La patria cumple 210 años y ya estamos grandes como para dejarnos extorsionar ¿La patria está pausada por la pandemia o por la crisis del capitalismo argentino o, mejor, por la infame deuda externa a la que nos sometieron los últimos cuatro años de neoliberalismo feroz del macrismo? Demasiadas veces hemos permitido la extorsión a pesar de que cada vez se puso el grito en el cielo contra la opresión, como hicieron en 1810 Mariano Moreno y Manuel Belgrano, por ejemplo. Ellos escribieron -como ahora se escribe desde Página12 que también cumple 33 años-- ríos de tinta contra los opresores de entonces: los contrabandistas y hacendados del puerto de Buenos Aires aliados a los imperios de turno: españoles e ingleses, que contaban para eso con funcionarios coloniales imbricados con las familias patricias. Se dijo que era muy complicado dar la libertad a una tierra de indios, mulatos y esclavos. Pero la rueda de la historia siguió girando con luchas apasionadas y la nueva nación en armas. A Juana Azurduy, Belgrano y San Martín les tocó la balacera de las guerras de la Independencia. La sangre corrió con heroísmo. Moreno murió rumbo al exilio diplomático. Juana perdió sus hijos y esposo en las batallas y murió un 25 de mayo de 1862 en un cuarto plagado de vinchucas. Belgrano murió pobre y desolado por la anarquía. San Martín, en el exilio: no pudo regresar porque se lo impidió el gran endeudador del siglo XIX, Bernardino Rivadavia, sirviente de la banca Baring Brothers. Hubo deuda impagable (se tardó cien años) con Inglaterra, hipoteca de tierras y el siglo XIX terminó con una patria famélica, exterminio de indios en la campaña de Roca, sin reforma agraria y el latifundio como destino improductivo. El mitrismo impuso la pax liberal sangrienta con la Guerra de la Triple Alianza y hasta Sarmiento escribió una copla irónica saludando “a la gran deudora del sur” en la cara del presidente Nicolás Avellaneda, que fijó la doctrina de pagar como diera lugar con “el hambre y la sed” de los argentinos. El siglo XX de expansión y concentración capitalista luego de la primera Postguerra Mundial nos encontró esclavos de una deuda infame, con protestas obreras y el odio a las nacionalizaciones de Hipólito Yrigoyen, al que derrocaron con el primer golpe militar de la historia antes de que se sellara la nacionalización de YPF. La década infame transformó a la Argentina en la perla más preciada de la corona británica. Aunque ya lo era, hasta que la crisis derivada de la Segunda Guerra mundial lanzó a esta patria a la aventura de crecer con lo propio. En ese intervalo del capitalismo- que marchaba a un nuevo ciclo de reparto del mundo con la hegemonía de los Estados Unidos- Juan Perón pensó un país donde el Estado construyera las bases de un desarrollo industrial propio, con la nacionalización de las finanzas, el comercio exterior, con elevados niveles de reparto del ingreso nacional. El famoso fithy-fithy entre obreros y empresarios, con una burguesía nacional, pequeña y mediana, que necesitaba ese Estado para crecer. Era la patria libre, justa y soberana que tenía como meta ser independiente. Fue a ese gobierno que se le asestó en 1955 el golpe militar comandado por el general Eugenio Pedro Aramburu, que inauguró 17 años de proscripción política y represión al movimiento que se había atrevido a demostrar que con desigualdad social no hay patria posible. Los militares golpistas corrieron a integrarse al recién creado Fondo Monetario Internacional (FMI) el 19 de abril de 1956. La deuda externa, a partir de entonces, fue la constante de todos los gobiernos antipopulares- civiles y militares- que sumaban ajustes, desigualdad y fuga de divisas permitidos por funcionarios ad hoc, gerentes en las sombras de grandes empresas nacionales y extranjeras. Ese golpe militar y esas decisiones económicas fueron, sin duda, la prehistoria de las oleadas endeudadoras del siglo XX, que se interrumpieron en 1973 con la llegada del último gobierno de Perón y la construcción de un Gran Pacto Social. Por poco tiempo: el capitalismo entraba en su fase de financiarización y concentración desaforada de la riqueza. En 1976, se inició la primera gran oleada neoliberal bajo ese paradigma con el golpe militar de Videla-Martínez de Hoz, el más sangriento de la historia argentina, avalado por los EE.UU. Se incrementó la represión, la desocupación, la inflación, la pobreza y la desigualdad al ritmo del endeudamiento externo. La historia revela que el dinero de la deuda se usó para la fuga de capitales, el engorde de una burguesía argentina transnacionalizada que evade impuestos y acumula riqueza off shore hasta llegar a poseer un PBI completo del país afuera. El advenimiento de la democracia, con Raúl Alfonsín, no torció ese rumbo aunque impulsó el Nunca Más a los crímenes de Estado como un pacto civilizatorio de los argentinos. Pagar el endeudamiento de la dictadura significó, con el gobierno de Carlos Menem en los noventa, ingresar a la segunda oleada neoliberal: expropiación del Estado y reformateo de la estructura productiva. Esta oleada, remató al Estado de todos, faenó y extranjerizó el patrimonio nacional. Se vendieron YPF y Aerolíneas, por ejemplo. El ciclo se interrumpió con la llegada al gobierno de Néstor Kirchner luego de la crisis terminal de 2001, rematada con un default. Le tocó negociar y cancelar deuda externa. Lo hizo. Pagó al FMI. Y el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner continuó con un desendeudamiento que llevó al porcentaje más bajo de deuda extranjera del PBI. La tercera oleada neoliberal fue la más mortífera. El único plan económico del gobierno de Mauricio Macri fue un endeudamiento criminal por generaciones. Armar un paraíso financiero que permitió la fuga de, ahora lo sabemos por el informe reciente del BCRA, 86 mil millones de dólares. Dos veces las reservas actuales del país. La deuda alcanza el 98% del PBI. El 1% de empresas fugaron 46 mil millones; el 1% de personas físicas, más de 16 mil millones de dólares: los buitres nacionales. Son unos pocos, entre ellos, las principales empresas agroindustriales, los bancos y de medios de comunicación que hoy presionan para que se pague como sea. Ellos son parte de los fondos de inversión o prestamistas extranjeros. La negociación del gobierno de Alberto Fernández-CFK con los acreedores es ardua. Los buitres nacionales presionan contra la cuarentena para abrir la economía. Quieren un gobierno débil que acumule muertos por la peste que carcoman su prestigio, al que les sea fácil empujarlo a permitir un nuevo saqueo: esta vez, pagar intereses usurarios con el remate de recursos naturales. No es la pandemia la que tiene pausada a la Argentina. Es hora de un Nunca Más al neoliberalismo. De terminar con la sangría y la desigualdad que nos lacera. De tener la valentía política de terminar con la impunidad y paguen con sus impuestos y bienes los saqueadores, como punto de partida para la construcción de un Gran Pacto Nacional que le quite la pausa a la patria.
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