Sabrina Cartabia es, además de abogada feminista, militante y defensora de los derechos humanos de mujeres. En 2018, como abogada de la actriz Thelma Fardín, fue protagonista de una estrategia de visibilización de la violencia sexual y el acoso laboral que repercutió en toda la sociedad y generó un estallido de denuncias en todos los ámbitos largamente silenciadas. Fue parte del colectivo Ni Una Menos durante más de dos años, y también colaboró en las estrategias jurídicas de casos emblemáticos como el de Yanina González (2013) y el de Celina Benitez (2015); las dos acusadas de “malas madres” -acusadas en realidad por delitos gravísimos cometidos por sus parejas- por la Justicia patriarcal argentina.
¿Cómo te parece que fue el impacto social de Ni Una Menos en estos cinco años?
Creo que fue un impacto enorme que hoy se puede ver en muchísimos lados: desde las instituciones y los espacios de mujeres o de géneros que sumaron a sus agendas, como los sindicatos, hasta la posibilidad de desarrollar determinados debates y conflictos, como el de la paridad legislativa, que tampoco hubiera sido posible sin la previa de Ni Una Menos. O el debate que tuvimos en 2018 sobre el aborto; tanta adherencia y tanto interés popular no se hubiera logrado sin Ni Una Menos, el movimiento que puso a las violencias machistas en la discusión pública.
Y en relación a la violencia sexual, también hubo un cambio subjetivo en esos registros a partir del primer Ni Una Menos, ¿no?
Totalmente. Y en ese sentido también creo que tuvimos varios hechos importantes en la región: el primer #NiUnaMenos en Argentina en 2015, las primeras manifestaciones de #Yanonoscallamosmás, en 2016, y el #Metoo en Estados Unidos en 2017. En Argentina con Ni Una Menos se fue más allá y pudimos meternos sobre todo con la violencia sexual ocurrida dentro de las infancias. Y ahí yo creo que estamos transitando un cambio de sensibilidad muy importante y que es justamente ahí donde está la riqueza de “Ni una menos”: en la posibilidad de enganchar todas estas violencias y en dar cuenta de que para llegar al femicidio se necesita que haya una cadena de violencias previas.
¿Qué sanción te parece que hay que buscar en relación a estas violencias?
Me parece que la primera medida es no pensar únicamente en términos de sanciones, porque nuestro objetivo tiene más que ver con prevenir que con sancionar. Nosotras siempre decimos que el derecho penal es el derecho de los muertos, porque empieza a operar cuando el daño ya está hecho, no se hace para prevenir sino para castigar una vez que la violencia ya se hizo. Y lo que estamos viendo en los casos de femicidios por ejemplo, es que la posibilidad de castigo no está desincentivando para nada a los varones a hacerlo. De hecho, hay muchos femicidios que terminan con un suicidio. Entonces lo que eso deja ver es que la herramienta penal no está siendo efectiva. Por eso yo creo que tenemos que trabajar en la prevención, y para eso lo primero que tenemos que lograr es que las mujeres puedan percibir la existencia de estas violencias, que las desnaturalicen y que tengan las herramientas para salir de esas situaciones.
¿Cuáles serían para vos esas herramientas?
Tienen que ver con cuestiones del mundo subjetivo de la persona pero también con el mundo material, porque no se sale sola de la violencia, necesitás un montón de recursos: tener un trabajo, medios económicos para poder irte a una casa, poder cubrir las necesidades de tus hijes… El Estado tiene que trabajar insistentemente en fortalecer la posibilidad de que se pueda cortar con eso. Otra herramienta fundamental es la ESI. Pero este año se cerró la inscripción al profesorado donde se forman los futuros profesionales de la ESI en CABA, entonces con estas cosas nuestras perspectivas no son nada buenas. No vemos una intención política de continuar con todo eso, porque la violencia de género no se combate solamente desde lo simbólico, sino que se necesitan recursos. Imaginate que estamos en junio y nosotras seguimos trabajando con el presupuesto 2019, porque todavía ni siquiera está el presupuesto 2020.
Estamos muy lejos entonces de una justicia feminista.
Yo creo que en este momento ni siquiera tenemos Justicia, lo que tenemos es un poder judicial. Porque la Justicia verdadera no puede ser nunca pensada sin perspectiva de género, de clase, de etnia, o de edad. Y mucho menos tenemos una Justicia feminista, que debería ser precisamente esa que es comprensiva de la diversidad y que no discrimina, porque lo feminista no implica que tenga perspectiva de género solamente, sino también perspectiva en muchos otros sentidos.
¿Qué pensás sobre los escraches y el punitivismo?
Yo creo que la sociedad argentina es punitivista. Y veo una sobrecarga cuando abordamos estos temas, porque si pensamos por ejemplo en los escraches, se dieron sobre todo en ámbitos de mujeres jóvenes, muchas dentro de colegios secundarios, que habían sido completamente abandonadas por el sistema, que no habían sido respetadas y que terminaron encontrando un lugar dentro de una lógica punitivista. Y eso pudo ocurrir también porque es una lógica que brinda la sociedad. Pero sin embargo se cargan todas las tintas sobre el feminismo y se insiste en preguntar si es punitivista o no, y a mí me parece que el feminismo se está preocupando todo el tiempo en no ser así, mientras que la sociedad lo es en exceso. Entonces me parece que si de verdad queremos tener una discusión seria sobre el tema, primero tenemos que hablar de todo el punitivismo que llevamos adelante en nuestra sociedad y no solamente hacer un enfoque constante sobre el feminismo.
¿Qué experiencia te dejó haber sido la abogada en una denuncia de tanta repercusión mediática y social como la de Thelma Fardin?
Fue otra experiencia muy enriquecedora, porque fue como si se hubiese abierto una caja de pandora. Si bien yo podía imaginar que esto iba a tener un impacto social importante porque se trataba de dos personas de los medios de comunicación, nunca pensé que iba a tener tanto impacto en la posibilidad de que muchas mujeres, niñas y adolescentes conversaran públicamente, o se animaran a hablar por primera vez de eso. Algo que destaco, por ejemplo, es que en esa semana aumentaron un montón las llamadas a las líneas de teléfono específicas que tratan temas de violencia de género o que hacen atención a las víctimas. En la línea 144 tuvieron casos de mujeres muy grandes, de más de 80 años, que llamaban para contar habían sido víctimas de violencia sexual. Y cuando las operadoras le preguntaban el motivo por el cual llamaban, porque eran casos que estaban prescriptos o la persona acusada ya estaba muerta, ellas les decían que lo hacían solamente por la necesidad de contárselo a alguien sabiendo que no iban a ser juzgadas. No eran actos que iban por el lado del punitivismo o del castigo penal. Entonces ahí hubo algo muy fuerte en el sentido de que se pudieron expresar esas situaciones y se pudo también poner de manifiesto que la violencia sexual contra mujeres, niñxs y adolescentes en realidad es mucho más frecuente de lo que queríamos creer.