Llama la atención la ligereza con que muchos medios y sus interlocutores hablan y escriben de ciencia. En algunos casos generan artículos que desinforman conducidos por intereses particulares o por falta de conocimiento específico. Luego todo resulta simple y esta desinformación, más conocida como fake news, es propagada velozmente a través de las redes.
En este contexto, y como ejemplo, una rama de las ciencias, la de las ciencias naturales, es particularmente subvalorada y malinterpretada. El ambiente, tan cercano y cotidiano, parece invitar a que todos opinemos y saquemos nuestras propias conclusiones, muchas veces sin conocer que para el conocimiento en el ambiente es necesario entender herramientas y conceptos complejos. La naturaleza es un sistema laberíntico, en donde existen incalculables interacciones y procesos que requieren un abordaje profesional e integrado. Por ejemplo, pensemos en lo complejo que es un organismo como los humanos y lo difícil que se percibe la medicina. Bueno, ahora pensemos que ese humano es un elemento más de los millones que abarcan las ciencias naturales. Nos preguntemos ¿Cuántos periodistas reconocemos de política, espectáculo y deporte? Ahora hagamos la misma pregunta, pero con periodistas especializados en ciencia. Ni qué decir de ciencias sociales.
Otro punto está anclado a la educación. La enseñanza de la ciencia en general está abordada de manera incompleta o errónea. En general asociamos ciencia a tecnología. Lo que planteamos como ciencia cotidianamente en realidad son el conjunto de instrumentos, recursos técnicos, herramientas o procedimientos empleados en un determinado campo o sector, es decir robótica, laboratorio, cálculos complejos o estadística, por nombrar algunos.
Ciencia es, según su definición en la RAE, el conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente. Para hacer ciencia tenemos que aprender todo esto. Aquí la clave es observar y razonar, que, aunque son acciones innatas, deben ser mejoradas y ejercitadas para finalmente ser incorporadas en acciones sistemáticamente estructuradas con una metodología especifica. Desarrollando e incorporando desde la escolaridad temprana la formulación de experimentos científicos, y no solo la repetición de alguna de sus herramientas, podremos entender la ciencia.
Otro problema es que no necesariamente quien hace ciencia es capaz de divulgarla. La divulgación de la ciencia es un área sumamente interesante y requiere de mucha formación. Los mejores ejemplos en nuestro país son Adrían Paenza o Diego Golombek, científicos que después de desarrollar sus carreras de posgrado y como docentes en universidades públicas importantes se dedicaron a la divulgación científica. Internacionalmente quizás Neil deGrasse Tyson sea el más conocido por la reedición de la serie Cosmos. Aquí es necesaria además una autocrítica y evaluación del sistema científico y académico.
Este sistema muchas veces no reconoce ni valora la divulgación en ciencias, ya que es necesario un gran esfuerzo y motivación personal y muchas veces con fondos propios para realizar divulgación. Solo pensemos por un momento cuantos científicos conocemos que divulguen la ciencia y cuantos existen en los organismos académicos y científicos. Alguna vez nos preguntamos ¿Cuántos y en qué trabajan los científicos argentinos que investigan en las universidades, CONICET o en el ámbito privado?
Pero volvamos al principio, entonces ¿Cuál es el problema de que los medios aborden las ciencias sin ningún tipo de conocimiento o formación especializada?
Inicialmente esta percepción genera una fuerte subjetividad en los lectores, en muchos casos los periodistas se refieren a los científicos como personas medio raras que viven en un universo casi de fantasía, ajenos a la realidad y por lo tanto con inquietudes y acciones innecesarias. En este sentido es necesario aclarar que todos los avances tecnológicos son posibles gracias a la ciencia. Por ejemplo, no sería posible el desarrollo de vacunas si nadie nunca hubiera observado y estudiado los virus y bacterias.
Esas acciones de desinformación generan que todo tipo de conocimiento científico, desde el cambio climático hasta las vacunas, ni qué hablar de la ecología o el estudio de especies amenazadas, enfrente una furiosa oposición. Y usted dirá: son diferentes opiniones, ¿cuál es el problema? Y justamente ese es el problema: son opiniones, posturas, y la ciencia no lo es, la ciencia provee de datos comprobables sometidos a métodos sistemáticos evaluados en un proceso constante de refutación y validación. Ese proceso nos permite superarnos y desarrollarnos como sociedad.
Esta desinformación es peligrosa. Hoy es la gran responsable de la baja en las coberturas de vacunación en algunas regiones, lo que a su vez colabora con el resurgimiento de enfermedades ya controladas como el sarampión. Es responsable de la utilización de métodos ineficientes para el control de organismos con el consecuente costo económico y sanitario para todos como es el caso de especies invasoras o vectores de enfermedades. La desinformación también conduce a que se apliquen inadecuadas políticas de manejo y conservación de ambientes y especies sin entender su biología resultando en cambios en patrones climáticos generando no solo enormes pérdidas económicas sino también muertes evitables por hambrunas y pobreza extrema y la emergencia de enfermedades como el COVID19.
¿Qué podemos hacer entonces?
Empecemos involucrándonos. Exijamos la incorporación de la educación en ciencias en las currículas desde la escuela primaria. Leamos profusamente artículos que hablen de ciencia, investigando las fuentes, contrastando la información y sobre todo siendo curiosos y preguntándonos continuamente el por qué de todo. Pero sobretodo evitar la difusión de falsas noticias que desinformen, evitemos circular mitos virales, ideas conspirativas con hipótesis dudosas o insostenibles.
¿Cómo podemos reconocer estas desinfornoticias?
Bueno, generalmente el artículo adjudica los “resultados” a un grupo particular (inserte supuesto individuo, activista, político, partido, organización u organismo que actúa en las sombras). Ponen “datos” sin referencias o cita de fuentes bibliográficas. Refieren a “un caso” que conoce, muchas veces antiguo o sin fecha precisa; eso sí, siempre citan a YouTube, Facebook o cualquier red social como fuente de información. Usan palabras subjetivas para referirse a conclusiones científicas tales como quieren, sienten, perciben, etc. Niegan los resultados sin ninguna fundamentación para finalmente, y casi peyorativamente, emitir juicios personales sobre “ellos”, exigiendo acciones sin ninguna propuesta concreta que resuelva el problema.
Muchos medios llevaron al nivel de dogma el teorema de Thomas: “no importa que algo sea verdad o mentira, lo que importa es que se lo dé por cierto y en ese caso produce efectos reales”. En resumen, las fake news, que gracias al monopolio y servidumbre de muchos medios periodísticos circulan a mayor velocidad que la información correcta, potenciada por las redes, donde se arman ejércitos de trolls, haters, conspiranóicos, pseudocientíficos y profetas postmodernos. De este modo condicionan a una enorme proporción de la sociedad, que de buena fe comparte esta la realidad creada por los títeres disfrazados de comunicadores.
Por eso es que debemos estar todos juntos en esto, como sociedad. Es importante entender que la ciencia es el instrumento que nos va a permitir ser críticos y autocríticos, cuestionar y evaluar objetivamente acciones y decisiones. Volver al principio. Como cuando aprendíamos todo y nos preguntábamos todo. Si lo hacemos en conjunto y seriamente, nuestro sistema social también lo hará, y entonces mejoraremos mucho nuestra calidad de vida, la de todos. Que la ciencia sea nuestra manera de aprender.
*Doctor en Biología. Investigador y docente de la Universidad Nacional de Salta.