fuera del sistema” prosperan en una sociedad que desconfía de sus instituciones, de los medios y que se siente hastiada de la inmovilidad de la alternancia. Esta moda del antisistema constituye, por añadidura, otra victoria profunda de la extrema derecha. El Frente Nacional lleva mucho tiempo marcando el ritmo y el contenido de los debates políticos en Francia. Su también antigua narrativa antisistema se ha vuelto ahora un pasaporte hacia la victoria para los nuevos líderes. Aunque la repercusión electoral no sea la misma, Emmanuel Macron, Marine Le Pen, François Fillon y Jean-Luc Mélenchon tienen un enemigo común: el sistema. Cuando la justicia imputó a Fillon, el candidato de Los Republicanos dijo en un mitin: “me voy a pelear contra un sistema que mientras busca romperme en realidad lo que busca es destruirlos a ustedes” (los electores). Marine Le Pen suele decir: “el sistema es un grupo de personas que defienden sus propios intereses sin el pueblo”. La profesora Cécile Alduy, autora del ensayo Ce qu’ils disent vraiment, les politiques pris au mot (Lo que dicen verdaderamente, los políticos según las palabras) detalla los cuatro usos distintos de la filosofía antisistema de estos candidatos. Para Mélenchon, “el sistema es el responsable de la exclusión social y el vivero de los grandes beneficios de las multinacionales”. Según Marine Le Pen, el sistema es el que le ha impedido al Frente Nacional “llegar al poder”. Aquí, la víctima no es la sociedad sino su corriente política “que ha sido marginalizada por la voluntad del sistema. Su exclusión equivale también a la marginalización del pueblo”. En la retórica de François Fillon, el sistema es el “aparato estatal, o sea, las leyes, la burocracia y las regulaciones, que obstaculizan las reformas liberales”. Y para Macron, que es un puro producto de la estructura, el sistema son “los partidos políticos, las ideologías, las líneas ideológicas que dividen y no aportan nada”.
Sistema, oligarquía, elites, castas, microcosmos, medios, estas son las figuras antagónicas que estructuran las narrativas políticas, no los debates. Marine Le Pen y Emmanuel Macron han, por ahora, obtenido los más veloces y sólidos beneficios. Uno y otro se persiguen a través de los términos que emplean. Mientras Marine Le Pen promete “una revolución popular”, Emmanuel Macron publica un libro titulado Revolución. Allí escribió: “nuestros partidos políticos están muertos a fuerza de no confrontarse más con lo real, pero quieren apoderarse de la principal elección para perdurar”.
Las dos banderas más altas del antisistema restauraron la relación de confianza entre la sociedad y los electores. Un estudio reciente del CEVIPOF (Centro de Estudios de la vida política francesa) expuso el alto grado de suspicacia entre el país y sus sistemas: nueve de cada diez franceses no tienen confianza en sus dirigentes, el 75% desconfía de la prensa y el 72% de los sindicatos. Según los politólogos, hay, en Francia, una crisis de régimen. Un movimiento, En Marcha, apenas lanzado hace un año, y un partido al margen de la gobernabilidad central del sistema, el Frente Nacional, están abordando el barco de la democracia con una facilidad desconcertante. Su respectivos ascensos han sido fulminantes. En las presidenciales de 2012, Marine Le Pen obtuvo 17.9% de los votos. Las encuestas le otorgan hoy 27%. Emmanuel Macron jamás participó en una elección, ni fue miembro del Partido Socialista. Es un ex banquero (Rothschild) que pasó a ser ministro de Economía del socialismo renunciado de François Hollande. En sólo un año creó su movimiento y se izó al segundo puesto de las preferencias con 25,7% de intenciones de voto. Los dos están desafiando a los mastodontes de un sistema que les permitió llegar a donde están.