En mayo de 1973 el peronismo había vuelto al gobierno después de 18 años de proscripción. El triunfo de Cámpora había puesto fin a casi dos décadas de resistencia en la clandestinidad, con persecuciones a los principales cuadros y dirigentes de base, detenciones y exilios. El rol de Rodolfo Galimberti durante los últimos años había sido de gran utilidad como articulación entre la Juventud Peronista y Perón en Puerta de Hierro, pero ya ganadas las elecciones, había insistido en una postura radicalizada que no era la que reclamaban los nuevos tiempos. Abal Medina había demostrado ser un armador más racional y eficiente, de modo que cobró mayor relevancia.
Con Cámpora en el gobierno, el Loco Galimba había dejado de ser el delegado de la JP. Aquel discurso sobre la creación de “milicias populares” armadas, había producido una eclosión en la estructura del movimiento. Desautorizado por el mismo Perón, había sido degradado en el escalafón de la militancia a cuadro orgánico y a “empezar de cero”. Montoneros lo reemplazó en ese momento por Juan Carlos Dante Gullo, el “Canca”. Si bien no tenía la representación, el carisma y la mística que transmitía el Loco, era un cuadro propio y contaba con el beneficio de liderar la Regional Capital. Es lo que tuvo que pagar Montoneros para no deteriorar la relación con el General, que ya comenzaba tensionarse respecto del rumbo que debería tomar el país. Si bien Rodolfo había perdido poder dentro de la agrupación, su carisma y poder de convocatoria se mantenían intactos. El Loco no se resignaba a ser un mero militante raso, su fuerte personalidad y experiencia lo hacían incompatible con ese mandato.
La tensión dentro del peronismo
La tensión entre la juventud y la burocracia dentro del peronismo se veía cada vez más exacerbada. El día de la asunción del nuevo gobierno, los inmensos carteles de Montoneros y FAR y la adhesión que provocaban en los manifestantes no dejaban dudas acerca de quiénes capitalizaban el entusiasmo popular. La presencia en el recinto de Salvador Allende y del presidente cubano Osvaldo Dorticós Torrado era toda una señal. El peronismo iba a la izquierda al grito de “Chile, Cuba, el pueblo te saluda” y “Se van, se van y nunca volverán”, en una plaza donde se mezclaban obreros y jóvenes montoneros junto a fuerzas de seguridad desbordadas e increpadas por tantos años de represión al pueblo.
La llamada “Tendencia Revolucionaria” del movimiento tenía una presencia más que importante dentro del Frente Justicialista de Liberación (Frejuli) que llevó a Cámpora a la presidencia. Varias dependencias públicas fueron tomadas en aquellos días y muchas provincias quedaron bajo su control, como por ejemplo Buenos Aires, cuyo gobernador era Oscar Bidegain, cercano a la Tendencia, frente al recelo de los sectores más ortodoxos y de derecha del movimiento, entre los que se encontraba la burocracia sindical, cuyo representante principal era el Secretario General de la CGT, nombrado por Perón en 1970, José Ignacio Rucci. Otra provincia importante, Córdoba, estaba gobernada por Ricardo Obregón Cano y el vicegobernador Atilio López, de la CGT combativa de Córdoba, posteriormente asesinado por las Tres A en 1974.
La Tendencia Revolucionaria del movimiento colocó algunos ministros en áreas importantes del gobierno: Esteban Righi, en Interior; Juan Carlos Puig, en Relaciones Internacionales; y Jorge Taiana -padre del actual senador homónimo y médico personal de Perón-, en Educación, pero la ortodoxia y la derecha habían logrado otras áreas. El estratégico Ministerio de Desarrollo y Bienestar Social quedó en manos López Rega, “el Brujo”, secretario personal de Perón en Puerta de Hierro, ex cabo de policía y practicante de ciertas técnicas esotéricas, gracias a las cuales se había acercado a Estela “Isabel” Martínez de Perón en 1965.
