El tipo entra al café de City Bell como si ingresara a su propia casa. De bermudas, gorrita y bolso al hombro, Norberto “Ruso” Verea reparte saludos a un lado y al otro de la mesas como quien da y recibe el cariño de familiares al volver al hogar después de una jornada de trabajo. En el camino a la mesa en la que lo espera este cronista para la entrevista pautada, intercambia algunas ideas sobre la radio, el fútbol, la música –sus amores y obsesiones– con sus ocasionales interlocutores. Basta ver el tiempo y la energía con que mantiene cada charla para darse cuenta de que no se trata de satisfacer cierto ritual protocolar, sino más bien de comprometerse genuinamente con cada diálogo, con cada cosa que tiene para decir. Es uno más, y a la vez alguien especial en esa localidad platense que alberga al Ruso desde el año pasado, cuando –bolso en mano– aterrizó en Radio Cantilo (FM 101.9) para hacer Radio ruido, todos los viernes y sábados a la medianoche, y Negros blancos tocando negras y blancas, los domingos a las 21. Muy lejos de las grandes luminarias, muy cerca de los espacios de libertad. “Este es un país donde hablamos de grieta, jugamos ideologías, pero no tenemos las necesidades básicas cubiertas. Eso me parece una de las cosas mas terribles y tremendas de todo lo que nos pasa como sociedad. No sobra la plata pero tampoco falta. Lo que sobran son los corruptos”, subraya Verea, en la entrevista a PáginaI12.
Desde el recordado Heavy Rock and Pop que capitaneaba con conocimiento de género en las medianoches radiofónicas de los noventa, el Ruso Verea pareció ser siempre una grieta dentro del sistema. De verba barrial y lúcida, tanto para hablar sobre música o sobre fútbol, el ex arquero de clubes del ascenso es una de esas voces que no tiene pelos en la lengua. Sin pretensión aleccionadora, pero fijando siempre una mirada nunca indiferente sobre la realidad, Verea conjuga sencillez y profundidad con la naturalidad de quien no obedece a ningún interés corporativo ni mucho menos empresarial. Tal vez esa independencia en el decir, en peligro de extinción en le periodismo deportivo, es la que hace que hoy haya tenido que refugiarse en la pantalla de Crónica TV para hablar de fútbol con Nos falta un jugador, el ciclo que se emite todos los domingos a las 13. “Había hecho un programa de fútbol en un canal provincial sobre el Argentino A y el B hace un tiempo, y los productores me llamaron porque había una posibilidad. Me preguntaron en qué lugares no trabajaría. Les dije varios. Me preguntaron qué me parecía Crónica TV y a mí me encantaba, por lo que representa a nivel popular. Y así surgió la idea de hacer un programa con 30 periodistas a razón de uno por equipo, para que todos estén representados”, cuenta.
–¿Cómo es conducir a un equipo de 30 periodistas deportivos sin “morir en el intento”?
–Es una aventura y un desafío. Estoy aprendiendo a conducir 32 personas, sin perder ritmo. En las discusiones, permito que sean jugosas y no aburridas, pero sin caer en donde habitualmente se aterriza en el fútbol: el griterío y la falta de respeto. Pedí que no seamos soberbios y que nos obliguemos a hablar mucho más de fútbol que de todo lo que lo rodea. Lo que pasa es que lo que rodea al fútbol tiene una injerencia decisiva sobre lo que pasa en el campo. A mí no me interesan los títulos sin chequear la información. La búsqueda permanente del título es una de las herramientas que más ha bastardeado al periodismo. Aún cuando los protagonistas y profesionales tengan actitudes que dejan mucho que desear, el periodismo nunca debe faltar el respeto ni caer en vulgaridades.
–En los últimos años se percibe cierta tendencia en la manera de ejercer el periodismo, principalmente en el deportivo, en donde la distancia entre el periodista y el protagonista se reduce a su mínima expresión.
–El amiguismo periodístico hizo estragos. Por eso no me enloquezco con que haya notas con protagonistas: por lo general, lo que recibimos de las entrevistas de fútbol es poco y nada. Ya sea por el amiguismo por el cual tenemos al aire al protagonista, entonces se le tiran puro centros, o porque si no sos amigo la nota no está. Estamos en un lugar de privilegio, como es Crónica, pero tampoco es un canal deportivo. Sabemos que es un canal en el que la placa tiene mayor preponderancia que cualquier otra cosa. Los canales deportivos sólo buscan el quilombo.
