Estremece, acongoja, recordar al 25 de mayo de 1973. Héctor Cámpora saludaba con una sonrisa interminable a la multitud que lo vitoreaba: lo habían rejuvenecido en sentido estricto y figurado. La Plaza expulsaba a los milicos: “se van/se van/y nunca volverán”. Volvieron para ser peores, en menos de tres años.
El presidente chileno Salvador Allende, invitado especial, recibía vítores y lo machucaban a abrazos. Nadie suponía que el 11 de septiembre estaría muerto y derrocado.
La interna peronista se disputaba con fiereza y un compartido voluntarismo. El sector ganador –-imaginaban tirios y troyanos, de izquierda o de derecha-- gobernaría para siempre. Cámpora se fue tras 49 días del gobierno, maltratado. Falleció adolorido en el exilio.
La alegría, la militancia, la epifanía, el “luche y vuelve” alumbraron ilusiones equivocadas: primaba una pésima lectura de la correlación de fuerzas.
**
Néstor Kirchner y Cristina Fernández participaron en esa jornada feliz, soleada. La guardaron en sus retinas y sus corazones.
El 25 de mayo de 2003 Kirchner recorrió el trayecto que va desde el Congreso a la Casa Rosada evocando aquel día. Cualquiera que entrara a su despacho debía acompañarlo hasta la ventana. Si era peronista, NK le preguntaba: “¿te acordás?”. Quien estuvo, se acordaba.
En el mercado de apuestas nadie le adjudicaba mucha sobrevida política al presidente. Sería un títere, de Eduardo Duhalde o de Cristina. Se estimaba casi imposible que terminara el mandato. El prohombre José Escribano escribió en La Nación: “La Argentina decidió darse gobierno por un año”. La pifió feo.
Kirchner construyó poder con herramientas democráticas. Mejoró todos los indicadores socio económicos, creó millones de puestos de trabajo, articuló con países vecinos y hermanos. Construyó una etapa de estabilidad política democrática sin parangón: tres gobiernos consecutivos legitimados por el voto popular que entregaron el poder cuando fueron batidos en las urnas. Contribuyó a años de paz sin precedentes en América del Sur.
Con conflictos, desde ya. Juan Carlos Blumberg en 2004 y las patronales agropecuarias en 2008 ganaron la calle y las rutas, jaquearon a Kirchner a su sucesora Cristina.
**
El Bicentenario en 2010 fue una fiesta popular, masiva, pletórica de alegría, música y goce. Nadie se privó, nadie quedó afuera. La conflictividad se puso en pausa. Una coreografía bella, hospitalaria y de alta calidad dio marco al festejo.
En esos años el kirchnerismo acrecentó el patrimonio cultural con dos obras perdurables, que funcionan en forma gratuita, que regalan disfrute a centenares de miles de personas: Tecnópolis y el Centro Cultural Kirchner. Construidos con materiales nobles, abiertos a todas las clases sociales. La arquitectura, como en el primer peronismo, se constituye en bien público.
**
Alberto Fernández tenía 14 años en el 73, juró como jefe de Gabinete de “Néstor” en el 2003, en el 2010 estaba enfrentado con éste y con CFK. Hoy es presidente. Atravesó este lunes un aniversario desangelado, extraño, trémulo. El Tedeum sin la presencia de los fieles. El primer mandatario, imposibilitado de cruzar la Plaza histórica a pie para llegar a la Catedral. La ciudad semivacía, atravesada por personas con barbijos.
¿Cuánto va a durar? ¿Qué quedará después? Las preguntas que no se hicieron en 1973 y se respondían erróneamente en 2003 ahora versan sobre la pandemia. Un hecho de la naturaleza (simplifiquemos) que pone en vilo a la economía, las sociedades y las vidas en todo el mundo. Nadie conoce las respuestas.
En contados meses Fernández se relegitimó como líder en la crisis. Se jugó para proteger la vida de Evo Morales y darle asilo. Diseñó un esquema digno y racional para renegociar la deuda externa. Adoptó medidas inteligentes, tempestivas, para enfrentar al coronavirus. Ninguna de esas bregas está resuelta, acechan desenlaces temibles.
Nunca se conoce el futuro, menos en un escenario inédito y atroz. Sólo cabe esperar, desearle y exigirle al presidente Fernández que cumpla el pedido de Kirchner cuando le tomó juramento: “ahora vas a tener que laburar”. Que siga actuando sin escuchar las recetas ni las amenazas de la derecha vernácula.
Y desear a toda la ciudadanía que banca los padeceres de la cuarentena que llegue pronto la imprecisa “nueva normalidad”. Que en semanas o meses resignifiquemos el verso del himno y cantemos a coro- -sonrientes y semi amuchados con distancia social-- “al gran pueblo argentino, salud”.