En los sucesivos días comenzaron a aflorar las profundas contradicciones en el seno del gobierno. En el área económica fue designado José Ber Gelbard. Perón entendía que era el hombre indicado para manejar la compleja coyuntura social que atravesaba la Argentina. Si bien su procedencia era del PC, su política económica iba a estar orientada a armonizar los intereses del capital y el trabajo, una política más cercana al ideario del peronismo clásico de la “comunidad organizada”: el llamado Pacto Social entre empresarios y trabajadores. En su libro El Burgués Maldito, María Seoane señala que Gelbard “en principio debía cumplir con el compromiso que había asumido ante la CGT-CGE dos días antes de la asunción de Cámpora: reformar las estructuras de comercialización de productos de la canasta familiar, definir métodos para aumentar la producción industrial y mecanismos que permitieran la reducción de costos patronales pero sin que esto significara un ajuste del salario. La idea era contribuir a una desaceleración inflacionaria y lograr la recuperación de la capacidad adquisitiva del salario”. Galimberti, dentro de la estructura de Montoneros-JP y demás sectores de la izquierda peronista y no peronista, veían a esas políticas cómo demasiado moderadas, y las cuestionaron desde el primer momento con distintos matices. Las catalogaban de “burguesas capitalistas”.
Galimberti planteaba que el gobierno de Cámpora debía tomar las propuestas históricas de peronismo combativo y trasladar las instancias de decisión política hacia las bases, "donde se construye el poder organizado del pueblo”.
Un claro indicador de los vientos de cambio de aquella época fue el llamado “Compromiso con el pueblo”, que en esos días de 1973 dio a conocer la Juventud Peronista. En este sentido, Eduardo Jozami, en su libro Rodolfo Walsh, la palabra y la acción, señala la participación de Rodolfo Galimberti en la elaboración de dicho documento, junto a otros delegados regionales y parlamentarios de la JP. Allí se planteaba “profundizar el programa de gobierno en el sentido de las propuestas históricas del peronismo combativo" -La Falda, Huerta Grande y la CGT de los Argentinos- y trasladar las instancias de decisión política hacia las bases, "donde se construye el poder organizado del pueblo”. Por supuesto que se ratificaba el liderazgo de Perón en el nuevo proceso que se suponía estaba comenzando.
La noche del 25 de mayo de 1973 se produjo el llamado “Devotazo”. Por la mañana Cámpora había entregado el proyecto de la ley de amnistía, una promesa de campaña, para que se debatiera en el Congreso. Según el periodista Marcelo Larraquy, al atardecer una radio informó que una multitud caminaba con antorchas hacia Devoto para presionar por la liberación de los presos. Desde afuera llegaba un bramido, como un grito de guerra: “Reviente quien reviente, libertad a los combatientes”. Al prefecto Díaz, a cargo de la dirección del penal, le preocupaba que los presos comunes, que permanecían encerrados en sus pabellones, se amotinaran y aprovecharan el descontrol para salir de la cárcel. Eran más de tres mil. Ya habían roto algunas rejas de acceso y habían incendiado colchones. Algunos guardiacárceles dejaron sus uniformes y se vistieron de civil, por prevención. El sábado 26 de mayo, con los presos políticos de todo el país en libertad, Cámpora firmó el indulto. Ese día, la Cámara de Diputados inició el debate del proyecto de Amnistía, lo votó y lo trasladó al Senado. La ley fue sancionada en la madrugada del domingo 27, con unanimidad de todos los representantes de los partidos políticos.
En Rosario y con perfil bajo
Pero mientras la militancia juvenil vivía su hora más efusiva, Galimberti debía cultivar un perfil bajo luego de su degradación en el escalafón de la organización. En Rosario tenía bastante tiempo libre. No era un muchacho que se caracterizara por la pasividad o la mera reflexión político-intelectual desvinculada de la adrenalina del militante vehemente y apasionado. El Loco le ponía el cuerpo a las balas, así fue desde sus inicios en la militancia con los Tacuara en San Antonio de Padua; esa era su personalidad y no estaba en sus planes cambiar. Empezó a practicar taekwondo en el club Huracán, consideraba que tenía que aprender el arte de la defensa personal por si alguna circunstancia lo encontrara desarmado. Tenía muchos enemigos en la política. El bajo perfil también era una forma de resguardarse. Durante el día se movía en las calles como un gato, cruzando veredas a mitad de cuadra y cambiando el rumbo de improviso para detectar si era seguido. Limpiaba su arma por la madrugada, dormía hasta la hora del almuerzo y comenzaba su trabajo de militante entrada la tarde.
