El gran tema que confunde a muchos es tratar de dar una respuesta a la siguiente pregunta: ¿Qué querían los que hicieron la revolución de mayo de 1810? No todos querían lo mismo. Y no fue la independencia respecto a España la postura que ganó. Lo que se impuso fue el tema de la autonomía, es decir que conservando el vínculo con la corona se les permita gobernar a los criollos.
Cornelio Judas Tadeo Saavedra tenía 50 años el 25 de mayo de 1810. Toda su biografía, previa y posterior a la revolución, lo muestra como un hombre moderado, incluso tirando a conservador. Esta última afirmación tal vez pueda discutirse, de lo que no hay duda es que no era un hombre con ideas y actitudes revolucionarias. Sin embargo, su rol fue decisivo. No perteneció al grupo de los que impulsó los cambios, pero si él no hubiera acompañado, el virrey no habría caído en mayo.
Su familia pertenecía, por su capacidad económica y prestigio, a la elite que dominaba el Cabildo de Buenos Aires. Cornelio Saavedra se casó --con la correspondiente dispensa eclesiástica-- con su prima hermana, María Francisca Cabrera y Saavedra, que había enviudado dos años antes heredando la fortuna de su esposo, Mateo Ramón Álzaga y Sobrado, próspero comerciante y Teniente del Correo Mayor. Este tipo de matrimonio endogámico era una de las formas de reproducción y refuerzo de las elites coloniales. Pero Cornelio enviudó en 1798 y en 1801 se volvió a casar con María Saturnina Bárbara Otárola del Ribero, hija de uno de los más ricos comerciantes del territorio. Como toda la elite de entonces, ocupó cargos públicos en el estado colonial. Y sobresalió en la defensa de Buenos Aires ante las invasiones inglesas de 1806 y 1807. El incipiente Regimiento de Patricios, por voto de sus miembros, lo eligió como su comandante, y así fue que Don Cornelio se convirtió en una especie de árbitro de la política del virreinato. En última instancia, él tenía el control militar y el recién llegado Virrey Cisneros lo necesitaba para gobernar. También lo necesitaban los revolucionarios.
Desde 1808 participó en las reuniones en la jabonería de Hipólito Vieytes y en la casa de Nicolás Rodríguez Peña, en donde se discutía de política, de revoluciones y de cambios. Saavedra se caracterizó por un enfoque prudente y calculador respecto de las medidas para llevar adelante la revolución, que contrastaba con las ideas más radicales del grupo, como eran las de Mariano Moreno y Juan José Castelli. En sus memorias explicó: “Se hicieron varias reuniones, se hablaba con calor de estos proyectos y se quería atropellar por todo. Yo, siempre fui opositor a estas ideas. Toda mi resolución o dictamen era decirles Paisanos y señores, aún no es tiempo, dejen que las brevas maduren y entonces las comeremos".
Y las brevas maduraron en mayo de 1810 cuando llegó a Buenos Aires la noticia de la caída de toda España en manos francesas, excepto Cádiz. Un grupo secreto integrado por Manuel Belgrano, Juan José Paso, Juan José Castelli, Nicolás Rodríguez Peña, Mariano Moreno e Hipólito Vieytes inició las acciones y la movilización popular. Pero necesitaban el apoyo de Saavedra y los demás jefes militares para actuar, ya que sin ellos no tenían el poder para enfrentarse al virrey.
En sus Memorias, Saavedra recordó de esta manera aquellos sucesos: “Cisneros, el 18 de mayo del año 1810, anunció al público por su proclama, que sólo Cádiz y la isla de León se hallaban libres del yugo de Napoleón. Yo me hallaba ese día en el pueblo de San Isidro; don Juan José Viamonte, sargento mayor que era de mi cuerpo, me escribió diciendo era preciso regresase a la ciudad sin demora, porque había novedades; en consecuencia, así lo ejecuté. Cuando me presenté en su casa, encontré en ella una porción de oficiales y otros paisanos, cuyo saludo fue preguntándome: ¿Aún dirá usted que no es tiempo? Entonces me pusieron en las manos la proclama de aquel día. Luego que la leí, les dije: ‘Señores, ahora digo que no es sólo tiempo, sino que no se debe perder una sola hora”.
Al día siguiente, un grupo armado, encabezado por Domingo French y Antonio Beruti, ocupó la Plaza de la Victoria, exigiendo la realización del Cabildo Abierto, ya que dudaban de que Cisneros lo realizara. Saavedra desconcentró a la multitud asegurándoles que el Regimiento de Patricios respaldaba sus reclamos.
El virrey apeló a los vecinos “respetables” para contener la atropellada revolucionaria. José Martinez de Hoz, el primero de la dinastía, tomó parte en ese Cabildo y votó por la continuidad del virreinato. La votación del 22 de mayo pareció sellar un acuerdo. El cabildo nombró una junta presidida por Cisneros, con cuatro vocales, dos españoles y dos criollos. Era un empate, Saavedra y Castelli aceptaron el cargo, pero ante la presión de Belgrano y su grupo, y la agitación del pueblo y las milicias, renunciaron esa misma noche.
La nueva votación consagró la revolución, los grupos más decididos impusieron su voluntad y el virrey cayó. Cornelio Saavedra se convirtió en el primer gobernante patrio. Pero, junto a Martín de Álzaga, fueron los únicos que pidieron justificar por escrito su juramento: allí dejó constancia que aceptaba el cargo solo en consideración de la seguridad pública y que sus motivos no eran revolucionarios. El nombre oficial de la Primera Junta fue: Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata a nombre del Sr. D. Fernando VII.
El papel de Saavedra en este ejercicio siempre fue el de mediador entre el viejo régimen y las políticas de profundización democrática de Moreno, Belgrano y Castelli. Las disputas fueron inevitables y encarnizadas. La revolución no pudo definir el modo de gobierno, no pudo establecer una Constitución, no pudo declarar la independencia ni unir un territorio nacional. Pero dio el salto determinante para que todo eso pueda ocurrir. Revolucionarios y conservadores entendieron que era con todes.