A las ocho en punto de la noche del 24 de mayo de 1975, hace exactos 45 años, comenzó el operativo de fuga más grande de una cárcel cordobesa. La fuga de 26 presas políticas de El Buen Pastor, un presidio que sirvió de puente entre la D2, la Gestapo local, y las demás cárceles legales y clandestinas desde 1975 hasta principios de la década del '80.
Allí la orden de las monjas "Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor", más el servicio penitenciario, mantenían cautivas a las “comunes” y a las “políticas”, y en el caso de “las guerrilleras”, entregaban sus bebés a la Casa Cuna, como ocurrió en el caso del bebé de Silvina Parodi de Orozco, la hija de Sonia Torres, la Abuela de Plaza de Mayo que aún busca a su nieto nacido el 14 de junio de 1976.
“Pero nuestra historia ocurrió un año antes antes -le narra a Página/12, Cristina Salvarezza, una de las sobrevivientes de la fuga de mayo del '75-. Y te aseguro que no teníamos ni idea de que iba a suceder hasta sólo cuatro horas antes de que saltáramos por la ventana de la cocina hacia la calle”.
Cristina que se autodefine como “una de las 26”, relata con fruición, con alegría y con la pasión “de la militancia que una vez que la sentís en el pecho siempre está”.
-¿Cómo que se enteraron sólo cuatro horas antes?
-La conducción de los compañeros por seguridad mantuvo en secreto la fuga. Sólo cuatro compañeras sabían que iba a suceder. Y me acuerdo bien que a las cuatro y media de ese sábado, vinieron y nos avisaron a la “Tota” (Rosa) Novillo Corvalán, a Norma Melani y a mí que destruyéramos todo lo que podía comprometer a algún compañero, ya que nos íbamos a las ocho de la noche. “Hay que sacar todo lo que tengan en los berretines. Que no quede nada”, dijeron.
Cristina Salvarezza explica que los berretines carcelarios eran las grietas en las paredes de argamasa, los zócalos, los resquicios de las ventanas y puertas, los huecos de las arañas, todo lo que sirviera para esconder mensajes en papel de cigarrillo que llegaban o pensaban sacar de la cárcel hacia afuera.
“Las cuatro encargadas habían planeado todo. Incluso que se lavaran las sábanas al mediodía para colgarlas en las sogas del patio –detalla Salvarezza- para que los penitenciarios que hacían guardia desde los techos del Buen Pastor no vieran cuando a la hora de la fuga saliéramos desde el comedor hacia la cocina, que era el punto de encuentro y desde donde saltaríamos por la ventana hacia la calle Buenos Aires donde nos esperarían los compañeros”.
Los compañeros a los que se refiere Cristina eran unos 200 militantes del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), Montoneros y militantes del FAL (Fuerzas Argentinas de Liberación), que esa noche, aprovechando que había un casamiento en la iglesia de Los Capuchinos (en la vereda de enfrente de la cárcel, sobre la calle Buenos Aires), serviría para que el camión que usarían para enganchar los guinches y tirar de la reja de la ventana hasta arrancarla de cuajo, pasara lo más desapercibido posible.
“Imaginate, un casamiento afuera y además los compañeros hicieron estallar bombas de estruendo en varias esquinas estratégicas de la ciudad para distraer a la policía”. Cristina recuerda que “quemaron un colectivo en la esquina de Hipólito Yrigoyen y Vélez Sársfield (a unas cuatro cuadras del penal), pusieron otros retenes en donde estaba la Federal, sobre la misma calle, y rodearon a cinco cuadras a la redonda la zona, para que pudiéramos salir corriendo cada una a los distintos autos donde los compañeros nos esperaban para sacarnos en grupos de a cuatro a distintas casas de militantes en los barrios de la ciudad”.
A pocos metros, en el Teatro Rivera Indarte (que desde hace años se llama Libertador General San Martín, y es el Colón cordobés), estaba el interventor Raúl Lacabanne (impuesto el 7 de septiembre del '74, tras el Navarrazo) en la función de gala previa al 25 de mayo. Todo un campo minado. Pero los milicianos confiaban en sus planes, los estallidos distractores, la velocidad de ejecución y el factor sorpresa.
