Pareciera que estos dos términos, pandemia-cuarentena, al modo de una holofrase, se han solidificado creando una significación única e inamovible, que le da un marco al imaginario social. El contenido de esta significación es hoy un fantasma de muerte, que recorre el mundo, sin objetivo ni dirección, contagiando de muerte.
El verdugo es un Judas, nuestra propia mano, que bañamos en alcohol para que no reaccione, mientras nos protegemos en nuestros hogares vigilando que el fantasma no sea un invitado más.
Si bien la cuarentena disminuye la letalidad del fantasma, también el consecuente hastío y la saturación, sin una rutina en el mundo que abra los sentidos, muestra que la humanidad tiene su talón de Aquiles en el aislamiento social. Lo social implica el entrecruzamiento de deseos nutridos de ese contacto-contagio con el otro. Que por más individualidad que nos imaginemos somos seres dependientes y atravesados por lo social.
¿Cómo se ha alterado la subjetividad?
El marco de la conciencia siempre nos hizo suponer que el tiempo y el espacio se articulan a un interior y a un exterior bien diferenciado. Ecuación indispensable para nuestra organización. Los presos cuentan los días que faltan para su libertad porque tienen la certeza de un tiempo y espacio exterior; mientras viven en el interior de una cárcel.
Hoy nos encontramos que muchas personas, ya sea, que permanecen en sus casas manteniendo vínculos online, o que salgan a hacer compras o ir a trabajar y aun cumpliendo con los arduos ritos para entrar y salir de sus casas, todas relatan cansancio y agobio, unas generado por el adentro, otras por el afuera. El afuera no es percibido como un espacio exterior, por lo tanto se anula lo interior. Se sienten en cuarentena adentro y afuera de sus casas o de sus barrios. Están capturados por una mismidad pandémica: todo lo que ocurre es covid-19, aplastando las ganas.
Estas sensaciones no son habituales al registro que tenemos del mundo. Siempre hubo un lugar ilusorio donde lo malo no ocurría, o los amos estaban protegidos.
Como siempre, viene en nuestra ayuda la figura topológica llamada Banda de Moebius. Muy rica para comprender algunos fenómenos humanos. A los fines de nuestro tema, resaltamos que la Banda de Moebius es una figura de una sola cara. Si tenemos una cinta común con una cara exterior y otra cara interior diferenciada, idéntico a la imaginería común de la conciencia, pero realizamos sobre ella un corte y una torsión de 180° en uno de sus lados, que representaría el trauma actual, y luego volvemos a pegar la cinta, tendremos una cinta de una sola cara. Al recorrer esta cara, así como estamos en lo que podría ser un interior, la misma cara nos lleva al exterior sin diferenciarse y sin interrupción. Así, las personas se refieren a la vivencia actual. Todo tiene una sola cara.
Sin ser exacta la comparación, pero a modo de expresar la complejidad, con Freud decimos que el sujeto se conflictúa cuando algo de lo reprimido retorna. Rompiendo el esquema imaginario que mantenía nuestro interior en un adentro y un exterior en un afuera. El pasado se actualiza, el futuro se nubla. Nuestro interior está afuera. El sujeto se inhibe, sintomatiza, se angustia.
El marco de la pandemia-cuarentena ha diluido la división interior-exterior alterando la percepción del espacio y el tiempo. Nadie se arriesga a dar una fecha de final. Cada uno se proyecta sin saber cuál es la significación que organizara la historia futura: cuáles serán los paradigmas de un tiempo exterior. Como en la cinta de Moebius no hay orientación.
La holofrase mantiene a muchos en el borde de la realidad. Resuenan en nuestras mentes mediciones encadenadas que crean un continuo al infinito: ¿Cuántos infectados, muertos y recuperados tuvo hoy el mundo? El optimismo y la tolerancia muchas veces fracasan ante este muro. La diversidad de disfrutes humanos ha sido reducida a una espera expectante que se convirtió en algunos en el temor a un nuevo objeto persecutorio: el amor a la cuarentena.
A pesar de que somos tierra fértil para esta imaginería, la realidad absorbe y neutraliza la deriva en que nos mantenemos y que cada uno soporta. Ella nos dice, pero no habla, soy yo no sos vos.
Hay un solo deseo común, también pandémico: ¡Queremos que esto termine ya!
La pregunta que se nos impone es ¿cómo salimos de esta captura? ¿Cómo hacer retornar la fuerza de nuestros deseos o cómo nos hacemos cargo de ellos? ¿Cómo sentir al otro? El discernimiento, la creatividad singular, la solidaridad comunitaria hoy son armas que no se pueden dejar de lado.
Hernán Guggiari es psicoanalista.