Abriga en la memoria un sólo recuerdo de su padre vivo, porque murió cuando él tenía cinco años. "Un día me abrazó y me dijo: 'Tenemos que estar más juntos que nunca'. Mi hermano supone que en ese momento se había enterado de que tenía poco tiempo de vida", dice Ramón Carrillo, hijo del ministro de Salud de Juan Domingo Perón, que aunque vivió apenas 50 años revolucionó el sanitarismo en la Argentina.

En esta entrevista exclusiva con PáginaI12, este geólogo de 69 años que ama la naturaleza desmiente las falsas acusaciones de nazismo que sufrió su padre, monedas acuñadas en las redes sociales y echadas a rodar por algunos periodistas que antes Ramón respetaba. No entiende por qué el ataque, que nació al calor del rumor de que la cara del sanitarista iba a estar estampada en un billete de 5 mil pesos. Tampoco sabe quiénes fueron. Pero tiene claro que su padre "era un ser excepcional" y no un nazi. 

Ramón Carrillo es el tercero de los cuatro hijos que componían su familia. Los dos primeros fueron adoptados.

Carrillo padre fue uno de uno de los tres neurocirujanos más importantes del mundo en la década del 40 dejó su actividad privada, que podría haberlo hecho rico, para dedicarse a los pobres. A más de 70 años de su muerte, hay gente que sigue sin perdonárselo.

--¿Cómo recuerda a su padre?

---Tengo pocos recuerdos directos de él porque falleció cuando yo tenía un poco más de 5 años. Sólo dos de aquella época. Uno es de un día que me abrazó y me dijo: "Tenemos que estar más juntos que nunca". En ese momento no lo entendí, con los años y hablando con mi hermano, suponemos que fue porque en ese momento se había enterado de que le quedaba poco tiempo de vida. Otro recuerdo, también triste, es de cuando estaban sellando con ladrillos y cemento el nicho donde colocaron el  cajón. Sus restos recién pudieron ser repatriados en 1972.

--Pero su familia le debe haber contado cómo era...

--Sí. Era una persona muy simpática, muy entradora. Todo el mundo lo quería y le tenía confianza porque siempre se preocupó por los demás. La "Oda de los servidores humildes" la hizo a los 17 años y ya reclamaba que se hiciera algo para la protección de las personas cuando llegan a la vejez. Era un humanista de primera.

--¿Cómo fue la adopción de los dos primeros hijos?

--Cuando mis dos hermanos mayores fueron adoptados, uno estaba desnutrido y el otro tenía una discapacidad. Este último vivió con mi madre hasta los 60 años y el otro tuvo un accidente en Frías, Santiago del Estero, en el que murió. Era chofer de ambulancias de PAMI.

-- Con estos antecedentes de la vida personal y la obra de su padre, ¿cuál fue su primera reacción cuando lo acusaron de nazi?

-- Sentí desconcierto. Primero, pensé que era una cosa aislada. Hasta que mi hijo Ramón, que anda mucho con las redes, me dijo: "Papá, hay más de 20 mil tuits y son todos parecidos. Estos son trolls". Evidentemente, se montó una campaña. No sé quiénes ni por qué. Y después, empezaron a hablar periodistas conocidos del tema, de forma sesgada. Citando como presunta prueba de su nazismo la contratación por parte de la Secretaría (de Salud Pública) del danés Carl Vaernet.

-- Su padre lo contrató cuando se fugó a la Argentina. ¿Por qué?

-- No sé por qué. Lo que hay que destacar es la publicación “Los científicos nazis en la Argentina”, de Carlos De Nápoli. Menciona que Peter Tatchell en 1990, militante de la organización Outragel (ultraje), manifiesta que “el gobierno danés intentó proteger por todos los medios las actuaciones de Vaernet, imponiendo secreto total sobre sus archivos por un plazo de 80 años que deben contarse desde 1945”. Si bien fue contratado por la Secretaría, hay que tener en cuenta que dicha persona antes se había cambiado el nombre y según expresa Steinber, uno de los autores del film El Triángulo Rosa, ese contrato habría sido una forma de introducirlo en la sociedad argentina, como lo hicieron con tantos otros alemanes en todo el mundo, ya que a los pocos meses renunció al ministerio y abrió su propio consultorio. Eso no convierte en nazi a mi padre. Tengo mucho dolor porque he visto a periodistas serios repitiendo como loros cosas que decían otros sin verificar la información.