–¿En qué lo percibe?
–Arman discusiones sobre cosas que no hay que discutir. Tampoco estoy diciendo que todo tenga que ser una bajada de línea. A mí me interesa más discutir cómo juega el Independiente de Holan, o el Atlético del Cholo o el Sevilla de Sampaoli, que pasar horas gritándonos si fue penal o no, o que tal jugador se lleva mal con tal otro. Lo periférico y anecdótico le está ganando a lo relevante. También pasa que ante la alternativa del éxito no hay posibilidad para la discusión. El resultadismo se impuso a la reflexión.
–No solo en el fútbol.
–Está muy claro que hace más de 30 años en este país ganó un discurso. Los medios, que manejaron la hegemonía, tienen un único discurso. Los medios en la Argentina los manejan los poderosos. Obviamente, dejan jugar a algún discurso diferente. En el fútbol sería el de Diego Latorre, que es el que mejor comenta. En el país se impuso la idea de que el cómo no importa: lo único que importa es el resultado. Los medios forman infinidad de clones para replicar el discurso impuesto. Por eso hay canales en donde hay un señor que siempre se queda con la última palabra... Estaría bueno que ese señor nos explicara algunas cosas... Si uno no se acopla al discurso de los grandes medios, quedás afuera del “sistema”. Ni hablemos si te animás a generar un espacio contrario al hegemónico. Lo viví con Fútbol prohibido... Ojo: no me victimizo. Uno elige dónde estar y qué decir. Siempre supe los costos que tenía pararme en un lugar. Es muy complicado torcer el discurso mediático; hay un aleccionamiento continuo desde hace más de 30 años. El machaque es incesante. Están los “ganadores” y los “perdedores”. ¿Quién carajo me dice a mí quienes son los ganadores y quienes los perdedores? ¿Los dueños del micrófono? ¿Los que ostentan el poder?
–La tiranía interesada del “resultadismo”, que suele obturar discusiones.
–Por eso hay tanta bronca con el Barcelona de Guardiola, que ganó todo sin renunciar a la tenencia del balón y la belleza. En el Camp Nou la gente decora las paredes que tiran los jugadores. En Argentina, en cambio, dijimos que “la fiesta era la gente”. Mirá si será tramposo el fútbol argentino que la fiesta la manejan los ladrones. Avanzaron tanto los ladrones que ya están adentro de los clubes y de la política. Armaron una ONG, los avalamos políticamente, los usamos y dejamos que se rían de todos nosotros. Y así como critico al gobierno de Cristina que alabó a los barras bravas, en el reinado de Macri como presidente de Boca Di Zeo era rey de reyes. Estamos en un punto en el que la sociedad debe mirarse a sí misma y a los costados y decir basta. Pero no se trata de cambiar las cosas sólo en función de la riqueza, si tengo o no la moneda, que por supuesto es importante. Tan importante que también nos aleccionaron con el mundo del “si tenés, sos, y si no tenés no sos”. Así como el Flaco Menotti dijo que el futuro del fútbol está en el pasado, creo que el futuro del país también hay que buscarlo mirando hacia atrás.
–¿No es una mirada melancólica, anclada en esa idea de que todo tiempo pasado fue mejor?
–No tengo dudas de que el futuro nuestro está en el pasado. Argentina tenía el mejor sistema de salud pública del continente. ¡Había un Ramón Carrillo! La salud inglesa fue la versión contextualizada, mejorada y puesta en tiempo de la argentina. Mario Vargas Llosa decía, hace 50 años, que el volumen de producción de la cultura argentina era mayor que la francesa. La argentina era el país más alfabetizado del continente, con una educación pública ejemplar. Aunque mi mirada pueda ser leída como nostálgica o violinística, el futuro de la argentina está en el pasado. En el fútbol, que forma parte importante de nuestra cultura, por eso de que “se juega como se vive” y viceversa, hemos roto con la deportividad. Hicimos cosas vergonzosas en las máximas competencias. Los bidones, Cruz... A alguno que fue autor intelectual de esas trampas, ¡lo nombramos Secretario de deportes!
