Los saberes sobre el sistema inmunológico serán medulares hasta que alguno de los países centrales (o varios en simultáneo) comunique la noticia de la primera vacuna para covid-19, señala a Página/12 Gabriel Rabinovich, director del Laboratorio de Inmunopatología del Instituto de Biología y Medicina Experimental (Conicet), docente de la UBA y referencia en el área.
El experto detalla que, durante las primeras semanas de la pandemia fue clave el aporte de los virólogos e infectólogos para conocer las características del virus. Luego, resultó fundamental explorar su capacidad de propagación: así es como pasaron al primer plano la actividad de los epidemiólogos y sus modelos matemáticos, gráficos y curvas. Ahora, dice, llegó el turno de los inmunólogos para estudiar cómo responden las defensas del cuerpo humano toda vez que ingresa el agente infeccioso.
-¿Cómo reacciona el sistema inmune cuando ingresa el virus?
-Cuando ingresa el coronavirus se activan dos brazos generales de la respuesta inmunológica: la inmunidad innata y la adaptativa. La primera es la que todos los humanos tenemos, incluye a las células dendríticas, a los monocitos y macrófagos (fundamentales para comprender la tormenta de citoquina que causa la crisis en los pacientes), los neutrófilos y una serie de mediadores denominados interferones. Más allá de los nombres difíciles, son células y moléculas que durante las primeras fases de la infección se despiertan en conjunto y, por lo general, son suficientes para poder erradicar al patógeno de nuestro cuerpo. Me refiero a la gran mayoría de los casos en que las personas son asintomáticas, o bien, apenas registran la enfermedad. Se trata de individuos que cuentan con una buena inmunidad innata y no necesitan activar la adaptativa. El Sars CoV-2 entra a nuestro organismo a través de las vías nasofaríngeas y conquista, luego, el epitelio pulmonar. Halla a un receptor llamado ACE2, enzima convertidora de angiotensina, cuya secuencia genética les permite ingresar a las células.
-¿Esa es la única puerta de entrada del virus hacia los pulmones?
-Una de las grandes claves que explica la transmisibilidad de este virus es que existen otras puertas de entrada, otros receptores que faltan descubrir. Me temo que es un enigma que no es posible contestar aún. Una vez que ingresa, libera su material genético (ARN) y empieza a funcionar a expensas de nuestra propia maquinaria celular, es decir, sintetiza las proteínas que necesita para replicarse. Aquí es cuando el sistema de defensas advierte el quiebre del equilibrio en el organismo. Como decía, las primeras líneas de defensa son los mecanismos de inmunidad innata que detectan el peligro.
-¿Y entonces?
-Básicamente, es el turno de los linfocitos. Los de tipo “B” son los que producirán los anticuerpos que, por otra parte, son los que se miden en los test serológicos. Las células dendríticas extraen un pedacito del virus y lo trasladan hasta los ganglios linfáticos para presentárselo a nuestras defensas. Así es como se activa la inmunidad adaptativa. A diferencia de los anticuerpos que neutralizan (bloquean) las células epiteliales infectadas, los “T” las eliminan por completo. Habrá pacientes que, de acuerdo a su historia de infecciones con enfermedades previas, tenderán a generar una mayor respuesta inmunológica de anticuerpos, mientras que en otros será de linfocitos T. Por ello es que cuestiono el concepto de “pasaporte inmunológico” como credencial que han empezado a utilizar muchos países.
-¿Por qué?
-Porque hay pacientes que pueden no registrar anticuerpos frente a un determinado virus –es decir, no activar la rama de linfocitos B–, pero sí linfocitos T y haber erradicado al patógeno a través de esta vía. Hay individuos que, incluso, pueden haber eliminado al patógeno a partir de la inmunidad innata sin poner a funcionar la adaptativa. Afirmar que una persona tiene pasaporte inmunológico solo por el hecho de realizarse un test rápido que solo mide anticuerpos es, cuanto menos, insuficiente.
