“No quiero el derecho a la propiedad ni al voto si no puedo mantener mi cuerpo como un derecho inalienable”. Lohana Berkins solía citar y, sobre todo, militar esas palabras de Lucy Stone, referente abolicionista y sufragista estadounidense del siglo XIX. Y es que en su lugar de activista indomable por los derechos de la comunidad trans en la Argentina se destacó en hacer de la reivindicación de su cuerpo y de su identidad travesti sus banderas. Pero no sólo hizo carne ese territorio, sino que supo ver más allá y exploró otro mundo donde su voz se transformó en la representación de un colectivo históricamente invisibilizado.
Su vida entre esos dos caminos es la que precisamente retrata la antropóloga, y una de sus íntimas amigas, Josefina Fernández, en La Berkins. Una combatiente de frontera (Sudamericana), la primera biografía de la reconocida militante, donde la perspectiva histórica se entrecruza con la afectiva. Una infancia cruda en su Salta natal. Su adolescencia en la casa de “la Pocha”. La prostitución como única opción posible para ganarse la vida. La descarnada violencia policial. El trabajo como asesora legislativa que la alejó de la calle. Y su militancia por el derecho a la identidad de género, son algunas de las tantas vivencias narradas en primera persona por la “Berk” (como la llama Fernández).
Fue pocos años antes de su muerte, ocurrida el 5 de febrero de 2016, que Berkins le encomendó a su amiga la ambiciosa tarea de plasmar su vida en papel, un proyecto que encararon juntas, pero que luego Fernández continuó, irremediablemente, en soledad, aunque con ciertos miedos desde el principio. “Es que Lohana era terrible”, confiesa la autora, quien también coordina el Programa de Género y Diversidad Sexual del Ministerio Público de la Defensa de la Ciudad de Buenos Aires. “Cuando hice mi tesis sobre travestismo, con la que ella colaboró mucho, la leyó atentamente y me dijo: ´Está súper pero, por favor, sacá eso de fenómeno travesti, porque nosotras no somos ningún fenómeno´. Entonces, ella y sus exigencias fueron una parte de mi temor al momento de empezar a escribir su biografía”.
-¿Cómo se conocieron?
-La conocí cuando se discutía en la ciudad el código de convivencia urbana que reemplazaría los edictos policiales, recién derogados, y algunas activistas feministas nos concentrábamos en las calles para manifestarnos en contra de la prohibición de la oferta sexual en el espacio público, entre otras cosas. Ahí estaba Lohana haciendo “el teje”, como le gustaba decir, conversando con uno y otro grupo, y persuadiendo sobre las consecuencias que tendría el nuevo código en la vida de la gente cuya sobrevivencia estaba en la calle. Me impresionó ese desparpajo y esa seguridad con la que interpelaba a todo el mundo, y quería seguir conversando con ella. Entonces un día la invité a cenar, y esa misma noche me propuso que fuera su pareja pedagógica en unos talleres para la prevención del VIH en la población trans y que daríamos en los hoteles donde las compañeras vivían. Y desde ese momento, no nos despegamos más. Fue una época divertida, y a la vez sórdida, porque recorrer esos infaustos hoteles, y ver el estado de abandono del Estado hacia las travestis, fue una experiencia difícil de narrar. Fue mi bautismo de fuego.
-¿De qué manera se plantearon los temas y situaciones que se cuentan en el libro? ¿Cómo fue el proceso de trabajo?
-Lohana definió qué temas quería que estuvieran presentes y manifestó su interés en que quedara registrado cómo era el mundo travesti, o como había sido el que le había tocado vivir a ella y a sus compañeras, porque también sabía que había habido cambios importantes. Hicimos juntas un listado tentativo con esos temas y comenzamos a reunirnos con entusiasmo, semanalmente, y con la mutua promesa de no distraernos con otra cosa. Pero no pudimos mantener la periodicidad ni tampoco la promesa. Y a esa dificultad se sumó no poder decidir cómo ella quería escribir su historia, entonces acordamos que introduciríamos el grabador cada vez que nos encontráramos, independientemente del motivo de la reunión. Luego, se murió y yo quedé con largas horas grabadas y con su mandato de transformarlas en una biografía. Y antes de sentarme a escribir decidí algunas cosas. Quería que quien leyera la biografía la leyera a ella, y respecto de mi propia voz opté por no invisibilizarme, porque pienso que el estilo de narrativa que se elige también habla de la posición ética que se tiene. Ahora creo que también yo quería hablar de nuestra gran amistad.
