Los Anticuarentena, como algunas de las sectas que le precedieron, alienta el suicidio colectivo. Jim Jones y su Templo del Pueblo, David Koresh y su Davidianos de la Rama o Joseph Kibweteere y su Iglesia del Movimiento de Restauración de los Diez Mandamientos de Dios pueden ser buenos ejemplos.
Jim Jones, a los 21 años, fundó en Indiana el Templo del Pueblo. En 1977 se radicó en Guyana, ahí creó Jonestown, una comunidad agrícola que, prometió, sería el Paraíso. Realmente, estaba lejos de serlo: cada quince días, ante el inevitable fin del mundo, Jones convocaba a las Noches Blancas y exigía que sus fieles simularan un suicidio masivo. El 18 de noviembre de 1978 dejó de ser un simulacro: 919 devotos, el 30% de ellos eran niños, bebieron cianuro potásico, un veneno que tarda entre cuatro y ocho horas en producir la muerte y durante ese tiempo provoca sufrimientos atroces. Jim Jones eligió un modo menos doloroso: se pegó un tiro en la cabeza.
David Koresh, en cambio, optó por el fuego. Abandonado por su madre cuando tenía 4 años, a su padre jamás lo conoció, alos 11 memorizaba el Nuevo Testamento completo, desde el Evangelio de San Mateo hasta el Apocalipsis de Juan. En 1981 se estableció en un rancho de Waco (Texas) junto a un nutrido grupo de fieles a quienes convenció de que debían prepararse para la inevitable llegada del Mal. El Mal llegó el 28 de febrero de 1993, personificado en policías del estado que rodearon el rancho. El 19 de abril se produjo el asalto definitivo. David Koresh anunció a sus fieles el advenimiento del Apocalipsis, dijo que debían suicidarse para arribar a un mundo mejor. Quemaron el rancho, cuando el fuego se apagó, la policía encontró 86 cuerpos calcinados, uno de ellos era el de David Koresh, 17 pertenecían a chicos y chicas menores de 10 años.
No se sabe si Joseph Kibweteere, un exsacerdote de Uganda, logró sus propósitos. Líder de la Iglesia del Movimiento de Restauración de los Diez Mandamientos de Dios, aseguraba que cuando llegase el fin del mundo, sólo los devotos a su iglesia podrían subir a un nuevo Arca de Noé que los trasladaría a la felicidad. El lunes 13 de marzo de 2000 los fieles recibieron un libro de oraciones, una caja de fósforos y una vela, para que su luz los guiara hacia el nuevo mundo. El jueves 16 compraron 70 canastas de Coca Cola, sacrificaron tres vacas y varios pollos, por la noche realizaron una comilona que terminó sobre el amanecer. El viernes 17 ingresaron al templo con las velas y los fósforos que les dieran cuatro días antes. El templo había sido bañado con litros y litros de nafta. Cuando llegó el momento de elevar al cielo la última plegaria, encendieron sus velas. El ambiente inundado de combustible y las llamas de cientos de velas originaron una colosal explosión. Se encontraron 408 cuerpos carbonizados, 78 pertenecían a niños y niñas, que acaso creyeron que estaban ingresando al Arca de Noé. No sé encontró el cadáver de Joseph Kibweteere, aún hay quienes asegurán que él sí logró subir al Arca.
Jim Jones, David Koresh y Joseph Kibweteere fueron tres personajes deplorables que mediante una prédica absurda, ajena al mínimo razonamiento, llevaron a la muerte a miles de personas. Los que integran la secta Anticuarentena se nutren del mismo discurso que caracterizaba a aquel trío de “iluminados”, pero son más cautelosos: no hablan de suicidios, aunque los alientan. Los infelices que se quitaron la vida como consecuencia de la llegada del Apocalipsis o porque alucinaban viajar al Paraíso engendraban su propio daño sin condenar a terceros. Por el contrario, los incautos que obedecen las consignas de los líderes de la secta Anticuarentena, no sólo caminan hacia sus muertes posibles, también provocan las de quienes inocentemente los rodean: el contagio de la covid-19 es exponencial, para entenderlo basta con observar los cadáveres acumulados en las fosas comunes de Estados Unidos, Ecuador o Brasil; los presidentes de esos países repudian la cuarentena. Por nuestras calles, esos atroces mandatarios cosechan entusiastas devotos, desde sagaces políticos que destilan el rencor de la derrota hasta estrafalarios economistas reciclados en epidemiólogos, sin olvidar la troupe de obedientes periodistas que, desde el insulto o desde los buenos modales, repiten, palabra a palabra, las mismas frases que les ordenan pronunciar sus severos patrones.
Un detalle a tener en cuenta: Jim Jones y David Koresh y tal vez Joseph Kibweteere se suicidaron junto a sus leales discípulos. Los políticos, economistas y periodistas que integran la secta Anticuarentena son algo menos éticos: mientras propugnan ganar las calles y ocupar plazas y parques, permanecen a buen recaudo en la seguridad de sus casas; al menos no se ha visto la cara de ninguno de ellos en las manifestaciones a las que con tanto clamor y fervor invitan.