--También apelan al viaje que su padre hizo a Alemania, sin aclarar que fue un viaje de perfeccionamiento antes de que Hitler asumiera el poder.

--En los documentos se pueden ver las certificaciones que le hicieron a él los  responsables de los distintos institutos de Holanda y Francia donde estuvo. En Alemania estuvo sólo un mes, en octubre de 1932, cuando Hitler todavía no había llegado al poder. Recorrió varios institutos y después se fue a París y a Madrid. Raanan Rein, un escritor israelí, que es vicedecano de la Universidad de Tel Aviv, también niega el nazismo de mi padre y hace referencia a su fugaz paso por Alemania.

El libro en cuestión se llama Dr. Ramón Carrillo, de las neurociencias al sanitarismo y lo escribió Francisco Karsties.

-- ¿Qué piensa hacer respecto de la acusación?

-- Yo me tomé el trabajo de mandar dos mails al centro Simón Wiesenthal. Hace ya una semana. Y no me contestaron. Pero encontré el teléfono de un delegado en la Argentina, lo llamé y le dije quién era. Le pregunté de dónde habían sacado la información para decir lo que decían de mi padre. Me contestaron que era "información pública". Le dije que lo aclarara porque eso era muy vago, insistí y entonces me citó la película El triángulo Rosa y además mencionó libros de los autores Mariano García y Karina Ramaccioti. A ella la conozco de nombre y no puedo creer lo que escribió porque apareció en un documental hablando sobre la organización de la salud pública durante la época de mi padre. Si tanto lo criticaba, no sé por qué se prestó a participar en la película. Estamos diciendo la verdad, no una verdad.

-- ¿Cómo se tomó esto su familia?

-- Con bronca e impotencia. Porque no nos dan derecho a réplica con nadie. Mi hijo y mi sobrino Facundo, que está en el Gobierno de la Ciudad, tuvieron más acceso a funcionarios. Ellos pudieron explicar muchas cosas, pero el ataque es muy desigual... Son tantos contra unos pocos de la familia para defenderlo...

-- Claudio Avruj, presidente honorario del Museo Holocausto, se reunió con su sobrino después de afirmar el nazismo de su padre y luego de ese encuentro se disculpó. ¿De qué otras entidades espera una retractación?

-- Por suerte, Avruj sí se disculpó. Y la DAIA mandó un comunicado en el que dice que la investigación está cerrada y que tiene que juntar pruebas del presunto nazismo. Pero después salen periodistas a decir que la DAIA es un sello de goma y que adentro hay gente que cree que mi padre es nazi. Vos pensá el filtro que pasó mi papá con la Revolución Libertadora. Es increíble que lo traten de nazi ahora cuando la Libertadora escarbó por todos lados y no lo pudo acusar de nada porque nada había para acusarlo. Un amigo hizo una elucubración y me dijo: "¿vos pensás que el Mossad (la agencia de inteligencia israelí considerada entre las mejores del mundo) no sabía entonces quién era nazi y quién no era nazi?

-- Le cambio de tema. ¿Cómo se lleva con el hecho de que le hayan puesto el mismo nombre de su padre?

-- Mi padre nos dejó el legado de la honestidad, de trabajo y de preocupación por el otro. Trabajar para el bien y no hacer las cosas por la mitad. Estoy orgulloso. Obviamente, a veces el nombre me benefició y a veces me perjudicó. En general tuve la suerte de que los que lo reconocen me dicen "tenés que estar orgulloso de tu padre", sobre todo después del homenaje que le hizo Néstor Kirchner en el 2006. No digo que me abrió puertas, pero tampoco tuve problemas. No me puedo quejar.

-- ¿Qué le contaba su madre de él?

-- Me contaba que era una persona buena, que tenía la desgracia de que le gustaba mucho comer y fumar. Dormía sólo cuatro horas por día y a veces ella se despertaba de madrugada y lo encontraba con tres o cuatro personas trabajando alrededor de la cama. Vos pensá que mi padre hizo quinto y sexto grado de primaria libres. Igual que el primer año del secundaria. A los 23 años se recibió de médico con medalla de oro. Era un ser excepcional. Yo creo que tenía algún aviso, por así decirlo, de que su vida iba a ser corta. Es increíble que una persona que vivió sólo 50 años haya hecho todo lo que hizo.


Todo lo que hizo

Ramón Carrillo fue el mayor de once hermanos santiagueños. Nació en 1906.

