“Me enamoré de ese color, de esa manera de descubrir la ciudad, de esas noches en los bodegones…”. En medio de la entrevista con Página/12, Ignacio Montoya Carlotto revela cómo nació su liga afectiva con el tango. Se instala en el momento en que decidió viajar de su Olavarría natal a Buenos Aires “para estudiar jazz”, y de paso ver qué onda con el tango y el folklore. “El jazz me interesaba porque era una música que conocía poco y nada, en cambio el tango y el folklore habían sido la banda sonora de mi adolescencia. Pero la diferencia fue cuando empecé a recorrer los reductos tangueros: encontrar toda esa música en vivo me deslumbró”. La introducción no es de bueyes perdidos. Por contrario, enlaza perfecto con nombre y sustancia del disco que acaba de publicar el pianista: Tango. “Al tiempo que me pasó toda esa experiencia, empecé a interiorizarme en el género, a estudiarlo y a tocarlo con frecuencia”, detalla.
El trabajo, horneado a dúo con el guitarrista Daniel Rodríguez, consiste en once clásicos del género, entre los que se destacan una atildada versión instrumental de “Boedo” (Julio De Caro y Dante Linyera); otra de “Garúa” (Aníbal Troilo- Enrique Cadícamo) con Guillermo Chiodi en voz; y una paseo arriesgado -con resultado airoso- por “Adiós Nonino” (Astor Piazzolla). “Fue una de las primeras versiones que armé para piano solo”, evoca el músico, docente y compositor. “Tiene más que nada un valor emotivo, ya que la idea surgió a partir de una versión de mi profesor de piano, Leandro Chiappe. De allí que le tomé un amor muy grande, no solo por el hecho del enorme valor que tiene en sí, sino por todo lo que representa para mí”, detalla el nieto recuperado de Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo.
Tango es el octavo disco de una saga solista que arrancó en 2009, cinco años antes de que el músico descubra su verdadera identidad, con Musa rea, continuó con Mujeres argentinas por hombres argentinos (en el que participaron Carlos Aguirre y Raly Barrionuevo poniéndole voz a la visita que hizo el pianista por la legendaria obra de Ariel Ramírez y Félix Luna)-, Sep7teto, Reflexiones (grabado en un día, en Nueva Jersey), Meridiano 58, Los felices (banda de sonido de la película homónima), y el inmediato predecesor de Tango, llamado Todos los nombres, todos los cielos. “Las diferencias entre ambos discos puede que sean todas”, se ríe Montoya Carlotto. “Digamos que Tango es uno de los pocos trabajos en los que no abordo mis propias composiciones. De allí lo difícil que resultó para mí llegar a este disco, dado que no quería que fuera un proyecto hecho sin el ejercicio al que vengo acostumbrado con mis propias músicas. Es cierto que hace unos cuantos años grabé una versión de Mujeres argentinas, pero allí, en las versiones que propuse, pude de alguna manera satisfacer a ese compositor interno que me llama siempre. En cambio, en Tango ese rol quedó de lado”, admite.
-¿A eso te referís cuando, al presentar el disco en palabras, decís que lo hiciste con “pocas pretensiones”?
-Es que no las tiene. Solo quisimos grabar las canciones que veníamos tocando desde hace tiempo. No hay más que una mirada lo más respetuosa con el género que pudimos haber tenido.
-¿Qué tópicos tomaste para elegir el repertorio y por qué quedó lo que quedó?
-Lo que quedó era lo que mejor se acomodaba a nuestras posibilidades, al lugar al que arribábamos de manera casi natural. Esto tiene que ver con los que nos proponían los tangos de la Vieja Guardia. Abordamos de todas las épocas y de variados autores, sí, pero siempre los que mejor se nos daban eran esos. Así fue que nos abandonamos a esa estética. Luego ampliamos el repertorio un poco, pero siempre desde esa perspectiva.
Montoya Carlotto y sus amigos grabaron el disco en La Puerta al Otro Lado del Mundo, estudio casero que el músico tiene en su amada Olavarría. “Grabar en casa nos dio una gran tranquilidad, no solo por la cantidad de jornadas que pudimos usar sino también por la mecánica de trabajo. Pudimos encontrar los últimos trazos de los arreglos en la misma grabación repitiendo y haciendo todas las tomas que necesitábamos… Una suerte de ensayo con grabación, producción y arreglos, todo junto en el mismo trabajo”, explica el pianista, abordando una de las razones por las que, al contrario de lo que hubiese hecho la mayoría de los músicos en su lugar, se quedó a vivir en la ciudad del cemento. “Grabar acá, en casa, es una de las razones por las que la música que hago suena como suena. Es uno de los motivos por los que vivo acá”.
-¿Cuáles serían los demás?
-Mi sentido de pertenencia al lugar, muy relacionado con los afectos que están aquí. No hay que olvidar que todos mis proyectos funcionan con músicos de Olavarría, que son amigos, además. Y que trabajan mucho en aprender a tocar mis músicas, cosa que me hace sentir feliz y cómodo.
-¿Cómo es un día en tu vida, allí?
-Rutinaria. Trato de armar mis horarios de tal forma que pueda estar en constante ejercicio creativo: escribo música todo el tiempo, estudio, grabo y trabajo con el material que tengo a mano. Con el paso del tiempo, he aprendido a ser más ordenado y a entender cuándo vienen mis cansancios y cuándo debo dejar reposar el material. Y lo más complejo de todo: cuándo dar por terminado el trabajo. Disfruto de armar música, crear o componer. Así que, más allá de los momentos familiares, el resto del tiempo lo destino a, como dicen los pintores, trabajar en la obra.
-¿Incidió mucho la cuarenta en tal cotidianeidad?
-Nada es
igual, lógico. Y la situación particular hace que nos encontremos de manera más
que extraña. Pero viendo la situación en la que están miles de colegas, no
puedo menos que sentirme ciertamente afortunado.