“Cuando terminé la primera página salí al jardín y en voz alta, debajo de ese árbol, dije: ¡Lo tengo!, ¡Ahora no se me escapa!”. El eureka de Carlos Nine tuvo fecha y lugar: diciembre de 1987 en la primer época de la revista Fierro. Más precisamente en la edición 40 con portada de Chichoni (bañadera de metal con inolvidable culo y bombacha), en esas dos últimas páginas conocidas como retiración de contratapa y contratapa del pliego color, espacio privilegiado que le fuera otorgado al dibujante para que hiciese lo que tuviera ganas.
Y las tuvo. Durante un año exacto, Nine publicó mensualmente una colección de piedras preciosas montadas sobre el género policial –no sólo por tamaño sino por brillo narrativo– que originalmente dio en llamar Crimen y castigo, título que sería más un chiste que una cita porque esas historias no tenían nada que ver con el mundo de Dostoievski. Le puso crimen porque eso fue lo que planeó: eliminar lo viejo, lo superfluo y lo innecesario de la historieta; y le puso castigo porque eso fue lo que provocó en los lectores: después de esas páginas ninguno volvería a leer igual. Y todo eso cuando todavía le faltaba terminar Keko, el mago (había comenzado a publicarla seriada en octubre de 1986) y concebir obras como Estampas del Oeste, El patito Saubón, Tropikal mambo o Fantagás. Una barbaridad.
“Resolver una historieta en ese espacio fue todo un desafío. La solución al problema formal lo encontré eliminando el cuadro y proponiendo una continuación fluida entre texto e imagen, la imagen como parte del lenguaje y el lenguaje como parte de la imagen, todo en un continuo que se podía leer así”, dijo alguna vez en la tele dibujando con el dedo una S en el aire.
En verdad la génesis de esas historias (que mayormente fueron resueltas en dos páginas, aunque para algunos episodios necesitó recurrir al interior blanco y negro de la revista) puede rastrearse hacia 1982 cuando publicó en Humor cinco páginas de un policial sobre dos reptiles enamorados bajo el título El crimen no paga. Ahí está presente el desafío formal que Nine perseguía (ausencia de cuadros y deliberada desaparición de los globos) aunque faltaba una calibración más para que ese contínuum fluyera.
Así, cuando cinco años más tarde cantó eureka en su casa-taller de Olivos bajo el roble de su jardín, su voz se escuchó más como desahogo que como sorpresa. Había dado en el blanco no por azar sino por persistencia y talento. Sumó entonces en Crímenes y castigos mecanismos, entre otros, como el de sacar al fondo del fondo y hacerlo dar un paso hacia adelante para que también sea protagonista, perfeccionó la arquitectura de la página para que tuviera la misma libertad imprevisible que las acuarelas, posibilitando además que la estructura se pudiera deformar según el capricho de la historia y, fundamentalmente, profundizó en un registro narrativo poderosísimo basado en comprimir el lenguaje estereotipado, tanto de la historieta, del cine, como del mismo policial: erudición y brutalidad debían convivir en los extremos de una misma idea: “Allí estaba fascinante y deseable. Ese rostro de vacuno triste, sumado a un cuerpo diabólico digno de una diosa cretense. Me erizaba los cabellos e inflamaba mis testículos como tambores de guerra”, reflexionará el detective ante la despampanante Blondie.
Estas piezas de colección –“Pluralidad enloquecida de discursos gráficos” como la definió con rigurosidad el teórico Franco Dell’Imagine en el prólogo– son protagonizadas por dos detectives: uno llamado Pirker (“Difícil que alguien me engañe”) y otro Parker Babously (“Casi nada se me escapa”). Ambos, en una simbiosis delirante (“Detective privado ¡ja! No existe el detective privado, sólo hay alcahuetes”) llevan adelante un estudio al que le colocan el cartel “Parker y Pirker Babously” que acaso recuerde el Spade & Archer del comienzo de El halcón maltés.
El juego con las claves policiales (“En Argentina hay una infame banda de pajarones amantes de la novela negra”) lo llevó al extremo de sembrar pistas falsas, otras evidentes (como el inspector plural Divinsky) y pistas a descifrar como la mención del dibujante Vito Scoltrozi que, según la leyenda local, se trataría de un virtuoso de estilo realista inventado por Carlos Trillo (y mencionado incluso en su Clara de noche y otras de sus historias) para reinsertar a través de ese pseudónimo al mercado laboral de las agencias publicitarias al resistido Alberto “Bebe” Ciupiak.
Más allá de estos juegos, más allá de todas esas historias, lo verdaderamente importante es que en Crímenes y castigos el lector conocerá a las mujeres más fantásticas del universo Nine, todas ellas dibujadas para que nadie pierda el ritmo que impone el pulso ardiente del deseo: Lana, la del cuerpo diabólico; Diana, la pésima cantante del strip-tease; Judy, la del lunar con forma de trébol en la nalga derecha; Lapoona, la fisiculturista; Minnie, la subyugante; y Gloria, Pola, Lela, Lorna, Wanda, y otras muchas chicas del montón. Ellas son el verdadero corazón del género policial. Y eso advierte Nine: sin historias de amor no hay crimen, no hay culpables ni detectives, no hay nada.
Para Dell’Imagine el mecanismo implementado por Nine en este trabajo fue el aprovechamiento (canibalización, dice el crítico) de dibujos que el artista hacía para sí mismo y que reordenó luego para ver surgir la historia invirtiendo así “la mecánica de producción usual en el comic. La trama saldría de los dibujos y no a la inversa”. Esta idea de creación el teórico la justificó al recordar uno de los conceptos que más repetía Nine para quien dibujar era ante todo una vocación: “Es fatal que un tipo no dibuje para él; porque en realidad nuestra profesión comienza con una vocación... Esa situación, primaria, primitiva, yo creo que hay que cuidarla y no se tiene que abandonar nunca, porque ahí perdés la vocación de experimentador… El sesenta por ciento de lo que dibujo es para mí y no se publica”.
La primera recopilación en libro de estas historias (con páginas pasadas a color y algunas leves variaciones de textos) ocurrió en 1991. Fue para el mercado francés bajo el título Meutres et chatiments. Y fue, casualmente, el primer libro de Nine editado en ese país y por el cual su obra despertó la admiración del público europeo. Tras una reedición en Brasil en 2017, ahora llega por primera vez a las librerías argentinas a través del sello Hotel de las Ideas. Ya era hora.