Gillian, una restauradora de antiguas pinturas, le explicó que hacía pruebas por debajo de la línea del marco: empapaba una torunda pequeña y usaba diferentes solventes. Algunos pigmentos salían más fácilmente que otros. Ella empezaba por las partes más aburridas como el cielo; luego se recompensaba con una cara o un pedazo de blanco complejo. Oliver —uno de los personajes centrales de Hablemos del asunto, novela del escritor inglés Julian Barnes— escuchaba obnubilado a esa mujer a la que amaba casi secretamente. Uno de los mejores momentos, le contó ella, era cuando quitaba el exceso de pintura y descubría qué había debajo. Le confesó que no había método preciso en la restauración: si uno cortara el cuadro en cuatro partes y se los diese a cuatro restauradores diferentes, todos lo dejarían aproximadamente en el mismo nivel. Pero se trata de una decisión artística más que científica. “No hay ningún cuadro real ahí abajo esperando a ser revelado”, le dijo Gillian a Oliver. Y él la amó aún más.

Las obras que integran La pintura desnuda de Santiago Iturralde en el Museo de Arte Moderno, cerrado por la cuarentena por la pandemia de coronavirus, ya pueden verse en el libro catálogo, con texto de Eduardo Stupía, en la página del museo (www.museomoderno.org) junto con una charla con el artista. Además, las obras pueden apreciarse en tamaño más grande en la página del artista. Iturralde nos invita a ver las capas que hay debajo de sus pinturas. Los personajes que habitan en algunas de sus escenas buscan desentrañar, con fervorosa pasión, el secreto de otras pinturas emblemáticas que incluye en sus propias pinturas.

Monet. Foto Viviana Gil

Mirar a los maestros

Iturralde estudió en la Escuela Prilidiano Pueyrredón. Fortunato Lacámera y David Hockney son pintores que lo marcaron. Desde hace 20 años es profesor de pintura en la Escuela de enseñanza artística Rogelio Yrurtia, donde se propone formar artistas- docentes. “A mí me parece fundamental dar clases para poder pintar. Te obliga a analizar tus obras con otra mirada: como profesor, tenés que ponerte todo el tiempo en la cabeza del alumno”, dice.

Hace tiempo que Iturralde se cuestiona cómo representar el límite entre las formas, más allá de temas e imágenes de series puntuales. “¿Es una línea? ¿Es aire? ¿Es luz que se colorea? ¿Es información digital? ¿Cuál es el límite hoy entre la fotografía y la pintura? ¿Cuál de ellos representa la experiencia de lo real de un modo más sincero?” son algunas de las preguntas que lo inquietan.

“Busco respuestas acerca de cuál es la naturaleza esencial de la pintura”, dice Iturralde. Hace cuatro años, viajó a Londres, París y Nueva York para ver las pinturas que hasta entonces sólo conocía por libros y por Internet. Redescubrió a Paul Cézanne y comenzó a investigar sus obras y sus escritos. “Las pinturas de Cézanne están extrañamente inacabadas. Lo interesante en él es que nunca se entiende bien si está terminada o no: esa búsqueda es fundamental”, dice Iturralde. Y agrega: “Ver esos originales, que tienen un halo sacro, resultó un encuentro vital y afectuoso con los artistas que los habían pintado. Sentí empatía con ellos: se corrió el peso histórico”. En algunos casos, Iturralde también nos acerca a imágenes inacabadas, estadios previos a la obra terminada.

Cézanne, retrato. Foto Viviana Gil

La pintura desnuda, título de esta muestra, es una expresión de Cézanne, quien se propuso “penetrar en todo lo visible e insistir en expresarlo”. Cuanto más trabaja el artista, decía Cézanne, más se aleja de lo objetivo: “Puesto que se distancia de la opacidad del modelo que le sirve de punto de partida, más entra en la pintura desnuda, sin otro fin que ella misma”.

La vana apariencia

Cézanne mantuvo correspondencia asidua con Émile Zola y con artistas como Camille Pissarro, Charles Camoin, Émile Bernard, con el galerista y marchante Ambroise Vollard y con su madre, entre otros. A ella, en una carta fechada el 26 de septiembre de 1874, le escribió: “Debo seguir trabajando, pero no para llegar al acabado que suscita la admiración de los imbéciles. Eso, que vulgarmente tanto se aprecia, no es más que el resultado de la habilidad de artesano y convierte a una obra en no artística y trivial. No he de buscar el acabado sino por el placer de realizar algo más verdadero y más lúcido. Siempre llega el momento, créame, en que acabamos imponiéndonos y logramos admiradores mucho más fervorosos y convencidos que quienes se dejan halagar sólo por una vana apariencia”.

Para la serie de 19 obras que integran esta muestra con curaduría de Laura Hakel, Iturralde tomó fotos de pinturas de Vincent Van Gogh, Cézanne, Paul Gauguin, René Magritte y Claude Monet. Seleccionó obras de artistas clave de transición del siglo XIX al XX, cuando, ante la irrupción de la fotografía, la pintura abandonó el estilo ligado a la tradición realista. Puso el foco en el impresionismo y en su anhelo por cuestionar el límite de la forma y redefinir, al tiempo, un espacio pictórico autónomo.

Iturralde pinta a partir de las fotos que toma: el resultado son escenas en la frontera difusa entre realidad y ficción. Además, registra los distintos estadios de la obra y hace nuevas pinturas en las que es posible ver qué hay bajo las capas de óleo de la pintura terminada. Revela pasos previos: secretos que habitan allí abajo. Ahora, sí, aparecen otras pinturas reales.

Kandisky. Foto: Viviana Gil