La expansión de la pandemia de la covid-19, especialmente en los barrios populares del gran Buenos Aires, requiere centralmente de la acción del Estado en todos sus niveles, pero sería imposible sin la participación activa de una multiplicidad de actores menos visibles pero igualmente significativos que confluyen en el territorio, suman voluntades, esfuerzos y recursos. Su ámbito natural de actuación son las capillas, las iglesias, los templos, los hogares para niños, los merenderos, los centros de recuperación de adicciones, las escuelas y los espacios para mujeres en situación de violencia, entre otros. Muchos de estos locales están hoy transformados en albergues para personas y familias que precisan ser aisladas y salir del hacinamiento.
Si bien la multiplicidad de estos actores en los barrios hace que la tarea colaborativa no siempre resulte coordinada y organizada, su presencia es imprescindible para alcanzar los propósitos de amenguar los efectos de la crisis. Todos y todas son efectores necesarios de la asistencia social y sin ellos tampoco el Estado podría alcanzar los objetivos tanto en materia sanitaria como en contención de la población afectada. Se trata de héroes anónimos para la opinión pública, no registrados en las crónicas periodísticas. Reconocidos sin embargo por aquellos que son sus directos beneficiados: los vecinos y las vecinas para quienes se trata de rostros familiares, cercanos y valorados por su atención y su capacidad solidaria.
A diferencia del 2001, cuando el llamado "Diálogo argentino" sirvió para organizar desde la superestructura institucional propuestas de salida para la crisis y acciones de asistencia social, en esta oportunidad, y salvando las distancias -aunque haya algunos factores que permitan la comparación con aquel momento-, las alianzas y la actitud colaborativa ha sido mucho más espontánea y surgida desde abajo, desde el territorio. Se puede decir que durante el tiempo transcurrido desde 2001 y dada la persistencia de carencias estructurales, el país ha ido desarrollando toda una red de contención en materia social y, como parte de ello, muchos actores de diverso orden y proveniencia adquirieron capacidades y habilidades para la contención, el acompañamiento y la ayuda de las poblaciones más vulneradas.
Las crónicas periodísticas dan cuenta de que, durante la cuarentena, Alberto Fernández mantuvo reuniones con sacerdotes católicos que trabajan en medios populares, pero también con pastores de iglesias evangélicas y con referentes sociales de villas de emergencia. Como parte de su estilo de gestión el Presidente habilitó el diálogo directo con muchos interlocutores de base, a quienes quiere escuchar y en quienes registra capacidad para actuar en temas cruciales. Pero al margen de la disposición presidencial lo que existe es el reconocimiento de que los convocados son actores protagónicos e indispensables del momento, sin los cuales sería imposible no solo atender las necesidades más urgentes, sino también tener un pulso más exacto de la situación.
Dentro de ese grupo sigue siendo importante la presencia de ministros, ministras, animadores y animadoras religiosas. Dicho así para no caer en el error de decir que se trata solamente de curas, para referir a sacerdotes católicos. En primer lugar porque en torno a los curas -que sí tienen un protagonismo muy grande- hay un número no menos significativo de los llamados agentes pastorales (mujeres, jóvenes, voluntarios, etc.) que se organizan en torno a las capillas y parroquias que pululan en los barrios. Pero también, y si bien no hay una estadística precisa, porque en el Gran Buenos Aires hay por lo menos cinco mil templos evangélicos de distintas denominaciones, que con sus pastores y pastoras a la cabeza, prestan también asistencia social.
La tarea de unos y otros tiene como origen el acompañamiento espiritual de la comunidad, pero desarrollan al mismo tiempo una labor social que trasciende los límites de lo estrictamente religioso. Colaboran con el Estado en la logística, distribuyen alimentos -los que acerca del Estado y otros que obtienen por sus propios medios-, pero además ayudan en la resolución de los problemas cotidianos que los vecinos sufren desde hace muchos años como resultado de la pobreza estructural. Y también han ayudado a mantener la cuarentena en lugares donde es difícil sostenerla por condiciones habitacionales sumamente desfavorables.
Son actores imprescindibles, colaboradores indispensables del Estado, sin los cuales la cobertura social de la emergencia nunca podría alcanzar sus propósitos.