Higui atiende el teléfono, se escucha cumbia y voces de niñxs. “Estoy en mi casa con mis sobrines que viven al lado, justo vinieron a jugar a la pelota, estaba ayudando al albañil porque estamos haciendo algo en mi casita, esperá que me corro porque el de lado puso música y no escucho nada”.

Un siete de junio de 1974 nació Analía Eva de Jesús, en Haedo, localidad perteneciente al partido de Morón, en la provincia de Buenos Aires. Mientras los represores cometían los crímenes más atroces en el país, Higui crecía alejada del terror del que nada supo hasta hace unos meses atrás, cuando llegó al Espacio Memoria y Derechos Humanos (ex ESMA) por primera vez, para jugar un partido con la periodista y ex futbolista, Mónica Santino. Mientras relata ese momento del otro lado de la línea se le quiebra la voz: “En una charla que dieron ese día me enteré que los militares asesinaron gente. Me hicieron abrir los ojos y me voy a morir sabiendo todo eso, me re emociona. No sabía nada porque nosotros por ser pobres estamos condenados a no saber, a ser ignorantes, a trabajar siempre, rompernos el lomo y vivir en piso de tierra.”

Si a Eva le preguntan cuándo le empezó a gustar el fútbol responde: “Desde que tengo uso de razón”, apodada de chica “Higui” por su parecido con el arquero colombiano René Higuita, en las plazas prefería treparse de los pasamanos y siempre lo hacía más rápido que los otros nenes con los que jugaba. Higui es la cuarta de siete hermanxs en una familia de muy bajos recursos. Para aportar plata a su casa a los ocho años comenzó a trabajar: cuidaba a un bebé de seis meses cuando salía del colegio. A partir de entonces nunca dejó de trabajar. “Se cómo sobrevivir, siempre lo hice. Nunca tuve algo serio, por ser diferente, nadie valoraba mi trabajo”. Fue jardinera, albañil, plomera, limpió casas, lavó autos, todo tipo de changas, siempre por muy poca plata.

Su vida estuvo marcada por la violencia machista. A los nueve años defendió a su mamá de un tipo que quería golpearla, de chica fue abusada por su padrastro y durante su adolescencia y juventud sufrió la discriminación y el hostigamiento de los varones del barrio: “Nunca pude estar tranquila porque siempre venía algún tipo a pudrirla, era una tortura. Cuando estaba con una novia en la parada esperando el colectivo me tiraban piedras, me decían ‘andate de acá lesbiana de mierda’. Veía que mis hermanas siempre estaban con hombres, a los 34 intenté cambiar, fui en contra de lo que sentía, si estaba con un chabón pensaba en estar con una mujer y cuando estaba con una mujer me sentía culpable, después me di cuenta de que nadie me tiene que decir como ser, me reprimía, ni sabía que era esa palabra, mis compañeras me enseñaron. Ahora sé que hay un montón de gente igual a mí y no me van a dejar sola, sé que alguna compañera va a venir cuando sea viejita a traerme un vaso de agua. Por eso para mí, cada marcha, cada encuentro es festejar que existimos, como cuando festejas un cumpleaños, un año más de vida, es algo muy fuerte, muy lindo. Hoy puedo decir que soy feliz porque encontré mi manada, es verdad eso que dicen mis compas feministas de la manada y siempre hablo con las pibas y me entienden, nunca tuve tantas amigas.”

El 16 de octubre de 2016 un grupo de varones que acosaban constantemente a Higui por lesbiana intentaron violarla en el barrio Lomas de Mariló. Ella se defendió con su herramienta de jardinera y terminó matando a uno de los agresores. Después de pasar siete meses en la cárcel, en junio de 2017, la Cámara de Apelaciones de San Martín, le concedió a Higui la excarcelación extraordinaria. Ahora espera el juicio en libertad. “Aprendí a defenderme por todas las cosas horribles que viví, pero no sabía que tenía derechos hasta que conocí a las compañeras feministas. Todo el apoyo que recibí desde que estuve en la cárcel, las pibas, me hicieron abrir los ojos y la cabeza, supe que tengo derecho a estar bien, a tener una familia propia. También aprendí que no tengo que estar encerrada por ser pobre, tengo derecho a estudiar, a que me respeten, porque ser villera no significa tener que levantar la mierda.”

Desde que el caso de Higui salió a la luz, se convirtió en un emblema de lucha en las calles. Durante las movilizaciones del Ni Una Menos, en los paros del 8 de marzo, en las marchas del orgullo, cada 7 de marzo en el Día de la visibilidad lésbica se gritó: “Yo también me defendería como Higui”. Se organizaron asambleas y campañas para exigir su libertad en todo el país. Que Higui pueda esperar el juicio en libertad es también gracias a la organización colectiva de grupos feministas y el movimiento LGBTINBQ+.

Hoy Higui está alerta a cada una de sus vecinas, para brindarles ayuda, la misma que recibe cada día de su manada: “Cuando escucho los femicidios me siento muy triste, yo lo viví en carne propia, pero lo puedo contar porque sobreviví. La semana pasada mi vecina me contó llorando que su pareja le hizo muchas cosas feas, al otro día él pasó justo y me vio hablando con ella y eso está bueno, que el vea que la piba no está sola. Le pasé mi número de teléfono por si me necesita y acá estoy hablando con las otras mujeres para que estén atentas, ahora estoy muy atenta a esos cuidados, pero siempre fui así, y no hablo de responder con violencia a los tipos como hacen ellos, es para que vean que estamos unidas, como las compañeras hicieron conmigo. Ni una menos no es solo que no nos maten más, es para mí ni un golpe más, ni un maltrato más, ni una violación más, ni una violencia más a las chicas trans, ni una menos es una palabra muy grosa y muy hermosa.”