–La famosa “viveza criolla”, extendida a cualquier ámbito.
–Nos hicieron creer que la trampa es viveza. Hay que volver al pasado. En el barrio, el vivo era vivo; el tramposo, un hijo de puta. Tenemos responsabilidad los ciudadanos, los dirigentes y los medios en que esa cultura se haya instalado. No quiero ser más parte de este esquema. No quiero mas discursos conmovedores, sociabilizantes, para que después los bolsones me caigan llenos de dinero en los conventos. Tampoco quiero que nos enamoremos de los grandes ladrones de la Argentina. No podés llenarte la boca hablando de que tenés “equipo” y cuando asumís el poder decirnos que aprendés sobre la marcha... Uno sabía quiénes venían. Lo mínimo que te pido es el profesionalismo que me exigís a mí desde ese lugar de privilegio que te dio la vida, la familia, la capacidad o la suerte. Están subestimando a una gran parte de la población que no sabe qué carajo hacer, porque no los representan. No quiero más votar por descarte. Ahora, ante la alternativa de una convicción también tengo que darme cuenta de que otra vez hay que mirar a los costados para no repetir errores.
–Usted es un comunicador al que se lo reconoce por su ética a la hora de manejarse en los medios. ¿Cree que eso le cerró espacios?
–Puede ser, pero no la voy ni de perseguido. He tomado decisiones y me hago cargo de mi manera de pensar. También he cometido errores. Me he ido de algunos lugares apresuradamente.
–¿Por ejemplo?
–De radio Mitre, en el ’98. Había vivido una instancia de privilegio, me llevaron a un Mundial, formé parte de un grupo que tenia como compañeros a Jorge Valdano, a Roberto Fontanarrosa, a Horacio Pagani en otra etapa, a Ale Fantino en sus primeros pasos como conductor y relator.... Y cubriendo un Mundial. Había creado un personaje, “El chabón de la Bastilla”, a través del cual pude decir lo que quise. Y por una pelotudez ligada a la moneda me terminé yendo. Después hubo otras decisiones, ligadas a la manera de pensar el periodismo y la vida, de las que no me arrepiento. Pero ya está. Uno tiene que ser honesto consigo mismo. Me niego a aceptar que la cultura del entretenimiento arrase con todo. No todo tiene que ser alegría y felicidad. Tampoco creo que la vida sea el Canal Encuentro, la TV francesa o la BBC2.
–¿Cuál debería ser el rol de los medios, en este momento?
–El rol de los medios está roto porque son un factor de poder. Los medios fueron comprados por los poderosos. Desde ese lugar se mueven. Y uno tiene que elegir en qué lugar estar. Entre el “sí” y el “no” siempre está la decisión individual. Para mí, el rock es “no”; cuando es “sí”, es entretenimiento. ¿Está mal? No, para nada. No debe haber una banda en el mundo que juegue más el rol del entretenimiento que los Rolling Stones. (Keith) Richards dijo que antes a ellos lo manejaban la “mafia”, y un día decidieron que la “mafia” fueran ellos. Mick Jagger se reúne cada cuatro días, en plena gira, con los contadores. Como es Jagger, no hay problema. Ahora, si el Indio (Solari) maneja la cantina hacemos un quilombo bárbaro.
–¿Pero no hay casos en que los músicos también son productores?
–Sí, claro. En ese deterioro, tenemos que hacernos algunas preguntas: ¿los músicos son una suerte de “pastores” que deben guiar a las ovejas? ¿Las tenés que cuidar? Sí. Ahora, ¿hasta cuando podés cuidar al público si buena parte de tus seguidores tienen un desprecio por todo? ¿Cómo enfrentarme a un tipo que busca vivir en los cuatro días que rodean a un concierto lo que no vive en toda su vida? El barrabravismo atravesó a la sociedad argentina. ¡Qué alguien me explique la bandera en un show de rock! ¡Y además hay que nombrarlas porque si no se pudre! Esa idea de que “el espectáculo es la gente” hizo mucho mal, desvirtuó lo importante. Esa idea de protagonismo periférico excedió lo bueno que teníamos, que hizo que los artistas internacionales amen al público argentino. Ahora, cuando futbolizamos los conciertos –barrabravismo, tilinguería y snobismo de por medio–, perdimos. Que nos nos matemos de a decenas por show es un milagro. Una de las cosas más crueles que nos pasó es que República Cromañón tenía el nombre indicado. Y esto lo digo con el mayor respeto a todas las personas que quedaron ahí adentro. Los argentinos tenemos esa cosa de caminar sobre una cloaca, sabiendo que lo hacemos, y seguimos caminando como si nada. Eso sí: cuando se rompió un poco y metimos la pata nos hacemos los sorprendidos e indignados al grito de “¿cómo? ¿Hay mierda acá abajo? ¿Cómo puede ser?”. Y los medios, jugando con la idea del indignado, contribuyeron. En los medios está lleno de indignados de góndola.