El operativo ya tenía antecedentes. “Eran tiempos de fugas así, espectaculares”, se enorgullece Salvarezza antes de que se le cierre la garganta. Y tiene porqué. En Uruguay los Tupamaros de la cárcel de Punta Carretas lograron la fuga de 111 presos a través de un túnel en el operativo “Abuso” liderado por el “Pepe” Mujica, Raúl Sendic y Eleuterio Fernández Huidobro, el 6 de septiembre de 1971.
También en Montevideo el 30 de julio de ese mismo año, 38 mujeres se fugaron en el llamado Operativo Estrella -que narra en su libro Josefina Licitra- del penal de Cabildo. Y al año siguiente, en la tarde del 15 de agosto de 1972 había ocurrido la histórica fuga de Trelew, en la Patagonia Argentina. Por fallos en la comunicación, sólo 6 lograron llegar al aeropuerto y cooptar un avión hacia Chile, en tanto otros 19 militantes fueron atrapados y encarcelados en la base militar Almirante Zar. Allí, en la madrugada del 22, los represores les dispararon ráfagas de ametralladora mientras estaban en sus celdas. En la masacre asesinaron a 16 jóvenes y sólo sobrevivieron tres con terribles heridas y luego dieron su testimonio para los juicios y la historia.
La fuga
“Así como fue eterno, fue veloz”, resumió en un documental María Claro, una de las 26 presas políticas que saltaron por la ventana de la cocina de la esa cárcel de Mujeres.
“Mirá –retoma Cristina Salvarezza—, nosotras el único contacto edilicio más cercano que podíamos tener con la calle era esa ventana que daba a la Buenos Aires, a metros de Los Capuchinos. Y teníamos la suerte de haber llegado ahí -aunque las monjas la tenían cerrada y era altísima (el piso de la cocina estaba a un metro debajo del nivel de la calle)-, por una compañera nutricionista, Idilia Palacín.
-¿Cómo fue eso?
-Idilia se quejó de que nuestra comida era una porquería y que en todo caso a la polenta con papas y carne nos la cocinaríamos nosotras. Por turnos entrábamos y cocinábamos y mirábamos para arriba esa ventana que nos quedaba tan alta, tan inalcanzable”.
En ese sábado 24 de mayo, en esas escasas cuatro horas que quedaban para la hora “D” de la fuga que los compañeros liderados por Enrique Gorriarán Merlo habían planeado de modo “milimétrico”, las prisioneras que aceptaron el riesgo destruyeron “ejemplares que teníamos de La Estrella Roja y el Combatiente, que nos llegaban de la imprenta de barrio Güemes , y organizamos a través de las presas comunes, que nosotras llamábamos “sociales”, una función de teatro y un pequeño baile de cuartetos para hacer bulla en el comedor a la noche y tapar todo el movimiento”.
Salvarezza fue la “encargada" de la puerta de la cocina. "Después de la cena, todas teníamos que ir en grupos de cuatro para escaparnos. Para distraer a los guardias, que justo a esa hora eran el doble, porque hacían el cambio, las chicas les convidaron sánguches de milanesa que sobraron de la cena. Además –sigue con la adrenalina de quien revive un hecho capital de su vida- la “Bonie”, una presa que se había formado con la Raulito de Buenos Aires, nos avisó que los guardias pasaban la quiniela clandestina y era una hora en la que estaban muy ocupados en ese tema”. A 45 años de esa noche “linda pero fría”, se empezaron a escuchar los del casamiento de al lado, y yo tenía que dar la voz de que nos íbamos. Me quedé muda. No me salía ni un sonido de la garganta”.
-¿Y entonces?
-Tuve que arriesgarme y corrí por el patio escondiéndome en las sábanas colgadas hasta llegar a una de las chicas en el comedor y decirle al oído “¡Ya!”.
