En 2015, la historia cambió para todas, incluso para las que nos nombrábamos feministas mucho antes de ese temblor. Caminar por Entre Ríos y después por Callao viendo cómo el paisaje se llenaba de los colores de los carteles fue, aquel 3 de junio, el sacudón que necesitábamos para seguir nombrándonos en plural pero habiéndonos visto las caras. Ese día no hacía falta preguntar nada, bastaba con acercar el grabador a la boca, apenas mover los labios en señal de on, para escuchar cómo las voces se pasaban la posta: estoy acá por mi prima, por mi mamá que tuvo una pareja violenta, por mi amiga que fue violada, estoy acá porque nunca pude contarlo pero abusaron de mí. Un mantra largo, para nada susurrado, que guardaba una misteriosa sincronía y marcaba el comienzo de otra época: aquella donde todos los silencios quedaron sepultados.

La rabia se hizo cuerpo colectivo en cada cuerpo que se movilizó al congreso, que escribió una leyenda, que se tatuó un nombre en delineador negro. Hubo tanta ansiedad, tanta alegría, tanta bronca como siluetas que cortaron el atardecer sobre la calle, modificando un mapa urbano que tendría ecos impensados, de todas las ciudades grandes del país a las más chicas, de nuestra capital y otras capitales de provincias a geografías más lejanas, más solitarias, a un mundo que ya no iba a latir igual. Ni Una Menos se dijo en todas las lenguas y se inscribió en culturas tan diversas como impensadas, para volver multiplicado a este, su lugar de origen y seguir repensándose para hacerse ancho, fuerte y cada vez más lleno de ideas, de rostros, de formas.

Como periodistas feministas muchas veces soñamos con esa multitud que se hizo carne el primer 3J. Muchas más veces me pregunté por qué mis amigas no me escuchaban antes de este primer temblor, -temblor, marea, tsunami, fenómenos imparables, arrasadores, y no nos cansamos de buscar sinónimos que lo abarcaran con toda literalidad- pero la respuesta siempre venía de la mano de otra pregunta y fue necesaria esa reunión enorme para entender que lo personal es político y que tiene que ser en plural. 

foto: Sebastián Freire


Lo cierto es que algo se habilitó en ese momento, un grito que venía acolchonado por las experiencias previas (los Encuentros, la Campaña, la militancia sostenida de tantas mujeres y lesbianas, de Lohana y de Dora, de Nora y de Tati, solo por nombrar algunas) pero que tomó tanta relevancia que ya nadie volvió a ser igual. El femicidio de Chiara Páez, (“vengo porque yo podría haber sido esa chica” me dijo una adolescente que marchaba en grupo), llevó al borde del asco a una sociedad acostumbrada a nombrar como pasión el crimen machista sostenido, y todas sus formas de manifestarse. Pero ese primer día de movilización fue clave porque empezó a nombrarse lo que venía naturalizado: el maltrato en el interior de una sala de partos, el acoso de un jefe, la precarización de las tareas, la cosificación de los culos en la tele. Y esa puesta en acto de las consignas, todas al mismo tiempo, puestas en un documento pero además dichas por todas las que estábamos allí, de una u otra manera, hilvanó un discurso de resistencia y dio lugar a tantas consignas nuevas: vivas y libres nos queremos, no estamos todas, la culpa no era mía, somos el grito de las que ya no están, nos mueve el deseo.

Por las muertas, que de cinco años a esta parte siguieron siendo tantas, una por día, acá en Argentina, miles, acá y en el mundo; no hay consuelo. Pero la conversación multitudinaria que abrió aquella tarde de junio de 2015 fue mucho más allá de lo que soñamos: marchamos bajo tormentas eternas, paramos el país, llevamos la huelga al mundo, revolucionamos los espacios de trabajo, de militancia, los hospitales, las calles, la tele y la radio, las parejas, y hasta esta misma cuarentena, donde los cuidados no pueden escindirse del hecho de que casi siempre recae en hombros femeninos. Aunque todavía las fotos de “los que mandan” están llenas de braguetas y poses obvias de rock stars, nuestras postales, las que ilustran este suplemento, las que vienen empapelando Las12 hace 22 años, las que generamos en cada Encuentro, que cada vez se llama más plural, en nombre de todas y todes, reponen los sentidos de una lucha que no va a terminar hasta que no haya aborto legal, hasta que circulemos sin miedo, hasta que nuestras tareas, nuestros trabajos y nuestras vidas dejen de valer menos, de estar precarizadas o de permanecer silenciadas.

Estamos en la primera línea también porque decidimos ponerle un cuerpo que no es sumiso ni obediente. Dijimos vinimos a cambiarlo todo y empezó a cambiar: aquella primera sensación de encontrarnos, tan política como sensual y emotiva, trastocó los efectos de un orden creado por machos que ya no puede maniobrar sin vernos, representar sin oírnos, circular sin sentir el sacudón de nuestro salto sincronizado.