Llegó a los 7 años desde Bolivia a la Argentina, junto con su mamá, su hermano y su tío.
Su padre ya había migrado. La razón: el hambre. Migrar tiene un trasfondo expulsivo y en el caso de Chana Mamani no duda en reafirmarlo una y otra vez. Tras la migración, padecer el racismo es un destino seguro. Su activismo comenzó allá por el 2001, es aymara de raíz y está convencida de que la salida, además de ser colectiva, es abriendo la escucha hacia una interpelación directa de la madre tierra.
Junto a la Red Nacional de migrantes y refugiadxs en Argentina participaron de las asambleas Ni Una Menos, recuerda haber ido a las primeras y lo reconoce como un momento de visibilización de la violencia patriarcal. “La mayoría de las compañeras de la red somos migrantes, con una gran trayectoria de residencia en el país y de militancia en los territorios. La movilización y el paro no era para todas lo mismo, porque las realidades del barrio muchas veces están vinculadas a las urgencias. Me acuerdo que el primer 3 de junio fuimos las que podíamos, las que estábamos más cerca de CABA. Creo que sí se puso en agenda la violencia patriarcal, pero la violencia racista, la violencia colonial, lo que pasaba en los barrios fueron demandas que tal vez ahora están siendo mas visibilizadas. En aquel momento no era así. También lo pienso desde un contexto mas latinoamericano, en donde desde la Red nos posicionamos en contra del imperialismo yanki. Quizás ahora sí sucede, denunciando el avance conservador, con los fundamentalismos en la región que nos nos afectan porque tienen que ver con los lugares de origen. De todas maneras yo creo que nos falta darle representatividad a eso” dice a Las12.
Chana es también parte de Identidad marrón, un colectivo de personas marrones -hijxs y nietxs de indígenas y campesinxs- que se va creando y recreando para discutir el racismo estructural en el contexto latinoamericano y de Argentina. Tiene 35 años, vive en el barrio de Flores en una casa que comparte con amigues. Con voz pausada y una música del altiplano de
fondo se toma su tiempo para explicar la invisivilización de los microrracismos en la vida cotidiana de las personas marrones: “El microrracismo no aparece de manera directa o abierta, no es que te ven y te dicen ´boliviana de mierda´, por ejemplo. El mecanismo puede estar en una pregunta del tipo `¿y vos de dónde sos?´. Es una necesidad de ubicar o dudar del origen. Me ha pasado muchas veces de ir a una cadena de farmacias muy famosa y a quien mira el personal de seguridad, sospechando de que pueda llevarse algún objeto sin pagar, es a la persona que tiene una corporalidad marrón” explica.
“El color está ausente” dice y no duda, y con la misma seguridad afirma que esa ausencia puede revocarse a través de un recorrido que no sea aniquilante y que esté vinculado al diálogo con los feminismos y con las organizaciones sociales. Esas discusiones se profundizaron en la revuelta de sentido que en el 2015 provocó el primer 3 de junio y mas adelante el 19 de octubre en donde la denuncia contundente de la violencia machista permitió poner en agenda el enorme espectro de violencias, que en el caso de las personas migrantes, indígenas y campesinas se delata en un fuerte racismo y microrracismos cotidianos".
“Le dimos palabras al silencio y comenzamos a tejer con otras luchas en donde el racismo y los microrracismos son formas de violencia muy subyacentes. Con Identidad marrón pudimos hablar, la palabra es fundamental para transitar el dolor y reparar de que manera afecta en el cuerpo el racismo” dice. La identidad marrón es además un agenciamiento político: “El racismo que tienen que soportar muchas de las compañeras y los compañeros afro tiene una similitud en lo que respecta al genocidio, la violación, el abuso y la esclavitud, esas son cosas que estructuralmente nos unen, pero el genocidio indígena, por más de que exista o no un reconocimiento de esa identidad, tiene que ver con lo campesino y lo rural y es por portar este color de piel y por pertenecer a una nacionalidad. En Argentina la nacionalidad boliviana se ha terminado de construir como un insulto. Los asesinatos a personas migrantes son reconocidos como actos de xenofobia y no como racismo, el fin identitario tiene que ver con eso, con darle incidencia política, no es un odio por el lugar de origen si no que es odio hacia lo diferente”, dice.
La crudeza de este contexto odiante se da no solo con las identidades indígenas y afrodescendientes sino también con las identidades de sexo y de género, los feminismos catapultaron la lucha contra estos discursos odiantes y contra el avance de los fundamentalismos conservadores y religiosos configurando una agenda que requiere una retroalimentación constante. Ella migró del sector del altiplano, un lugar de resistencia ancestral, y ahora inmersa en la urbanidad considera que es posible construir comunidad ateniendo a la cosmovisión indígena que tiene que ver con otros tiempos, otros modos de poder vincularse, de entablar diálogos, escuchar las demandas que tienen que ver con la tierra y con el lugar que estamos habitando y queremos habitar.
“Denunciar la hegemonía blanca es denunciar lo injusto, el patriarcado, el genocidio, el capitalismo y la esclavitud. Irrumpir con vínculos que no son migrantes, indígenas o campesinos (a quienes yo llamo “pomelo”) es una micropolítica que tiene que ver con empezar a crear una confianza que
no se crea de un día para otro” dice. La pregunta sobre esa palabra que utiliza para referirse a las personas blancas no tarda en llegar por parte de esta cronista, “Pomelo” viene de su experiencia en la escuela:
“cuando de chica me hacían dibujar los cuerpos y luego pintarlos, el color con el que pintábamos a las personas se llamaba color piel y el negro era marrón. Entonces yo tenía una confusión cromática, había algo que no estaba bien. Yo no podía pintar de negro cuando veía marrón, el naranja parecía como universal y yo decía ´no veo a nadie naranja´. Quería salir del binarismo de lo negro y lo blanco, de algún modo políticamente lo marrón rompe con eso".
En momentos como este de incertidumbre ella apuesta por una necesidad latente de repensarse y volver a las raíces, repone la experiencia de “las bartolinas”, organización de mujeres campesinas indígenas originarias de Bolivia que llevan 40 años de lucha en el corazón de Latinoamérica, denunciando la doble opresión que sufren por ser mujeres y por ser campesinas e indígenas. Estos son los espacios que Chana considera que deberían tener mayor visibilización, emerger aún mas en los diálogos feministas: “Creo que es necesario hacer una pausa respecto a lo que ya veníamos haciendo para recrear otras formas, definitivamente no es en la que estamos, y esos otros modos son indígenas, el horizonte es ahí”.