El día que la mítica Bombonera cumple 80 años, Alberto Márcico, uno que supo lucirse sobre su césped con la camiseta de Boca, recuerda el momento más especial que vivió allí: el día que él cumplió años y, después del 2-1 sobre Mandiyú de Corrientes de aquella noche, el estadio entero le cantó su cumpleaños, con la entrañable voz que sólo pueden entonar las hinchadas. El recuerdo es metáfora de un escenario futbolístico donde todo parece posible, desde paredes que se agitan y suelos que laten hasta paradojas visuales donde jugadores levantan la mirada, y sienten que una tribuna se les viene encima o un enojado plateísta se les mete adentro de la oreja.
El 25 de mayo de 1940, Boca ya tenía identidad, títulos, gloria e historia, pero ese día se inauguró el corazón material de su patria futbolera, ese que cumple 80 años en medio de esta soledad de tribunas vacías. Aquel 25 de mayo, Camilo Cichero dio el puntapié inicial del amistoso contra San Lorenzo que le dio vida al estadio de Brandsen 805, en el barrio de la Boca, de una vez y para siempre.
Cichero fue el dirigente que cargó sobre sus espaldas la ilusión y la gestión del primer estadio de cemento, sobre las mismas tierras de la vieja cancha de madera de las calles Brandsen y Del Crucero: el presidente que le dio vida a la Bombonera fue uno de los que hipotecó su propia casa, junto al resto de aquella Comisión Directiva, para reunir el dinero necesario para la obra.
“Por el buen gusto arquitectónico y por su conformación, al estadio de Boca Juniors le llaman sus hinchas “la bombonera”. (...) Tenemos las jugadas “ahí nomás” y el grito del público llega en toda su intensidad hasta los jugadores. En la fiesta del sábado, cuando terminó de ejecutarse la juvenil marcha del club, el grito de “¡Boca!... ¡Boca!...” adquirió tal densidad que también parecía de cemento”, describe una crónica de la extinta revista El Gráfico sobre aquel día, escrita el 28 de mayo de 1940.
En el estreno de la Bombonera, los locales vencieron 2-0 a San Lorenzo, con goles de Ricardo Alarcón y Aníbal Tenorio, a los 13 y 33 minutos, respectivamente, en un partido que -según registra Guillermo Schoua en su web Historia de Boca- duró sólo 70 minutos, al no contar aún el estadio con luz artificial. La fiesta, sin embargo, había empezado mucho antes, con un desfile de atletas de diversos deportes del club y de figuras, como los integrantes de la histórica gira europea de 1925.
Uno de los que jugó aquel debut de la Bombonera fue Bernardo Nano Gandulla, notable insider izquierdo en sus tiempos de jugador y formador de varias glorias del club de la Ribera. El Muñeco Norberto Madurga, cinco que supo brillar con elegancia y uno de los que lo reconoce como su maestro.
“La Bombonera fue como mi segunda casa, la mamé desde chico, siempre con la ilusión de jugar. Fui criado un poco ahí, así que el estadio siempre tuvo una cosa familiar para mí”, define Madurga, una de las voces que aporta en una historia de la Bombonera que se escribe en multitud, como un cadáver exquisito.
Un lugar común en la historia del hogar de los y las hinchas de Boca es su misterio indescifrable: los testimonios consultados coinciden en lo imposible de ponerle palabras a la experiencia de jugar allí con la azul y oro. “Es inexplicable. No tiene una definición en palabras. Pero lo que se siente ahí no se siente en ningún otro lado, jugás totalmente expuesto al público. En la época nuestra, a los hinchas del palco los veías uno por uno, podías diferenciar al que te insultaba del que no. Es un estadio que no pasa desapercibido y te lo dice cualquier jugador, incluso los que han venido del extranjero. El hincha los 90 minutos gritando y gritando, la cancha tan cerrada… Para el que no está acostumbrado es una presión grande, pero yo siempre disfruté de jugar ahí”, recuerda Madurga, figura del fútbol en las décadas ‘60 y ‘70.
“Es un estadio vivo, que respira. El efecto combinado de sus hinchas cantando, aplaudiendo y especialmente saltando hace que el suelo vibre como si hubiera un pequeño terremoto”, fue la descripción que realizó la revista inglesa Four Four Two cuando la eligió como la mejor cancha del mundo, entre cien de distintos países del globo. El repaso histórico ofrece una curiosidad: sólo 24 horas antes de la inauguración de 1940, en Lima, a 3.135 kilómetros del nuevo hogar xeneize, la tierra se abría dando paso al terremoto más fuerte ocurrido en la capital peruana en todo el siglo XX. Tumultuoso también se encontraba entonces el mundo, en plena Segunda Guerra Mundial, a sólo un día de que comenzara la milagrosa operación de rescate de Dunkerke.