-Esa inmunidad que generan las personas, ¿tiene memoria? ¿Es posible reinfectarse con coronavirus?
-El tema de la reinfección hay que tomarla virus por virus, ya que cada uno representa una historia aparte. Necesitamos esperar bastante tiempo para analizar cómo perduran esos anticuerpos o esos linfocitos T para protegernos antes una eventual reinfección. La buena noticia es que, durante la última semana, se han publicado trabajos importantes que muestran que pacientes recuperados desarrollan una alta concentración de anticuerpos neutralizantes y linfocitos T de memoria. Esto quiere decir que cuando ingrese el Sars CoV-2 al cuerpo nuevamente, ya habrán aprendido a detectarlo y protegerlo con mayor efectividad. El asunto será examinar por cuánto tiempo perduran: con el Sars CoV-1 (el coronavirus de 2003) se ha visto que los pacientes desarrollan inmunidad por 14 años pero luego pueden reinfectarse. Se ha comprobado que algunos individuos que han tenido contacto con coronavirus anteriores podrían tener cierta protección frente a una infección grave causada por el actual, una reacción cruzada.
-El enfoque de la inmunoterapia activa que usted siempre propone para cáncer, ¿podría pensarse para coronavirus?
-Pensamos que es muy apropiado este enfoque para poder abordar coronavirus. Una de las características que tiene esta enfermedad es que en aquellos pacientes en que se manifiesta con mayor severidad se desarrolla una linfopenia, una disminución marcada en la cantidad de linfocitos que, cuando se produce y se detecta, sirve a los médicos como alerta de que esa persona difícilmente pueda recuperarse. Por eso, incrementar la respuesta inmunológica sería fundamental, pero a la ciencia se le presenta una contradicción en este punto.
-¿En qué sentido?
-Si bien para estos pacientes graves sería clave poder levantar sus defensas, son los propios linfocitos los que, por alguna razón, pese a estar disminuidos se activan de una manera tan agresiva que reclutan a los monocitos (glóbulos blancos que se transforman en macrófagos), producen la tormenta de citoquina cuya inflamación daña a los pulmones y ocasiona fallas multiorgánicas que culminan en la muerte. La gran pregunta es: ¿por qué, aproximadamente, el 90 por ciento de las personas se curan perfectamente como si el coronavirus fuera una gripe común y en el resto ello no sucede? ¿Podríamos predecir, en un futuro cercano, a qué pacientes hay que cuidar más? ¿Hay biomarcadores que nos sirvan como pistas?
-Mientras tanto, sigue la carrera para conseguir la vacuna.
-Cuando se diseña una vacuna lo primero que hay que pensar es en qué necesitan los pacientes. En este caso, defensas específicas para que reaccionen ante un microorganismo puntual como es el Sars CoV-2. Por ese motivo, es clave estudiar en profundidad el sistema inmunológico de las personas mientras se prolonga la enfermedad. Diferenciar cuáles de los mecanismos de respuesta nos benefician y cuáles nos perjudican. En base a todo ello, se selecciona el tipo de vacuna que se fabricará. Hay muchas clases disponibles: algunas tienen al virus inactivado, otras con el virus atenuado, unas que actúan sobre el ARN viral, o bien, están las que solo incorporan una proteína (en este caso la “S”, Spike). En cualquier caso, los científicos deberán evaluar seguridad y toxicidad (pruebas en animales y luego en pacientes), chequearán efectividad biológica y, por último, comenzarán a evaluar las posibilidades de escalar industrialmente al producto. Ante la pandemia, será fundamental producir miles de millones de dosis que sean capaces de perdurar en el tiempo, que sean seguras y accesibles a todo el mundo. Aunque muchas etapas se pueden saltear, lo cierto es que desarrollar una tecnología con esta complejidad lleva mucho tiempo. Pero si hay algo que no podemos dejar de pensar es que si existe una cura, que sea para todos y todas.