Hace casi dos meses que niños, niñas y adolescentes –y adultos también– dejaron de ir a la escuela. La suspensión de las clases presenciales en todos los niveles educativos y las distintas formas de encarar la continuidad pedagógica obligan a repensar las prácticas educativas. “Esta pandemia lo que hizo fue provocar una ruptura significativa con lo que veníamos haciendo. Ya nada es igual a lo que sucedía antes del 20 de marzo”, sostiene Sofía Spanarelli, investigadora de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ).
Para la directora de la Especialización en Docencia para la Educación Superior (UNLZ), la escuela “ya no es la misma” en tiempos de cuarentena, “y eso implica que no hay continuidad, hay ruptura con una vida escolar que ya no existe, que fue reemplazada por otros formatos”.
Profesora en Ciencias de la Educación, licenciada en Psicopedagogía y docente investigadora, Spanarelli se desempeña como profesora titular de la cátedra Didáctica I en la Facultad de Ciencias Sociales de la UNLZ. Además, es profesora adjunta en la cátedra “El conocimiento escolar en la escuela primaria” en la Universidad Pedagógica Nacional (UNIPE) y docente de la Especialización en Didáctica y Currículum (UNLZ).
-¿Cuál es el rol de la escuela en este momento?
-La función de la escuela sin lugar a dudas es la enseñanza, la construcción de conocimientos con toda la complejidad que esto implica. Me cuestiono si es posible construir conocimiento sin la presencia de los otros, los docentes y los compañeros. Ese escenario de lo grupal que favorece la oportunidad de la pregunta, la duda, el error, la posibilidad de pensar juntos. Escenas que en la modalidad a distancia son posibles con una buena plataforma virtual que permita intercambios. Pero sabemos que esas condiciones no están presentes en la mayoría de las instituciones y que las desigualdades sociales se hacen todavía más visibles en este contexto. Por supuesto que las condiciones cambiaron, pero creo que el Estado está trabajando fuertemente para que todos los estudiantes tengan acceso a aprender en este contexto. Igual creo que hay algo irremplazable, y que es lo que todos añoramos: el vínculo pedagógico, esa construcción de confianza, de disponibilidad, de escucha, que se da en el marco de las rutinas cotidianas dentro de las instituciones educativas.
-¿Cómo impacta la no presencialidad en los procesos de aprendizaje?
-La no presencialidad pone en evidencia las diferencias en relación a las posibles ayudas con las que cuentan nuestros alumnos, que superan tener computadora y conectividad. Pienso en si madres y padres tienen posibilidad y disponibilidad para acompañar a sus hijos en las tareas, en cómo el aislamiento está impactando en algunas familias y cómo eso incide en el rendimiento escolar, en la posibilidad de poder aprender en situaciones que muchos desconocemos cuando planificamos una propuestas de trabajo.
-Se ven algunas diferencias entre a escuelas que rápidamente implementaron campus virtuales y otras que por falta de recursos propios y de las familias se vieron retrasadas en la implementación de la continuidad pedagógica a través de elementos analógicos (cuadernillos, fotocopias). ¿Eso aumenta la brecha de desigualdad?
-Sin lugar a dudas, la brecha siempre se amplía cuando los recursos son desiguales. Insisto en la idea de poder estar cerca de los alumnos utilizando todos los recursos disponibles y ofreciendo propuestas de enseñanza sencillas, claras, posibles y conectadas con la realidad, que despierten interés y provoquen desafíos a la altura de las posibilidades de nuestros alumnos, en situaciones que hoy cobren sentido y sin ocupar todo el tiempo de los niños, niñas, adolescentes y adultos. Ya todos estamos viviendo una situación muy estresante como para sumar un nivel de exigencia que nadie está en situación de tolerar.
Por otro lado, no acuerdo con la idea de “continuidad pedagógica”. Esta pandemia lo que hizo fue provocar una ruptura significativa con lo que veníamos haciendo. Ya nada es igual a lo que sucedía antes del 20 de marzo; la escuela ya no es la misma y eso implica que no hay continuidad, hay ruptura con una vida escolar que ya no existe, que fue reemplazada por otros formatos. Por lo tanto, diría que nuestros esfuerzos tienen que estar puestos en enseñar y aprender en este nuevo contexto y teniendo en cuenta las posibilidades reales de nuestros alumnos.
-También se debate sobre los métodos de evaluación. ¿Cómo cree que hay que proceder?
-Creo que en este contexto no es un tema relevante. Hay que enfocar los esfuerzos en encontrar los mejores modos para enseñar, y en ese camino hacer algunos cortes para revisar junto con nuestros alumnos cómo se van construyendo las ideas, se favorecen las relaciones, cómo vamos revisando los sentidos. Ese es el tipo de evaluación que debemos poner en juego, dejando a un lado las calificaciones. No es tiempo de calificar, es tiempo de acompañar, de sostener y de cuidar a nuestros estudiantes.
-¿Cómo imagina el retorno a las clases presenciales?
-Me parece que el retorno a la escuela va a ser gradual, ya algo anticipó el ministro de Educación, Nicolás Trotta. Se debe priorizar a los sextos años de los niveles primario y secundario. Los niños y niñas del primer año del nivel primario también deberían ser una prioridad pensando en la necesidad de favorecer la alfabetización inicial. Me parece que hay que pensar la posibilidad de trabajar bajo una modalidad semipresencial; esto implicaría que por lo menos una vez por semana lo alumnos puedan concurrir a la escuela y ese día se organizarían las propuestas a trabajar durante la semana con diferentes dispositivos que pueden ser los cuadernillo, el aula virtual, los programas televisivos. Eso favorecería la resolución de dudas, la reconstrucción y la posibilidad de trabajos grupales. El Estado deberá ser muy responsable y creativo para volver a la escuela y al mismo tiempo cuidar a los alumnos.