*Por Javier Luzuriaga
Imaginen un argumento para una película donde el mundo está al borde de una guerra total, un dictador terrible expulsa a centenares de científicos de su país y uno de los exiliados descubre un arma terrible que puede acabar con el dictador. Agreguen que el científico es mujer, que le niegan un premio Nobel y que les van a rechazar el guión por ser demasiado tirado de los pelos.
Sin embargo, la realidad no tiene complejos en ser increíble. La guerra fue la Segunda Guerra Mundial; el dictador, Hitler y la científica, hoy casi olvidada por el mundo, se llamaba Lise Meitner y huyó de la Alemania nazi en el verano de 1938.
Lise tuvo que huir por ser judía, cuando estaba al filo de los 60 años, con una carrera científica muy destacada en su haber. Para Hollywood no era ya la heroína joven y bonita que convenía al guión, pero no dejaba de ser una mujer atractiva, con grandes ojos negros de mirada intensa. En sus años de juventud había llegado a Berlín para estudiar física aunque ya contaba con un doctorado, uno de los primeros concedidos a una mujer en la Universidad de Viena, su ciudad natal. Hizo su tesis allí, con Ludwig Boltzmann, uno de los grandes de la física y en Berlín la auspició el premio Nobel Max Planck, otro investigador excepcional.
En Berlín hizo una serie de descubrimientos importantes, muchos junto a Otto Hahn, un químico con el que establecieron una sociedad científica muy productiva. Participaba activamente en la física en un Berlín que reunía a los mejores científicos de la época. Pero todo esto se derrumbó cuando Hitler llegó al poder en 1933.
Meitner junto a Hahn
A pesar de ser judía, Meitner pudo sortear las leyes anti-semitas de los nazis debido a su nacionalidad austríaca. Tuvo ayuda tanto de Hahn como de Planck, ambos opositores al nazismo. Cuando Hitler anexó Austria en 1938, la situación de Meitner se hizo insostenible y tuvo que huir.
Con papeles dudosos y sin equipaje fue a trabajar para no despertar sospechas y, luego, esperó en casa de Planck hasta la partida del tren y así consiguió cruzar la frontera con Holanda. La ayudaron dos jóvenes físicos holandeses, Dirk Coster y Adrian Fokker, que organizaron la fuga, y lo más difícil, consiguieron un permiso especial de residencia en Holanda. Planck y Hahn también ayudaron, una suerte de conspiración amateur entre tantos conspiradores profesionales que actuaban en la Alemania nazi.
Hahn continuó el trabajo que realizaba con Meitner, pero le faltaba el complemento de su colega. Se siguieron escribiendo, colaborando en un problema que se resistía a los mejores físicos de la época. Cuatro años antes, Enrico Fermi y su grupo de Roma habían empezado a usar neutrones para bombardear diferentes elementos de la tabla periódica. El bombardeo trasmutaba un elemento en otro. La trasmutación era un viejo sueño de los alquimistas, pero el método de Fermi no servía para trasmutar plomo en oro. Sin embargo, le sirvió para ganar el premio Nobel de ese fatídico año (1938).
Siendo hombre metódico Fermi empezó con el hidrógeno, el elemento más liviano y convencionalmente el primero, para cuando Fermi llegó al uranio, el más pesado y por lo tanto el último, se esperaba producir elementos nuevos situados más allá del uranio. Sin embargo, los resultados no eran claros, y mucho se discutió sobre los posibles elementos transuránicos.
El problema era estudiado por varios grupos, incluidos el de Fermi en Italia y el de los Joliot-Curie, también premios Nobel, en Francia. Meitner y Hahn estaban estudiando los productos derivados del bombardeo del uranio cuando Meitner escapó, en julio de 1938. Para diciembre de ese año, Meitner había conseguido trabajo en Suecia y, aunque logró salvar su vida, no se adaptó a su nuevo puesto, pero nunca abandonó la correspondencia con Hahn.
Así fue que en diciembre de 1938 resolvió el problema del uranio. Su sobrino favorito, Otto Frisch, también físico, compartió el descubrimiento. Juntos ponderaron una carta de Hahn con sus últimos resultados. Decía que uno de los elementos encontrados en el uranio bombardeado era bario. Ahora bien, el bario tiene más o menos la mitad del peso del uranio, no podía ser ni por casualidad un elemento transuránico, que debería ser mucho más pesado. Meitner y Frisch discutieron este resultado, imaginando finalmente que el núcleo del uranio podría haberse partido en dos pedazos. Un cálculo rápido, usando números que Meitner sabía de memoria, les llevó a concluir que la hipótesis era plausible y que se debía liberar mucha energía en el proceso. Bautizaron a su descubrimiento como fisión nuclear, ya que el núcleo del uranio se dividía en dos, como en la fisión de una célula en biología.
De ahí a construir una bomba que liberara violentamente la energía de la fisión, había un largo camino. Se desconocían datos cruciales. La liberación de energía en gran escala dependía del valor de algunas constantes físicas, fijadas por la naturaleza y que era necesario medir y conocer.
Hoy sabemos que la bomba atómica funciona y que Hitler perdió la guerra, pero en 1938 nada de eso se sabía. La guerra estaba en el horizonte, y a partir del descubrimiento de Meitner y Frisch la posibilidad de un explosivo nuclear también. Esto era claro para los científicos en Alemania y para los que habían tenido que exiliarse en Inglaterra y Estados Unidos. Así empezó una carrera que terminó con las bombas de Hiroshima y Nagasaki en 1945.
Frisch participó en el Proyecto Manhattan y fue testigo de la primera explosión atómica. Pero Meitner no quiso saber nada con la investigación en armamentos. En su exilio sueco oyó por radio el anuncio de Hiroshima. De la misma forma, supo que Hahn había ganado el premio Nobel de Química de 1944 por el descubrimiento de la fisión. Ella fue soslayada por el comité. Y eso que Einstein en persona propuso su candidatura aún antes de 1938, considerando que sus méritos eran suficientes. Desde 1945, muchos otros ganadores la postularon, pero los del comité hicieron oídos sordos.
Lise jamás se quejó en público de este olvido y, de todos modos, cosechó muchos premios por su descubrimiento, incluido el honor de tener un Instituto que reconoce a ambos colegas con su nombre, el Hahn-Meitner Institut, creado en Alemania después de la guerra.
Lise Meitner, refugiada, descubridora de la fisión nuclear, admirada y respetada por Einstein y muchos otros colegas, murió unos días antes de cumplir 90 años, en 1968, en Inglaterra. No le llegó el Nobel, pero tiene un lugar asegurado en la historia de la ciencia. Los elementos transuránicos que buscaba con Hahn fueron encontrados y uno de ellos, el Meitnerium, le rinde homenaje con su nombre.
* soci@ de Página/12 y fisico jubilado del Centro Atómico Bariloche- Instituto Balseiro.