“Sí, la Bombonera se mueve”, confirma Roberto Rogel, defensor campeón con Boca de los Nacionales ‘69 y ‘70 y de la Copa Argentina ‘69. “Uno domina la cabeza porque es profesional y siempre ha sido así, cada vez que jugué en este estadio, pero se siente el movimiento. Tal vez, uno va a otra cancha y el cemento se mueve, porque la construcción hace que suceda así, pero acá se mueve la tierra. La fuerza de la Bombonera sirve para amedrentar a los contrarios y, cuando Boca no está jugando bien o va perdiendo, parece que la gente se enardece todavía más. Todo eso ayuda para que no jueguen sueltitos, ni relajados: para que se caguen, digamos”, suelta entre risas.
Los rivales que han enfrentado a Boca también consolidaron ese mito que ha crecido con el paso del tiempo. “Recuerdo que yo tenía 18 años y pensaba que eran mis piernas que estaban temblando. Vi los papelitos y me di cuenta que era la gente. Es muy fuerte, no es fácil”, contó el delantero millonario Hernán Crespo alguna vez. “La Bombonera es lo más cercano al infierno”, la definió el brasileño Romario.
El récord xeneize en la Copa Libertadores parece ser una evidencia de todas las sensaciones, que le dan vida al estadio donde todavía reina Juan Román Riquelme como el futbolista con más presencias oficiales (con 206 partidos). Boca perdió como local solamente 13 juegos (de un total de 145) a lo largo de sus 28 participaciones en el torneo más importante del continente. Allá por 1978, Carlos Salvador Bilardo la definió como “la cancha más difícil de América”, luego de que su Deportivo Cali perdiera 4-0 en la vuelta de la final de la competencia. Aquel 28 de noviembre, el equipo del Toto Lorenzo alcanzó el bicampeonato de América, pero con un gustito inédito: fue la primera consagración de la Libertadores en el césped de la Ribera.
“Cualquier hincha de Boca pagaría lo que no tiene por ponerse la camiseta y jugar en la Bombonera”, le dice a Líbero el Beto Márcico. El valor diferencial de su afirmación es que él la cumplió. El 24 de abril del ‘92, en el 2-1 ante Unión, en su quinto partido en la formación xeneize, llegó su primer grito allí. “Me acuerdo que, ni bien hice el gol, me arrodillé -se acuerda-. Le agradecí a Dios por dejarme jugar con esta camiseta. Desde que llegué a Boca estaba desesperado por hacer un gol en la Bombonera. Yo soy hincha y socio del club desde chiquito, así que para mí era algo muy especial”.
A lo largo de estos 80 años, no sólo han habido cambios materiales en el estadio. Las distintas generaciones que iban cada fin de semana a ver a Boca -hasta la suspensión a causa del coronavirus- vivían una experiencia dotada de sentidos bien distintos. Mientras que habrá quienes abracen la cancha haciéndole like al video de un dron que la recorre en la soledad de estos días, también estarán quienes sonrían con sus propios recuerdos subterráneos.
“A mí, la cancha me une a mi papá José Domingo, con quien vi mi primer partido ahí, cuando tenía cinco años. Y, cuando no había partido, íbamos igual. Abajo, la Bombonera tenía una vida muy especial. Mi papá era fanático del box y, en los pasillos, había también judo, lucha, se vivía algo muy diferente, lleno de cosas lindas”, cuenta Márcico.
El estadio que forjó Camilo Cichero llevó su nombre desde abril de 1986 hasta diciembre de 2000, cuando Mauricio Macri, entonces presidente del club, lo cambió por el de Alberto J. Armando. “Nena, ¿querés ir al cine o querés ir a ver la cancha de Boca?”, recordó una vez Alicia, hija de Cichero, que le decía su papá durante los días en los que la Bombonera estaba en construcción. Ella, quizás la única mujer que vio nacer el estadio xeneize, siempre elegía el hogar del fútbol.
La Bombonera, sin embargo, tardó demasiado en ser hogar del fútbol para ellas, las jugadoras . Y también su campo de juego es huella de un hito histórico: allí se jugó, el 25 de septiembre del año pasado, el primer superclásico de la era semiprofesional del fútbol femenino de Argentina, que las Gladiadoras xeneizes ganaron 5-0 y que fue el último juego que disputaron allí.
Algunos la han comparado con el mismísimo infierno. Y otros, como Carlos María García Cambón -que debutó en su césped haciéndole cuatro goles a River en un Superclásico- han dicho que subir los peldaños hacia el campo de juego "era como ir rumbo a la felicidad”. La Bombonera cumple 80 años y habrá quienes verán lo injusto de que al imponente estadio le toque festejar en soledad. Aunque quizás, si alguien pudiera sumergirse ahora mismo en alguno de sus rincones, tal vez sentiría algo: un temblar, un latir, un rugir, o una felicidad populosa recorriéndola otra vez, como aquel 25 de mayo de 1940 y como cada vez que juega Boca.