Otras dos compañeras, Sonia (Alicia) Blessa, que está desaparecida y Elena Martínez (de Hillcoat) que está en Francia, daban vueltas por el patio con sus tejidos. Ellas tenían unas esposas hechas con lana y un nudo que pemitiría que si los guardias nos querían agarrar, había que atarlos como fuera.
Así fueron pasando de a cuatro en cuatro. Las chicas, para alcanzar la ventana, pusieron sobre la mesada de granito, una mesa de madera y un banquito encima. Así de alta nos quedaba la ventana”.
Pero el tema del arranque de la reja no fue fácil: “Los compañeros llegaron en el camión y lo pusieron de culata para enganchar los garfios en la reja. Pero a los barrotes hubo que sumarle un tejido que había por fuera, cuyo alambre tenía el grosor de mi dedo meñique”.
Cuando lograron cortar ese tejido y “arrancar la reja, fue como una explosión mientras nos caía el revoque encima”. Las prisioneras comenzaron a saltar desde el boquete hacia la caja del camión. Ahí las recibían los militantes Jorge “Negro” Cortez y Salvador Farait, “Jackaroe”, como el personaje de Robin Wood en la revista D'Artagnan.
“De pronto el aire, el ruido del camión, el casamiento, las chicas saltando… pensé que me iba a estallar el corazón –revive Cristina-. Habíamos dejado para el último a dos compañeras que no querían que todo fracasara por sus estados físicos: una embarazada, María Eugenia Fernández, que tenía una panza de seis meses pero saltó como si nada; y Alicia D'Ambra, la hija de (la Madre y Abuela de Plaza de Mayo) Emi D'Ambra. Pasa que ella justo tenía cistitis y el dolor de riñones la doblaba. Saltó al final. A ella años después la desaparecieron”.
-¿Y vos Cristina, cómo fue tu salto?
-Encima que me quedé muda cuando tenía que avisar, me quedé dura cuando tenía que saltar. Quieta en la ventana mirando un árbol hasta que los compañeros me gritaron “¡Dale Petiza, saltá!”. Me tiré a la caja del camión y de ahí me ayudaron a llegar al piso. Corri, corrí y corrí con la Tota Novillo, Norma Melani y Ana María Liendo por la calle Obispo Oro hasta la Chacabuco. Ahí la indicación era subirse a una Renoleta que tuviera una calcomanía del ACA (Automóvil Club Argentino). Me acuerdo que me senté atrás y le apreté los hombros al chofer que era el “Fierrito” (Carlos Alberto) Alvarez. Le grité en la oreja ¡Fierrito vejo y peludo! Al poco tiempo supe que lo mataron…
Las cuatro y el chofer, como el resto de los autos con las 22 fugadas, fueron hacia distintas casas de militantes. A Cristina y sus compañeras les tocó “la del Gordo (Wenceslao) Vera. Cuando llegamos, entramos con la Renoleta al patio y él se estaba afeitando con brocha con el espejito colgado del árbol… El Gordo gritó de alegría cuando la vio a Norma. Le habían dicho que habría una reunión en su casa y había hecho un montonazo de canelones, pero no sabía que veníamos del Buen Pastor… “Normita, la puta que te parió! No me hagás esto, te fugaste y te viniste para acá!”, le gritó, pero riéndose la abrazó y a nosotras. Muchos años después (en febrero de 2015) el juez Federal Hugo Vaca Narvaja nos devolvió los restos del Gordo que era el secretario General de Obras Sanitarias”.
Los antropólogos del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) lograron identificarlos en una de las fosas clandestinas del Cementerio de San Vicente. A Wenceslao Vera lo secuestraron el 28 de marzo de 1976. “Era un cuadrazo el Gordo. Yo ni sabía el nombre. Sólo que era de Obras Sanitarias. Nunca nunca me voy a olvidar de lo que hizo por nosotras esa noche”. ¿Cómo pedirle a Cristina que se calle ahora que abrió compuertas? Las imágenes la hacen reír y llorar y bufar y resoplar. “No sabés, no sabés: cuando nos cruzábamos con autos compañeros y nos mirábamos las caras a través de las ventanas. Con las chicas sabíamos que no nos íbamos a volver a ver. Esa noche saqué un brazo y le hice la V de la victoria, y gritábamos ¡Hasta la victoria siempre! Esa noche fuimos libres.
