Hace exactamente 20 años, la Bombonera era testigo de una jornada histórica, con un partido que iba a quedar en la memoria de los hinchas argentinos. Gracias al 3-0 con el que se impuso, el Boca de Carlos Bianchi eliminó al River de Américo Gallego en los cuartos de final de la Copa Libertadores 2000 y se encaminaba a ganar el certamen, tras 22 años sin festejos. Era una especie de final anticipada, por lo que los aficionados lo vivieron como tal. Un repaso de cinco postales que dejó aquella definición histórica entre los dos máximos rivales:
La chicana del Tolo
Después de cinco meses de recuperación, Martín Palermo estaba en la última etapa de preparación tras haber sido operado de los ligamentos de la rodilla derecha. Por eso, ante la importancia del compromiso ante River, Bianchi comenzó a especular con la posibilidad de utilizarlo en el partido revancha. Esa posibilidad revolucionó al periodismo, que de inmediato fue a buscar a Gallego, para saber que le parecía esa opción. Tal vez pensando que lo estaban cargando con una alternativa que no era cierta, el técnico de River quiso hacer un chiste que le terminó saliendo muy caro. "De Boca no me preocupa nada. Y otra cosa, si ellos ponen a Palermo en el banco, yo lo pongo a Enzo, así que no hay problemas", expresó Gallego en la conferencia de prensa previa al partido. La realidad terminó marcando que cuando ingresó el goleador xeneize, el DT optó por Guillermo Pereyra.
Las chances de River
Más allá de lo abultado que resultó el marcador, River estuvo mucho más cerca de la clasificación de lo que quedó en la memoria. Además de haber ganado 2-1 en el partido de ida jugado en el estadio Monumental, el equipo de Gallego dilapidó dos ocasiones increíbles que podían haber cambiado la historia del clásico. En el inicio del segundo tiempo, con el partido 0-0, el colombiano Juan Pablo Ángel no pudo conectar un envío de Ariel Franco a centímetros del arco. Todo nació en un gran enganche de Javier Saviola en campo de Boca, donde dejó en el camino a Walter Samuel y cedió para la corrida de Franco. El lateral desbordó y tiró un buscapié que no pudo desviar el goleador colombiano, cuando su compatriota Oscar Córdoba no tenía nada para hacer. La otra oportunidad de River se dio apenas minutos después del gol de Marcelo Delgado que abrió el marcador y que dejaba la serie igualada. Víctor Zapata se llevó la pelota por izquierda, aprovechó un rebote afortunado y disparó un zurdazo violentísimo al primer palo, donde apareció el milagroso manotazo de Córdoba para enviar el tiro al corner. Podría haber sido el empate y ventaja para River, pero el arquero xeneize mantuvo la serie igualada.
Los movimientos de ajedrez
Cuando faltaban 10 minutos, los dos entrenadores movieron sus fichas, con cambios que serían claves para el desarrollo de ese tramo final, y sobre todo, mandaron mensajes a sus jugadores. El primero en atacar fue Bianchi, que como había prometido en la semana, le dio un rato en la cancha a Martín Palermo, que reaparecía tras su lesión. El goleador ingresó por el juvenil Alfredo Moreno, que había sido su reemplazante. En ese momento, la Bombonera sintió que su líder mandaba un mensaje para que su equipo fuera hacia adelante a buscar la victoria. Por el contrario, Gallego mandó al campo a un volante central, de buen juego aéreo, como Guillermo Pereyra, en lugar de Pablo Aimar, su mejor jugador y de características mucho más ofensivas. Fue casi como poner un cartel que dijera que quería que el partido terminara y la serie se difiniera por penales.
El monumento al caño
Riquelme había sido la figura del clásico, autor del gol en el Monumental, de la asistencia para el empate de Delgado y del penal que le daba el pasaje a Boca a cinco minutos del final del juego. Sin embargo, todavía faltaba la obra que iba a marcar el recuerdo de su actuación en aquella fase. Rodeado de jugadores de River junto al costado derecho de la cancha, el conductor de Boca aguantó la pelota y esperó la llegada de Mario Yepes, que creía tenerlo controlado contra la línea. Lo que no esperaba fue que Riquelme pisara dos veces la pelota y, de taco y de espalda, le tirara un caño que lo iba a dejar totalmente desairado. No sólo eso: Riquelme giró para el otro lado y recuperó la pelota, para terminar llevándosela hasta el fondo de la cancha. En eso momento, la reacción de asombro del público marcó el significado de aquella jugada. Rememorando el momento, Riquelme lo primero que hizo fue destacar la nobleza del defensor colombiano, que no le pegó una patada pese a la humillación futbolística que había sufrido.
El cierre de la película
Palermo terminó siendo el gran protagonista de la noche, con un gol para completar un regreso soñado, después de haberse roto los ligamentos cruzados de la rodilla derecha el año anterior en un partido ante Colón en Santa Fe. El delantero entró a los 35 minutos del segundo tiempo y su injerencia en el desarrollo del juego pasó más por lo psicológico que por lo que estrictamente produjo. Como un Cid Campeador moderno, le dio coraje a los suyos y achicó a sus rivales. En concreto, Palermo tocó muy pocas pelotas y se notó que le faltaban muchos entrenamientos para estar a punto. Pero su imagen fue tan fuerte para la defensa de River que resultó vital para el resultado. Ya en tiempo de descuento, el goleador recibió un pase de Sebastián Battaglia, giró en el punto del penal ante la mirada de los defensores adversarios y definió el partido con una media vuelta al palo derecho del arquero Eduardo Bonano, que no pudo evitarlo. Todo Boca se fue a saludarlo al corner izquierdo de la cancha, mientras que el jugador le agradecía lo vivido a Bianchi, al médico Jorge Batista, que lo había operado, y al kinesiólogo Rubén Araguas, con el que había hecho la recuperación.