En 1946, Juan Domingo Perón lo designó al frente de la Secretaría de Salud Pública, más tarde elevada al rango de ministerio. Durante los ocho años de gestión, en combinación con la Fundación Eva Perón, realizó una tarea titánica. Entre 1946 y 1951 se construyeron 21 hospitales con una capacidad de 22 mil camas. La fundación construyó policlínicos en Avellaneda, Lanús, San Martín, Ezeiza, Catamarca, Salta, Mendoza, Jujuy, Santiago del Estero, San Juan, Corrientes, Entre Ríos y Rosario. Se estableció la gratuidad de la atención de los pacientes, los estudios, los tratamientos y la provisión de medicamentos. Un novedoso tren sanitario recorría el país durante cuatro meses al año, haciendo análisis clínicos y radiografías y ofreciendo asistencia médica y odontológica hasta en los lugares más remotos, a muchos de los cuales nunca había llegado un médico.

Se lanzaron planes masivos de educación sanitaria y campañas intensivas de vacunación, con lo que en pocos años se logró la erradicación del paludismo, de las epidemias de tifus y brucelosis, se logró combatir casi por completo la sífilis y disminuir la incidencia de la enfermedad de chagas. Además, el índice de mortalidad por tuberculosis se redujo en un 75 por ciento y la mortalidad infantil descendió a la mitad. Se crearon más de 200 centros de atención sanitaria en todo el país y más de medio centenar de institutos de especialización.

Carrillo impulsó la creación de Emesta, primera fábrica nacional de medicamentos, ideada para el abastecimiento de remedios a bajo precio. También apoyó a laboratorios nacionales, a través de incentivos económicos, procurando que la población tuviera acceso a los remedios.

-- Como hijo de un sanitarista, ¿cómo le parece que está manejando el Gobierno la pandemia?

--Me parece que bien. Ojalá siga así. Mi padre también hubiera privilegiado la vida.


El costo político

Ramón Carrillo hijo eligió como profesión la geología. Dice que tiene "corazón peronista", pero que no le interesa la política. "Debe ser por lo que decía mi padre, que en política, el 80 por ciento del tiempo lo tenés que dedicar a que no te muevan el piso y el resto del tiempo a trabajar". Y lo cierto es que después de la denominada Revolución Libertadora, los Carrillo no la pasaron nada bien. "Viendo todo lo que pasó, lo que le hicieron a él... Mi madre estuvo ocho años interdicta (quiere decir que no podía disponer de sus bienes) y no pudimos volver a la Argentina hasta el año 58 porque la Libertadora la consideraba prófuga.

Nos alejamos de la política. Cuando volvimos, nos fuimos a vivir a Adrogué. De las dos casas que tenía mi padre, las dos compradas con hipoteca, una la tuvo que vender. Nos fuimos a la de Adrogué, que ella terminó de pagar en 1978 después de 30 años de hipoteca. La encontramos destrozada por los militares. Todos los sillones estaban tajeados porque se ve que buscaban plata. Toda la familia sufrió. Pero, a la larga, la verdad sale a la luz a pesar de los detractores. Yo creo que va a quedar todo lo bueno que hizo. Empezó de "provinciano" (por eso le decían el "Negro" Carrillo). Pero empezaron a respetarlo cuando se dieron cuenta de su inteligencia.

 "Decía mi padre, que en política, el 80 por ciento del tiempo lo tenés que dedicar a que no te muevan el piso y el resto del tiempo a trabajar"

Al lado de un gran hombre

Hay que situarse en la época: en tiempos de Carrillo, no era frecuente que las mujeres trabajaran y no estaba mal visto que ayudaran a sus maridos, sobre todo cuando el amor era tan grande como el que expresa su viuda Susana Pomar en el libro Dr. Ramón Carrillo, de Santiago del Estero a Belém do Pará: "Yo me despertaba y había como seis o siete hombres al lado de la cama que le traían documentos a firmar o consultar sobre algo. Era tan abierto, tan limpio, tan puro... no veía el mal en las cosas ni en la gente. No dormía la siesta y trabajaba sin parar a lo mejor hasta las diez u once de la noche. Siempre escribiendo manuscritos, escribiendo. Yo estaba tan feliz de estar con él. Yo lo afeitaba en la cama, él hablando por teléfono y yo afeitándolo como podía; y después de muerto antes de enterrarlo, lo afeité también. Se ve que era mi destino".