Inés Hercovich es socióloga y psicóloga social. En la década del 70 fue iniciadora de grupos de concientización feminista, “una experiencia absolutamente liberadora” que le permitió indagar sobre los estereotipos sociales que tallaban su propia manera de ser mujer. Luego, en 1983, fundó con otras pioneras –como la fotógrafa Alicia D’Amico y la escritora Hilda Rais, entre otras– Lugar de Mujer, el primer centro feminista que hubo en Buenos Aires, donde comenzaron a trabajar el tema de violencia contra las mujeres. Entre esas violencias se encontraba la violación sexual, una cuestión sobre la que prácticamente no se podía ni hablar, que fue el tema de una extensa investigación que culminó en el libro El enigma de la violación sexual (Editorial Biblos), que se publicó por primera vez hace justo dos décadas.
Cuando comenzó a trabajar en el tema quienes se enteraban le decían que estaba loca, que sería imposible que consiguiera mujeres que quisieran contar esas experiencias. Entonces pidió ayuda, a sus amigas, y a las amigas de sus amigas, así se extendió el llamado, y no tardaron en aparecen decenas de mujeres de todas las edades y clases sociales que habían pasado por la experiencia de un ataque sexual. El encuentro con estas mujeres le permitió a Hercovich, pero también a las protagonistas de esas historias, echar nueva luz sobre una escena tan esquiva como la de la violación.
Posteriormente, en la década del 90, creó el primer Servicio de Asistencia a Víctimas de Agresiones Sexuales (SAViAS), que prestó asistencia psicológica y legal a víctimas y allegados, y dictó cursos y talleres de capacitación. Finalmente, luego de un lustro de funcionamiento, el servicio fue dado de baja por falta de financiamiento.
Se denuncian alrededor del 10 por ciento de las violaciones sexuales, y tan sólo el 10 por ciento de los acusados es condenado (en general los confesos). “Sin embargo, mejorar la situación no implica, ante todo, corregir estos guarismos. Antes sería mejor escuchar a las víctimas sin desconfiar de ellas. Luego, abstenerse de indicarles los caminos para su redención”, sugiere Hercovich en su libro.