-¿Cuánto tiempo estuviste encerrada en el Buen Pastor?
-Me agarraron en los primeros días de enero del '75. Me llevaron a la D2 y ahí perdí el sentido el tiempo. Vos sabés: las torturas, los golpes, el submarino que es lo peor de lo peor… Esos submarinos me terminaron comiendo la mitad de un pulmón. Me tuvieron que operar en el 2015 por secuelas que me dejaron. El bacilo de Koch (que provoca tuberculosis), entre otras cosas. Me acuerdo que cuando llegué al Buen Pastor estaba asquerosa, hecha una mugre, por las heridas y porque el agua de esos piletones estaba inmunda. Y ahí recibí la caricia más hermosa que una persona pueda recibir: Helena Harriague me abrazó, me besó el pelo pegoteado de sangre y mierda y me fue limpiando y curando mientras yo lloraba. No quiero dejar pasar esta fecha, estos 45 años sin decir su nombre. Sin decir Helena Harriague, que fue desaparecida en La Plata. Sin decir el nombre de su hijito, Sabino (Quiroga), bautizado así por Sabino Navarro, fundador de Montoneros en Córdoba. A su marido (Pedro Antonio Quiroga) ya lo habían matado (los del D2). No quiero, no queremos, irnos sin nombrar a todas y todos los que éramos y seguiremos siendo. Y Cristina lee el epígrafe de la foto del recorte los nombres de sus compañeras, que escribió desde su cuarentena:
“La primera, Elena Martínez de Hillcoat vive en Francia; María Claro vive en Buenos Aires; Helena Arriague, desaparecida, Rosa Novillo Corvalán, desaparecida; Zulma Atayde, desaparecida; Ana Vilma Moreno de Agüero, desaparecida; Susana Cristina Avila, desaparecida; Rita Silva, sobrevivió; Mirta Concurat sobrevivió; Leticia Bianchi vive en Italia; Elena Germán de Oropel vive en España. Después abajo Silvia Tubis vive en Córdoba; Norma Vázquez está muy enferma vive en Tucumán; María Rosa Cardozo murió de enfermedad; María Eugenia Fernández vive en Buenos Aires; Cristina Bollatti de Irurzún vive en Villa Constitución; Ana María Liendo, desaparecida; Laura Ortiz de Cabral vive en las sierras de Córdoba; después estoy yo (María Cristina Salvarezza); Alicia Raquel D´Ambra, hija de Emi D´Ambra está desaparecida; Sonia Alicia Blessa, desaparecida; Norma Hilda Melani, desaparecida; y Gracielita Arena, la más chiquitita del grupo, vive en Córdoba pero totalmente aislada”. Las tres que no salen: Dora Zárate de Privitera, que ya murió; María Baraldo, que vive en Agua Oro, Córdoba y Ana María Sívori, que vive en Nicaragua.
Cristina Salvarezza nunca fue atrapada nuevamente como sí ocurrió con muchas de sus compañeras de fuga. Muchas pasaron "retomaron la lucha" y pasaron por las cárceles de la dictadura. Nueve de ellas están desaparecidas (Ver epígafe de foto). La narradora, que ya era arquitecta en ese entonces, logró huir hacia Brasil por vía terrestre "ayudada por los compañeros" y luego el ACNUR (la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados) la sacó hacia Francia con su hijita.
A 45 años de esa fuga, las pocas sobrevivientes que viven cerca, pondrán flores en las columnas y baldosas de la ex cárcel –desde 2007 un coqueto shopping, curiosamente el mismo destino del penal de Punta Carretas en Uruguay- y en el monumento a la ventana de reja arrancada que da a la intersección de las calles en que estacionaron aquel camión liberador en esa noche fresca, eterna. Como la lucha.