Las contradicciones de las distintas vertientes del peronismo iba haciéndose cada vez más notorias. “La patria socialista”, cuyas consignas levantaban los sectores nucleados en la tendencia revolucionaria, chocaban cada vez más con los sectores que enarbolaban las banderas de la “patria peronista”, sectores de la ortodoxia y la derecha del movimiento. No había lugar para las medias tintas: todo parecía polarizarse entre estas dos visiones. La llamada “burocracia sindical” controlaba los principales sindicatos en la estructura del mundo del trabajo. Si bien Montoneros/JP había creado la JTP (Juventud Trabajadora Peronista) para contrarrestar su influencia, apenas lograban poner un pie en las comisiones internas de las fábricas. En esta línea, Eduardo Jozami explica que “la debilidad estructural de la Tendencia se advertía en la escasa incidencia, aún en el período de Cámpora, en la política económica y social del gobierno, expresada en el Pacto social entre la CGT y los empresarios de la CGE, encabezados por Gelbard. A pesar del crecimiento de las corrientes combativas, la burocracia seguía controlando la estructura sindical”.
El 20 de junio de 1973 lo que iba a ser una fiesta popular se transformó en tragedia. El avión que traía a Perón en su regreso definitivo debía aterrizar en Ezeiza. Casi un millón de personas marchaban a recibir al General. Se había construido un palco donde daría un discurso a la multitud congregada, pero no fue así: la organización y seguridad del acto quedaron bajo la influencia directa de López Rega. A través del secretario de Deportes, el general Osinde, se reclutaron bandas de matones contratados por la recién creada JSP (Juventud Sindical Peronista) y del CdeO (Comando de Organización), una fuerza de choque de corte fascista. La seguridad debía impedir que las columnas montoneras se acercaran al palco. Galimberti estaba junto a la Conducción Nacional de Montoneros en un micro oscuro de la Universidad de Buenos Aires que avanzaba en dirección al palco. Ya tenía alguna certeza de lo que podía ocurrir: “La derecha iba a reprimir a la izquierda del peronismo, para provocar una masacre y debilitar a Cámpora”. Según sus biógrafos, Larraquy y Caballero, “la información de Galimberti provenía de Juan Manuel Abal Medina, que mantenía diálogo con la UOM y Montoneros. Había integrado la Comisión del Regreso pero sin poder de decisión”.
Leonardo Favio era el locutor oficial del acto cuando empezaron los primeros disparos: “No se preocupen, son cohetes, fuegos artificiales. No pierdan la calma compañeros”. Era la primera vez que la derecha peronista esgrimía sus armas directamente contra la izquierda del movimiento. Fue una masacre, una cacería de militantes de la JP-Montoneros. Disparaban de todos lados con armas largas. Había comenzado el principio del fin del gobierno de Cámpora. Perón finalmente aterrizó en la base aérea Morón, no hubo fiesta popular. Perón habló por televisión al día siguiente: “Los que ingenuamente piensan que pueden copar nuestro movimiento se equivocan”. El golpe palaciego se había consumado, Cámpora y Solano Lima renunciaron a sus cargos el 13 de julio.
Aunque Galimberti no ejercía ninguna influencia en la Conducción Nacional de Montoneros, algunos fines de semana frecuentaba a sus jefes en un local semipúblico de Callao al 100 o se acercaba al departamento de Roberto Perdía en Avenida de Mayo y Salta. Les contaba acerca de sus años de militancia barrial; mezclaba relatos pintorescos que seguían cautivando a sus interlocutores después de alguna reunión de importancia. En una solicitada, las 62 Organizaciones advirtieron a las organizaciones armadas: “Los argentinos no sabemos arrugarnos a la hora de la verdad, aceptamos el desafío. Iremos a buscarlos uno por uno, porque los conocemos. Han rebasado la copa y ahora tendrán que atenerse a las consecuencias”. Era un grito de guerra frontal. Galimberti extremó sus condiciones de seguridad, ya que muchos de sus viejos compañeros de militancia de los años sesenta estaban actualmente enrolados en la derecha del movimiento. Vivía perseguido y sospechaba de todo el mundo. En el mes de septiembre de 1973, sentado en un bar de Callao y Bartolomé Mitre, vio entrar a un ex compañero de su colegio primario de Merlo. Cuando se le acercó a saludarlo fingió no conocerlo.
