Mientras millones de personas en todo el país toman las calles y alzan sus voces en respuesta al asesinato de George Floyd y al problema de la justicia desigual, escuché a muchas personas preguntar cómo podemos mantener ese impulso para conseguir un cambio real.
En última instancia, dependerá de una nueva generación de activistas diseñar las estrategias que mejor se adapten a estos tiempos. Pero creo que hay algunas lecciones básicas que surgen de las luchas del pasado que vale la pena recordar.
Primero, las oleadas de protestas en todo el país representan una frustración genuina y legítima por decádas de fracasos en los intentos de reformar las prácticas policiales y el todo el sistema de justicia penal en los Estados Unidos. La gran mayoría de los participantes han sido pacíficos, valientes, responsables e inspiradores. Merecen nuestro respeto y apoyo, no una condena, algo que la policía en ciudades como Camden y Flint han entendido de manera admirable.
Por otro lado, la pequeña minoría que ha recurrido a diversas formas de violencia, ya sea por enojo genuino o por mero oportunismo, está poniendo en riesgo a personas inocentes, agravando la situación de barrios que en general ya carecen de servicios e inversiones básicas y perjudicando a la causa en su conjunto. Hoy vi a una anciana negra llorando cuando la entrevistaban porque la única tienda de comestibles de su vecindario había sido destruida. Si la historia enseña algo, sabemos que esa tienda puede tardar años en volver. Así que no disculpemos la violencia, ni la racionalicemos, ni participemos en ella. Si queremos que nuestro sistema de justicia penal y la sociedad estadounidense en general operen con un código ético superior, entonces tenemos que modelar ese código nosotros mismos .
En segundo lugar, también escuché que algunos sugieren que el recurrente problema del prejuicio racial en nuestro sistema de justicia penal demuestra que solo las protestas y la acción directa pueden generar cambios, y que votar y participar en la política electoral es una pérdida de tiempo. No podría estar más en desacuerdo. El sentido de la protesta es aumentar la conciencia pública, poner de relieve la injusticia y poner incómodos a los poderes establecidos; de hecho, todo a lo largo de la historia estadounidense, el sistema político solo a prestado atención a las comunidades marginadas como respuesta a protestas y actos de desobediencia civil. Pero en última instancia, los reclamos tienen que traducirse en leyes específicas y prácticas institucionales y, en una democracia, eso solo sucede cuando elegimos funcionarios gubernamentales que respondan a nuestras demandas.
Más aun, es importante que comprendamos qué niveles de gobierno tienen el mayor impacto en nuestro sistema de justicia penal y en las prácticas policiales. Cuando pensamos en política, la mayoría de nosotros se enfoca solo en la presidencia y el gobierno federal. Y sí, deberíamos estar luchando para asegurarnos un presidente, un Congreso, un Departamento de Justicia y un poder judicial federal que realmente reconozca el corrosivo papel que juega el racismo en nuestra sociedad y quiera hacer algo al respecto. Pero los funcionarios electos que más importan en la reforma de los departamentos de policía y el sistema de justicia criminal son los que trabajan a nivel estatal y local..
Son los alcaldes y las autoridades locales los que designan a la mayoría de los jefes de policía y negocian acuerdos de negociación colectiva con los sindicatos de la policía. Son los fiscales de distrito y los fiscales estatales los que deciden si investigan o no y los que, en última instancia, acusan a los involucrados en mala conducta policial. Esas son todas posiciones elegidas. En algunos lugares, también se eligen juntas de revisión policial con el poder de controlar la conducta policial. Desafortunadamente, la participación de los votantes en estas elecciones locales suele ser lamentablemente baja, sobre todo entre los jóvenes, lo que es un absurdo dado el impacto directo que estas oficinas tienen en los asuntos de justicia social, sin mencionar el hecho de que a menudo se determina quién gana y quién pierde esos lugares por solo unos pocos miles, o incluso unos pocos cientos de votos.
Entonces, la conclusión es esta: si queremos lograr un cambio real, no tenemos que elegir entre protesta y política. Tenemos que hacer las dos cosas. Tenemos que movilizarnos para crear conciencia, y tenemos que organizar y emitir nuestro voto para asegurarnos de elegir a los candidatos que transformarán en hechos la reforma buscada.
Finalmente, cuanto más específicas sean nuestras demandas de reformas para la justicia y la policía, más difícil será para los que resulten electos hacer de voceros de la causa mientras duren las protestas para después volver a lo de siempre cuando hayan pasado. El contenido de esa agenda de reformas será diferente de acuerdo a las diferentes comunidades. Una gran ciudad puede necesitar un tipo de reformas; Una comunidad rural puede necesitar otra. Algunas agencias requerirán grandes cambios; otras cambios menores. Toda agencia de aplicación de la ley debe tener políticas claras, incluido un organismo independiente que lleve a cabo investigaciones de presuntas conductas indebidas. Las reformas a la medida de cada comunidad requerirán que los activistas y organizaciones locales investiguen y eduquen a sus vecinos sobre qué estrategias funcionan mejor.
Pero, como punto de partida, aquí hay un informe y un conjunto de herramientas desarrollado por la Conferencia de Liderazgo sobre Derechos Civiles y Humanos, basado lo realizado por el Grupo de Trabajo sobre Vigilancia del Siglo XXI que formé cuando estaba en la Casa Blanca. Y si estás interesado en tomar medidas concretas, también hemos creado un sitio especial en la Fundación Obama para colaborar con las organizaciones que han estado dando batalla a nivel local y nacional durante años.
Reconozco que estos últimos meses han sido duros y desalentadores: que el miedo, la tristeza, la incertidumbre y las dificultades de una pandemia se han visto agravados por el trágico recuerdo de que los prejuicios y la desigualdad aún forman gran parte de la vida estadounidense. Pero observar el creciente activismo de los jóvenes en las últimas semanas me da esperanzas. Si en el futuro, podemos canalizar nuestra justificada ira hacia una acción pacífica, sostenida y efectiva, entonces este momento puede ser un verdadero punto de inflexión en el largo viaje de nuestra nación hacia sus más altos ideales.
Pongámonos a trabajar.