Desde Río de Janeiro.La verdad es que mi país vive días monótonos, exhaustivamente monótonos. Hasta la tensión creciente que vivimos es totalmente previsible.
Sabemos todos, por ejemplo, que los exabruptos del presidente ultraderechista y desequilibrado irán superando su amenazadora agresividad. ¿Hasta cuándo?
Sabemos que la ausencia absoluta de un programa coordinado y eficaz para hacer frente a la más trágica crisis sanitaria de los últimos 120 años seguirá llevando vidas y vidas mientras el presidente seguirá oponiéndose a cualquier medida lógica. Sabemos que el gobierno a la deriva está naufragando el país.
El sábado se alcanzó un total de 498.440.contaminados por el covid-19. Y se supo que en las últimas 24 horas murieron 956 personas. En total, 28.834 vidas se fueron para siempre por la pandemia.
Sabemos que los números reales son muy superiores: falta testeo, faltan notificaciones confirmadas. Falta todo, esa es la verdad.
¿Y qué hace el presidente? Sigue despotricando contra medidas de aislamiento social y exige la inmediata vuelta "a la normalidad". El aprendiz de genocida insiste: quiere el pueblo en las calles.
La economía naufraga mientras Paulo Guedes, el economista mediocre cuya gloria única fue haber sido funcionario de Pinochet en la dictadura chilena, sigue perdido entre propuestas huecas y sinceridades abyectas. Dice, por ejemplo, que el gobierno debe ayudar a las grandes empresas para más adelante "ganar dinero", y que ayudar a pequeñas y medianas es "perder dinero".
Nos acostumbramos, con una pasividad inexplicable y obscena, a que en plena pandemia destrozadora de vidas no haya un ministro de Salud. Hay un general activo del Ejército como interino, y su única iniciativa ha sido esparcir colegas uniformados en puestos antes ocupados por médicos, investigadores y especialistas en salud pública.
Rompiendo esa monotonía asustadora, monótonamente asustadora, la corte suprema de Justicia empezó a investigar el esquema que se constituyó en uno de los pilares básicos de la elección del ultraderechista desequilibrado en 2018: la difusión abrumadora por las redes sociales de noticias falsas y acusaciones sin base, y que persiste bajo su mandato.
Persiste y se propaga, con ataques y amenazas de violencia inaudita a integrantes del Congreso, de la misma corte suprema, opositores y periodistas. O convocando marchas y manifestaciones callejeras para reivindicar un golpe militar.
La reacción de Bolsonaro ha sido explosiva. En la mañana del jueves, hablando a la prensa, vociferó un "¡se acabó, carajo!" al referirse a las iniciativas de la corte suprema. Y el diputado Eduardo, uno de sus tres hijos rabiosos que actúan en la política, fue explícito: dijo que ya no se trata de si habrá una ruptura del Ejecutivo n el congreso y el Poder Judicial , sino de cuándo.
La reacción de la corte suprema fue profundizar las investigaciones, extendiéndolas a gente muy cercana a Bolsonaro. Se busca comprobar lo sabido: que en la campaña electoral hubo distribución, clandestina e ilegal, de millones de dólares para financiar las redes sociales, y que esa distribución persiste ahora para ofender, agredir y amenazar opositores.
El esquema involucra Carlos, otro hijo rabioso, quien controla el llamado "gabinete del odio" instalado en el palacio presidencial.
Para concretar su sueño muchas veces explicitado de un auto-golpe que le propicie poderes absolutos, Bolsonaro necesitará apoyo entre los militares activos. Los retirados ya le aseguraron respaldo, anunciando inclusive el riesgo inminente de una "guerra civil". En términos prácticos y concretos, ese respaldo y nada son lo mismo.
Frente al escenario armado por el clan presidencial, ¿cuál la reacción de los cuarteles? Puro silencio.
Se insinuó a algunos periodistas de confianza que hay "cierto malestar" entre las fuerzas activas. Pero de declaraciones públicas, fundamentales para exponer su posición, nada.
Por estos días, mientras en mi país vidas humanas siguen siendo llevadas por doquier, una detallada crónica distribuida por la agencia británica de noticias Reuters rehizo todo lo que ocurrió en Brasil a partir de mediados de marzo, cuando la Organización Mundial de Salud declaró la pandemia.
En ese entonces el país tenía elaborado un programa coherente y concreto de combate y control de la situación. Pero el titular de la cartera, Luiz Henrique Mandella, tuvo que retroceder al ser presionado por los militares anidados en el palacio presidencial, cómplices de la actitud genocida de Bolsonaro.
El resto de la historia es conocido: Mandetta resistió mientras pudo, fue catapultado y todo su trabajo fue destartalado.
La destrucción voraz de mi país – el medioambiente, las artes, la cultura, las ciencias, las universidades, el sistema público de salud, todo, todo – es parte de esa tenebrosa monotonía.
La única certeza es que hoy ha sido peor que ayer y que mañana será peor que hoy. El pozo al que fuimos empujados no tiene fondo.
Y nadie hace nada. ¿Hasta cuándo?