Desde el inicio de la pandemia de coronavirus, los elementos de protección personal para el personal sanitario y todas aquellas personas que tuvieran que continuar trabajando para garantizar las actividades esenciales se volvieron insumos imprescindibles pero escasos. Por eso, tratando de anticiparse a esa escasez, una enfermera del hospital provincial Materno Infantil de la ciudad bonaerense de Azul, Malvina Abitante, averiguó qué tipo de material utilizar para confeccionar barbijos y camisolines. Después, recorrió cerca de 1800 kilómetros en tres viajes a la Capital junto a un policía de la localidad que se ofreció a trasladarla y transportar los más de 200 rollos de tela que terminó comprando con dinero propio y prestado. Finalmente, entramó una red solidaria de vecinos que cortaron y confeccionaron más de 13 mil barbijos y 11 mil camisolines que donaron a hospitales del partido, a dependencias policiales, de bomberos, el Pami y hogares de adultos mayores.

“Sabiendo que el Estado no iba a poder con todo, lo que quise fue ayudar”, dijo a este diario la enfermera, impulsora de la iniciativa que comenzó a gestarse unas semanas antes de que se declarara el 20 de marzo pasado el aislamiento social preventivo y obligatorio en todo el país.

Abitante, que se desempeña como enfermera en el Instituto Oncológico Folkman por la mañana, y por la tarde en el materno infantil, ambos en Azul, tuvo la idea de confeccionar los insumos sanitarios ni bien se declaró la pandemia. En ese entonces, trabajaba en la terapia intensiva de niños del hospital. Ahora cubre la guardia azul, la que atiende a todos los pacientes excepto a los que llegan con fiebre o problemas respiratorios, sigue en el Oncológico, y además cose, reparte y distribuye los insumos que fabrica toda la red de voluntarias que armó.

“Me puse a investigar un poco y encontré una tela hidrorepelente, una friselina de 80 gramos que era la ideal para confeccionar los camisolines y barbijos. Entonces mi hermana me contactó con una persona de Buenos Aires que tiene una textil, y decidí viajar para comprar y donar a los hospitales. Cuando iba a viajar, una médica ecografista, Clarisa Laprida, se enteró, me preguntó cuánta plata necesitaba y me prestó dinero. Con esa plata, la mía y la de mis dos hermanas hice el primer viaje”.

En paralelo, una trama de solidaridades comenzaron a entretejerse. “Una de mis hermanas me dijo vamos a armar un grupo de costura. Un policía de la Científica, Mario Hernández, al que no conocía, se ofreció a llevarme con su camioneta, y lo hizo los tres viajes que hice. Marcelo Armentano, un hombre que arregla máquinas de coser, se ofreció a arreglarlas gratis. Mucha gente con la que no tenía ninguna relación se fue sumando", cuenta la enfermera.

En ese primer viaje, lograron comprar 40 rollos de tela por los que pagaron 1800 pesos cada uno. “Cuando los trajimos mi hermana hizo el molde de los barbijos y de los camisolines, los mismos que se usan en quirófano, y se armaron dos grupos de aproximadamente cien personas. Uno que cortaba y otro que cosía”.

Al mismo tiempo, pidieron donaciones de hilos y elásticos, y abrieron una caja de ahorro en el banco para recibir aportes de la comunidad y recuperar el dinero, que a ninguna de las que aportaron le sobraba.

Sin embargo, como la respuesta de la gente fue muy buena y la necesidad de elementos de protección muy grande, la enfermera y el policía volvieron a viajar. En el segundo viaje, compraron 60 rollos, pese a que el precio se había duplicado en pocos días: ahora los rollos cotizaban a 3600 pesos cada uno. No obstante y sin amilanarse, lograron hacer un tercer viaje en el que cargaron 120 rollos: 50 de estos corrieron a cuenta de la fundación Cuidemos Azul, los otros 70, los financió la enfermera de su bolsillo, sin dejar de sorprenderse por la nueva cotización de la tela: 4200 pesos que terminaron dejándole un importante saldo en rojo en su cuenta bancaria.

Luego del último viaje quisieron comprar más materiales, pero ya era imposible, la escalada de precios les puso un parate más duro que la cuarentena. “El último precio que nos pasaron fue de 10 mil pesos, y aunque nos ofrecieron hacer un 15 por ciento de descuento, ya era imposible”, remarcó Abitante.

En Azul, hasta ahora, "tuvimos dos casos positivos de covid-19 -- un tercero todavía está bajo análisis---- y los pacientes fueron atendidos por personal de salud con los camisolines que confeccionó el grupo de voluntarios y nadie, ningún médico ni enfermero, se contagio", remarcó la enfermera, que fue felicitada el mes pasado por el jefe comunal por su donación que terminó oxigenando al materno infantil, al hospital Pintos, al hospital de Cachari, de Chillar, de Tapalque, Bomberos voluntario, Hogar San Francisco, sedes policiales, de Pami, entre otros.

Mientras tanto, aún resta terminar y entregar una tanda de los camisolines y barbijos que Abitante también ayuda a coser, la enfermera remarca: "soy la cara visible pero detrás hay más de cien personas que hicieron posible esto".