El Operativo se basa en impaciencias y angustias reales.

Es indesmentible que “la gente” está cansada. Que no se ve la escapatoria. Que se viene el invierno, aunque ya tampoco esté claro que eso favorezca la expansión del virus. Que las pymes y quienes viven del día a día están en la lona, por más que la ayuda gubernamental sea más justa y eficiente. Que las cifras de contagiados y muertos significan estadísticamente una ejemplaridad mundial favorable, pero que eso no alcanza para dejar de sufrir. Que las barriadas vulneradas antes que vulnerables (precisión semántica del colega Pancho Muñoz) sufren consecuencias no provocadas por ellas. Que la economía tiene índices de caída a ritmo portentoso. Que, aun cuando se alcance un arreglo por la deuda con los bonistas y el Fondo (o precisamente por eso), quedará saber con cuál programa económico se sale de esto, que agravó lo que estaba, sin que lo paguen los mismos de toda la vida.

Pero hay distingo entre esas mortificaciones, desafíos políticos e intelectuales, incertidumbres, y no advertir la ofensiva desestabilizadora.

La oposición carece, circunstancialmente, de cualquier referente creíble. Es un cambalache. Que lo sea no durará toda la vida. No encuentra lugar para desmarcarse, salvo por sus gorilas fanáticos. Y, si somos muy generosos, por esos cientos o pocos miles de frikis que escenifican un show de terraplanismo cuarenténico y que se sacuden el aburrimiento saliendo a la calle el fin de semana.

La tevé les hace la cobertura y puede preguntarse si eso es noticia. La tele es imagen, escándalo y traslado de indignación. Lo demás no interesa.

El periodismo militante anticuarentena ocupa el lugar central.

¿Qué hay detrás de este accionar de la propaganda mediática? ¿Ofrece alguna alternativa concreta que no sea representar que así no se puede seguir, en voz y escritos de sus sheriffs encolerizados?

Nada de eso. Solamente se trata de agujerear al Gobierno para que en el río revuelto se vea afectado “el populismo”. Después se verá, pero mientras tanto armonizan táctica.

Tal lo advertido por el sociólogo Daniel Rosso, sin ir más lejos construyen a CFK --ahora también invisible, dicen-- como el virus que Alberto no puede detener.

Y la denuncia de “infectadura” es el intento (patético) de colar algunos investigadores a la derecha de la pantalla, para mostrar que “la ciencia” también eleva su voz contra el autoritarismo venezolano.

En entrevista con la Agencia Paco Urondo, el escritor y ensayista Jorge Alemán remarcó que hay, a escala planetaria, una derecha que está cada vez más amalgamada con la ultraderecha. Que es muy difícil distinguir la frontera. Y que su rasgo coyuntural es oponerse a las cuarentenas.

Apunta que, si bien es un fenómeno mundial, el de Argentina es especialmente estúpido porque tiene unos representantes mediáticos cuasi psicóticos, que sugieren propuestas u observaciones delirantes.

Por supuesto, alude al ya histórico episodio del periodista que hizo uso de una vivencia personal a raíz del impedimento para ver a su sobrina recién nacida. Interroga cómo puede ocurrir semejante obscenidad en medio de centenares de miles de muertos. Y responde, como no puede ser de otra manera, que es francamente un insulto.

Alemán señala que podría establecerse una línea divisoria. Es entre las urgencias que tienen los gobiernos progresistas --para clasificarlos de algún modo-- por las exigencias formales y materiales de la cuarentena. Y la derecha, que quiere mandar a matar a los trabajadores porque ellos, después, se harán proteger como corresponde.

Sirve agregar que, de hecho, “ellos” ya están haciéndolo con amparo de razones momentáneamente ¿menos impúdicas?

¿Acaso no se corrobora que varias de las corporaciones más inmensas del país recurrieron al Estado para solventarse el pago de salarios?

¿No es veraz que algún “libertario” de la ultraortodoxia neoliberal, bajo el argumento de que lo solicitó su empleador y no él como empleado, quedó en las filas de los “planeros” que necesitan la ayuda del fisco?

Hay un caso muy interesante, demostrativo no sólo de cómo la derecha opera en bloque a través de sus falsedades, sino -- y sobre todo-- de la manera en que el propio Gobierno puede quedar pisando el palito.

El Presidente calificó como “ideas locas” las que presentan al Estado con intención de apropiarse empresas privadas.

Esa definición fue tomada cual respuesta a las declaraciones de la diputada Fernanda Vallejos, quien habló de que, a cambio del auxilio estatal, podría haber la compensación de participar accionariamente en las empresas socorridas.

Nada distinto al principio de acuerdo entre Lufthansa y el gobierno alemán, mediante el que éste, en canje por un aporte de 5700 millones de euros frente al escenario pandémico, tomaría una participación del 20 por ciento en la compañía aérea (más dos asientos estatales en la junta supervisadora).

El gobierno italiano, un tanto más allá, toma directamente el control de Alitalia tras haber destinado cerca de 600 millones de euros para mantener la aerolínea a flote, añadidos a 400 millones de un préstamo en diciembre último.

Y un tanto más acá, ¿qué sorpresa mentan si ya se dispone de acciones públicas en numerosas empresas, tras la estatización que siguió a la estafa de las Afjp?

La cuestión es que Vallejos nunca habló de que el Estado se quede con empresa alguna. Y que Alberto Fernández jamás le contestó a lo que Vallejos no dijo, sino a la interpretación efectuada por medios, trolls y adyacencias en torno de que el Estado avanzaría con la apropiación de empresas.

Todo, claro está, rumbo a ser Venezuela para terror de Susana Giménez.

Más luego, como es menester y como el Presidente no puede ni debe estar aclarando obviedades cada dos por tres, resultó la instalación de que, aproximadamente, marchamos hacia la Rusia comunista.

“Algo muy grave va a suceder en este pueblo”, el cuento de García Márquez, debería estar siempre a mano.

Y cuando el Presidente se calienta, como sucedió el sábado de la última conferencia de prensa en Olivos ante preguntas mal formuladas y sin datos precisos, lo acusan de ser el Dr. Jekyll y Mr. Hyde según sea el dialoguista o el cercado por el kirchnerismo.

Stevenson estará revolviéndose en la tumba, al saber del patético empleo metafórico que se hace de su creación literaria.

El escritor Rodolfo Rabanal, en la contratapa del jueves pasado en este diario, trazó ciertas reflexiones filosóficas con una sencillez que no abunda.

“Ignoramos cuál será nuestro comportamiento, pero si no se descubre un sentimiento tan poderoso y persistente como la codicia, de naturaleza exactamente opuesta, se vuelve difícil apostar a favor de la humanidad. Esta pandemia nos está demostrando que confundimos acumulación con felicidad, resignación acrítica con bienestar y autonomía digital con libertad”.

Nadie sabe qué es ser feliz, recuerda Rabanal citando a Jacques Lacan, a menos que la felicidad se defina en la triste versión de ser como todo el mundo.

En adaptación muy silvestre, muy aldeana y, con toda seguridad, muy irrespetuosa, Argentina no está siendo como buena parte del mundo.

Pandémicamente dicho, quienes gobiernan supieron aprovechar al diario del lunes.

No alcanza, pero no es poco.

Y que no es poco lo demuestra el Operativo No Aguanto Más.