-En 2004, escribiste Cuerpos desobedientes. Travestismo e identidad de género, la primera etnografía sobre el travestismo en la Argentina. ¿Por qué te interesó abordar las problemáticas de esta comunidad?
-Se dieron dos hechos conmovedores. Estaba haciendo una maestría, y en un viaje había dado con el libro Gender Trouble. Me enamoré de ese texto. Lo traduje línea a línea, porque no estaba en español todavía, y me generó una inquietud intelectual envolvente, asfixiante por momentos. ¿Que el género precede al sexo? ¿que el género es un acto performativo? Y después, el otro hecho es que la conocí a Lohana, que era como tener a la Butler a la vuelta de mi casa. En ese momento, teníamos un grupo de estudio y activismo, al que llamamos Ají de Pollo, donde leíamos a Butler, a De Lauretis y a Wittig, y decidimos invitarla. Y su participación en este grupo, interesado en discutir sobre la categoría de género, y los apasionados debates en los que ella nos implicaba, me decidieron a meterme más a fondo con el travestismo, que ya se había convertido en mi tema de tesis.
-Lohana militó activamente la derogación de los edictos policiales, y luego otra de sus grandes batallas fue el logro de la Ley de Identidad de Género. ¿Frente a qué nueva reivindicación creés que estaría hoy?
-Uno de los últimos mandatos que nos dejó antes de morir fue luchar por una iniciativa que fue idea de Marlene Wayar y que ella, junto con Diana Sacayán, apoyó. Se trata del proyecto de ley que busca resarcir con una pensión graciable a aquellas personas travestis y trans mayores de 40 años que sufrieron violencia institucional a causa de su identidad de género. “Nuestra venganza será llegar a viejas”, fue la frase con la que el colectivo se enroló tras ese proyecto, una escalofriante manera de decir que el promedio de vida de las travestis no llega a 40 años y una de las razones de eso es aquella violencia. Creo que también hubiera asumido la lucha por el cupo laboral travesti y trans, todavía pendiente a nivel nacional, porque estaba convencida de que la extensión que tenía en su colectivo el ejercicio de la prostitución no era producto de una libre elección sino resultado de la falta de oportunidades laborales. Ella entendía que una travesti que había sido expulsada de su casa siendo apenas una niña, sin estudios y librada a su suerte, no tenía otra chance que prostituirse para sobrevivir.
-En el libro se revela también cómo el feminismo transformó a Lohana en su manera de pensarse, y de pensar al colectivo, aunque también encontró reticencias por parte de algunas feministas. ¿Qué rol pensás que ocuparía actualmente dentro del movimiento de mujeres?
-Lohana siempre fue aceptada en ese movimiento, en el cual participó muy tempranamente. Pero en el movimiento feminista fue excluida por largos años con argumentos bochornosos. “Vos dirás que sos mujer, pero para nosotras sos varón”, le contestaron una vez, en una discusión. Hoy los argumentos actuales se han sofisticado un poco, pero el nudo sigue siendo el mismo y una prueba de ello fue el debate en torno al cambio de nombre de los encuentros nacionales de mujeres que impulsó un grupo de activistas, para que pasen a llamarse Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales y No-Binaries. Y en igual dirección fueron los debates cuando se preparaba el Tercer Paro Internacional Feminista y se empezó a difundir la propuesta de cambiar las consignas del 8M y hacer una marcha exclusiva de mujeres, propuesta encabezada por las Radfem, que son feministas radicales. No tengo dudas de que en ambas controversias hubiera estado Lohana llevando su voz, dando la pelea y siempre planteando la gravedad específica que asume la violencia para su colectivo. Y también estaría hablando de la pandemia, diciéndonos que las travestis son un grupo para el que esta situación no empezó hace unos meses, sino que apenas está haciendo más visible las insoportables condiciones de vida que tienen. Y gritaría que no es cierto que el virus nos iguala porque no respeta clases ni diferencias de otro tipo, sino que refuerza la injusticia y la exclusión de quienes las padecen desde siempre.