El triunfo de Perón y el quiebre con la "juventud maravillosa"
El 23 de septiembre, la fórmula Perón-Perón, con Isabel de vicepresidenta, ganó las elecciones con el 62% de los votos frente a la fórmula Balbín-De la Rúa, que alcanzó el 24,4%. A tan solo dos días de la asunción, Montoneros ejecutó al secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci. Dante Gullo, que se enteró del hecho en una reunión con el General, culpó a la CIA. Galimberti pensó que se trataba de una acción del ERP. En la militancia había confusión y desconcierto. Como era de esperar, la Tendencia no logró incorporar en el nuevo gobierno a ninguno de sus hombres, solo quedaba Jorge Taiana en el Ministerio de Educación. El 12 de octubre se produjo la fusión de FAR y Montoneros en una misma organización político-militar. Mario Firmenich quedó a la cabeza de la organización seguida por Roberto Quieto, Perdía, Fernando Vaca Narvaja, quien era el referente de Galimberti en Rosario, y Marcos Osatinsky.
En noviembre de 1973, ya con Perón en el ejercicio del gobierno, Galimberti realizó su accionar gremial más osado. Según cuentan sus biógrafos, ocurrió cuando intercedió en forma personal en un conflicto con la empresa constructora Dorset, por la reincorporación de cuatro obreros despedidos y deudas de la empresa de parte de los salarios y asignaciones familiares pendientes. No había acuerdo posible hasta que llegó Galimba con algunos muchachos. Solucionó pronto el problema: saludó al gerente, se lo llevó de la reunión y le puso un revólver en la cabeza: “Si no reincorporás a los obreros y les pagás los sueldos, te vuelo la tapa de los sesos. Ahora”.´
A fines del 73 Galimberti tuvo su accionar gremial más osado. “Si no reincorporás a los obreros y les pagás los sueldos, te vuelo la tapa de los sesos”, le dijo al gerente de una empresa y así consiguió la reincorporación de cuatro obreros despedidos.
El gerente firmó todos los papeles sin vacilar. Ese era el clima que se vivía en aquellos tiempos convulsionados. Las Tres A comenzaban a amenazar y, en los sucesivos meses, a asesinar de forma recurrente militantes de izquierda, delegados gremiales de todas las tendencias de izquierda, así como a artistas reconocidos catalogados de “comunistas”, “bolches” o “trotskos”. El 17 de diciembre Galimberti se enteró de que su hermano Hugo se había pegado un tiro en la cabeza. Rodolfo estaba convencido de que no se había suicidado, sino que era una venganza contra él.
El 1 de mayo de 1974, en conmemoración del Día del Trabajador, Perón dio un discurso en la Plaza de Mayo. Fue el quiebre definitivo con la “juventud maravillosa” que había sabido ensalzar en años anteriores. El movimiento pendular de izquierda a derecha que había mantenido de forma estratégica, empezaba a crujir a medida que su enfermedad avanzaba y que los distintos actores agudizaban sus posturas; las contradicciones eran insalvables. En aquella plaza, que había sido un símbolo durante las primeras dos presidencias de Perón, ahora la juventud coreaba consignas contra Isabel: “No rompan mas las bolas, Evita hay una sola”; “Qué pasa General, que está lleno de gorilas el gobierno popular”. Los sectores ortodoxos del movimiento cantaban: “Perón, Evita, la patria Peronista” y la JP replicaba: “Vamos a hacerla montonera y socialista”. En ese marco, Perón lanzó un discurso en el que el péndulo se volcó hacia la derecha: “Esos dirigentes sabios y prudentes, esas organizaciones que se han mantenido inconmovibles a lo largo de los años, pese a esos estúpidos que gritan….”. Perón los trató de “mercenarios e infiltrados”. Los Montoneros, ante esas palabras, abandonaron la Plaza.
El próximo sábado 30 de mayo en Página/12 leé la quinta nota de la serie.