Desde Nueva York
Donald Trump prometió represión y comenzó a cumplir anoche, frente a la propia Casa Blanca. Después de un fin de semana de manifestaciones en todo el país, el presidente retomó la iniciativa y organizó tres eventos. El primero fue una teleconferencia con gobernadores a los que calificó de blandos. Luego dio una conferencia de prensa en el jardín de rosas del palacio presidencial donde anunció abiertamente que iba a reprimir. Y, finalmente, ordenó a un ejército variopinto que iba de guardaparques a la Guardia Nacional y varios cuerpos de policía locales que despejaran el parque frente a la residencia. Cuando los policías terminaron de tirar gases lacrimógenos y balas de goma y arrestar a manifestantes que protestaban de forma pacífica, Trump posó con una Biblia en la mano en una iglesia cercana. Sonreía, contento con su política de orden.
Las noches terminan en llamas en las principales ciudades de Estados Unidos. La secuencia se da, con sus variaciones locales, más o menos del mismo modo: una manifestación que comienza pacífica, acechada por una policía altamente militarizada, termina en represión. La tensión es palpable, y más allá de que se habla de infiltrados instigadores a la violencia, también hay un ida y vuelta entre el enojo del pueblo y una policía en actitud provocadora. En cuestión de horas, ya es moneda corriente que se pase de las consignas a paso lento, a los incendios de tachos de basura y saqueos. Con esto, viene la represión brutal con cachiporras, gas lacrimógeno y balas de goma. Se pide justicia y al reclamo en contra de la violencia policial, se responde con más violencia policial.
El estallido social, iniciado luego de que un policía asesinara al ciudadano afroamericano George Floyd, sucede en el contexto de una de las peores crisis económicas de la historia estadounidense, con una taza de desempleo que podría superar a la de gran depresión cuando den los próximos números oficiales. 40 millones de ciudadanos han aplicado al seguro de desempleo durante la pandemia. Según la oficina federal de estadísticas del departamento de trabajo, en todos los grupos etarios el porcentaje de afroamericanos que aplicaron al seguro de desempleo en 2020 duplica al de los blancos. La crisis económica y sanitaria afecta desproporcionadamente a las poblaciones de color, especialmente a los afroamericanos, entre quienes se encuentra un gran número de trabajadores esenciales. Esta desigualdad estructural es la verdadera violencia.
Ningún toque de queda, ni siquiera en Washington D.C., pudo frenar la ira. El domingo se vio una escena insólita, las luces exteriores que iluminan la Casa Blanca, se apagaron, dejándola a oscuras, lo cual contrastó con los fuegos exteriores de los manifestantes. La foto es ciertamente gráfica, una casa de gobierno fundida a negro.
La mañana del lunes, después del sexto día consecutivo de protestas, Estados Unidos amaneció con las primeras reacciones del presidente Donald Trump en Twitter. “La ley y el orden”, se leyó en mayúsculas, frase que repitió en su conferencia de prensa por la tarde. Vale la pena recordar que dicha retórica fue utilizada como estrategia republicana para captar el voto blanco racista, durante el movimiento por los derechos civiles en la década del sesenta. Todo lo pronunciado por el presidente de los Estados Unidos constituye un guiño, a la vez que una provocación.
Uno de los debates principales tiene que ver con los destrozos. Desde una de las líneas demócratas más críticas al gobierno de Donald Trump encarnada por a Alexandria Ocasio-Cortez, congresista nacional representante de Queens, se sostiene que la virulencia de los reclamos responde a la violencia sistémica. Mientras tanto, el presidente insta a los gobernadores a usar la fuerza “tienen que dominar o van a quedar como unos estúpidos, tienen que arrestar y enjuiciar a las personas”, dijo en una conversación telefónica desde el subsuelo de la Casa Blanca, según una grabación de audio obtenida por la CNN. Más tarde, en conferencia de prensa, insistió sobre este punto: “estoy enviando miles y miles de soldados fuertemente armados, personal militar, y agentes para cumplimiento de la ley para frenar los disturbios, los saqueos, el vandalismo, los asaltos, y la absurda destrucción de la propiedad”.
Varios gobernadores se refirieron tanto a la llamada, como a la conferencia de prensa. Gretchen Whitmer, gobernadora de Michigan por el partido Demócrata, dijo que la conversación telefónica fue altamente perturbadora, y agregó que, en lugar de ofrecer apoyo, el presidente atacó a los gobernadores. Incluso el republicano Charlie Baker, gobernador de Massachussets, se mostró en descontento con el presidente “Durante las últimas semanas, cuando el país necesitó compasión y liderazgo, esto no existió, solo recibimos amargura, una actitud combativa y egoísmo”, dijo en conferencia de prensa en Boston.
Hasta representantes de la iglesia se manifiestan en contra de la actitud del presidente. La obispa de la Diócesis Episcopal de Washington, Mariann Edgar Budde, declaró a la CNN “el presidente usó la Biblia y una de las iglesias de mi diócesis sin permiso como fondo de utilería para un mensaje antiético (…) estoy indignada”. Se refería a la última imagen pública del Donald Trump el lunes, luego de que los oficiales sacaran de su paso a manifestantes pacíficos con gases lacrimógenos y balas de goma, para que él pudiera sacarse fotos frente a la iglesia de St. John’s.
Llega la noche y los helicópteros sobrevuelan bajo la ciudad de Nueva York, es una imagen recurrente estos días a lo largo del país, indican que empiezan las corridas. Si bien hay toque de queda, como en casi la mitad de los estados, esto no pareciera un impedimento para que los manifestantes sigan en su pedido desesperado de justicia.