–Y usted, cuando se para frente a un micrófono o una cámara, ¿qué se propone transmitir?
–Radio ruido es un viaje musical narrativo. Siempre fui aunador de grupos. Desde hace un tiempo en cada trabajo en el que me toca estar propongo, desde el primer día, que nos juntásemos a comer. A mí me interesa más el antes o el después que el aire, te diría. Así lo entendía cuando iba al colegio, más tarde cuando jugué al fútbol y ahora también en los medios. Por eso antes de cada programa nos juntamos a comer con la productora y la operadora. Hablamos de qué va el programa y pongo la música que traigo, que va del más rancio blues hasta el metal. Y el metal que tengo ganas de escuchar, no poner cualquiera por el simple hecho de ser metal. Porque eso ya lo viví en la última etapa de la Heavy..., donde terminé apretado con lo más extreno del metal porque Mario (Pergolini) empezó a abrir a las 9 de la mañana con Motorhead o Megadeath. Eso era un orgullo para nosotros, pero también un problema. Ahora trato de transmitir “vida”, que es lo que tengo ganas de hacer.
–¿Y esa manera de hacer radio no encuentra lugar en los grandes medios?
–Acá soy yo. Yo puedo caminar por la calle sin deberle cuentas a nadie. Eso me honra. No estoy disconforme. Hoy estoy tratado como pocas veces me trataron en los lugares de privilegio. Acá puedo hacer lo que tengo ganas. Siento que hay un momento en que te das cuentas que ya no tenés 30 años. Tuve la suerte de estar en muy buenos lugares, pero también conozco la dinámica diaria de esos espacios. A veces siento que lo único que buscan es el “antes”, no el “ahora” mío. Los medios ya no son de gente de los medios. Había apuestas. ¿Qué radio hoy se animaría a largar al aire a un tipo que trae sus propios discos? En la Rock and Pop vendíamos discos y shows, pero había un tipo como (Daniel) Grinbank detrás. Hoy los medios son del poder. ya no se piensan los medios desde el hecho artístico, sino pura y exclusivamente desde el aspecto económico. Fijate lo que pasó con Radio América, lo que pasa en Del Plata, o lo que ocurre en Vorterix... Hoy buscan más a funcionales que a capaces. Hoy se invocan todo el tiempo las vías de comunicación pero sólo se pasan aquellos mensajes que “sirven”. Y de los que “sirven”, es mucho más factible que amplifiquen al “imbécil” que al “inteligente”.
Te amo, te odio, dame más
Una de las cosas que más preocupan a Verea es el tema de la idolatría, la manera en que los argentinos y los medios se vinculan con aquellas personas de diferente ámbito a las que se admira. Esa relación “desbordada” con el ídolo, dice, forma parte constitutiva de la cultura argentina. “No puede ser que Bob Dylan camine por Nueva York y no pase nada más allá de lo lógico, que Keith Richards pueda hacer lo mismo por Oxford Street, y que aquí nuestros ídolos no puedan salir de su casa. Más allá de su delirio místico, su paranoia, o su ego, el Indio debe encerrarse en su casa e irse de vacaciones al exterior para alcanzar algo de paz. No puede ser que Diego (Maradona) no soporte que le agarren su hombro, y se ponga loco cada vez que pasa, porque está re podrido de que en vez de sacarnos una foto lo abrazamos como si fuera un sobrino. ¿Qué tenemos los argentinos con la idolatría? ¿En qué lugar nos ubicamos los argentinos ante la gente que admiramos? Hay algo bien de Charly: ‘Te amo, te odio, dame más’”.