Los paraísos deseados son siempre paraísos perdidos. No urge cambiar de sitio, sino de mirada. Es la realidad de un mundo torturado, mordido por el hambre, condenado a la noche perpetua. Solo nos queda por conquistar los infiernos conocidos: la pobreza extrema, las guerras, la diáspora de la inmigración, la hambruna del Tercer Mundo. Brecht aseguraba que, un día, también se cantará sobre los tiempos sombríos. Es la ocasión de darle la vuelta a nuestro ser, de remover los deseos grandes y minúsculos, de exhumar los tesoros escondidos que tanto vamos a necesitar cuando nos devuelvan las calles de una ciudad dormida sin ventilar.
En ocasiones los hombres encuentran su lugar en el mundo, convicciones que constituyen sus vidas. Diego Armando Maradona encontró su razón de "Ser" a través de la alegría de la gente, a través de las costuras raídas de una pelota hambrienta, desnutrida, cansada de tanta pobreza acumulada.
"Crecí en un barrio privado de Buenos Aires; privado de agua, de luz, de teléfono", ironizó en un medio español. En ocasiones el universo de las grandes estrellas es un gas inerte y vacío, vacuo de una realidad social que no les llega, que no les toca, que no la sufren, que no la asumen. Sin embargo para el ex capitán argentino es una obligación existencial saltarse los honores y bajar al llano: que fluya lo agudo, lo cáustico, como estrategia vital de una retórica de guerrilla necesitada en revelar los aspectos más sórdidos, absurdos, y abusivos de esa realidad social.
"Volvimos", dijo desde el "Balcón". Ese volver se incrustó como una paloma blanca en la noche de otros tiempos, en la noche de ayer, oscura, infame, indecente de tanta deuda misteriosa. Ese volver sacudió con fuerza el sistema nervioso de una memoria colectiva necesitada de emociones mundanas, necesitada del alarido ronco de los olvidados, de los hambrientos, de los invisibles.
Con Diego compartimos tres meses de vida en la espalda del mundo, en el Mundial Juvenil de Tokio de1979. De aquellos días me llevé su sencillez desbordante, la humildad enorme propia de los niños castigados por la pobreza, y la alegría de vivir siempre al borde de la sonrisa. También algunas perlas.
"Lanao, hijo de puta / la puta que parió". Recuerdo ese tsunami sonoro como si fuera hoy, ayer y siempre. En un Vélez-Boca de noche cerrada, 18.000 gargantas xeneizes interpretaron que mi codo se había posado violento sobre el rostro inerme del defensor central. Mientras la tribuna visitante del José Amalfitani, bramaba con inusitada violencia, Diego se me vino de frente con una sonrisa gigante que le daba vuelta por toda la cara, y me dijo: "Negro, dale las gracias a la hinchada, están saludando a tu vieja", y de inmediato, y ante mi asombro, se puso a agitar las dos manos jaleando e incitando a la tribuna para que el insulto fuera más alto, más fuerte, más estridente. Sin perder la sonrisa me siguió de reojo, mientras la tribuna obediente ante el reclamo del ídolo, explosionaba festivo más sonoro que nunca. En la platea local, el rostro pétreo de mi madre, pálido, rígido, enyesado, se arrugaba hacia los hombros en busca de un refugio temporal donde apaciguar la borrasca con el orgullo mal herido.
Así lo conocí, y así lo recuerdo. Volviendo, siempre volviendo, a ese islote profundo de niño grande alegre, agradecido, apacible y combativo. En la semblanza de toda desolación nos queda siempre la esperanza de amasar un mundo nuevo, un mundo mejor; como pájaros sin alas que aún recuerdan el vuelo buscando un lugar donde edificar el futuro, un espacio de crecimiento íntimo y colectivo, ahora que hemos aprendido a añorar las pequeñas virtudes de la vida corriente y las asombrosas conquistas cotidianas desde el desasosiego.
Dicen que han encontrado la vacuna Diego: ¿Cuál es?; otra forma de vivir.
(*) Ex futbolista de Vélez y campeón Mundial en Tokio 1979.