Un informe de la UCA reveló que el 98% de la sociedad apoya total o parcialmente el aislamiento social
y obligatorio. La Organización Panamericana de la Salud alertó
sobre la situación en la región y su directora, Carissa Etienne, aseguró que es el “epicentro mundial de la pandemia”. A pesar de que la abrumadora mayoría de la población está de acuerdo con esta realidad de excepción y, más allá de las recomendaciones de los organismos internacionales, grupos minoritarios de personas se manifestaron en las calles durante los últimos días. Algunos desde sus autos, otros a pie, quebraron el pacto normativo (pero también el acuerdo tácito de solidaridad social) para solicitarle al gobierno un golpe de timón y el fin de la cuarentena. Argumentaban que la medida era “un castigo”, un mero capricho, una decisión arbitraria. Lo que no tuvieron en cuenta es que cuanto menos se respete el confinamiento, más se tardará en flexibilizar y avanzar de fase.
“OMS genocida”, “5G”, “antivacunas”, son los títulos de algunos de los carteles que se alzaron. Incluso, también hubo tiempo para declaraciones extravagantes, de una irracionalidad que roza lo perverso. Uno, sin escrúpulos y con la cara inmutable, llegó a afirmar que el virus no existía, que era una fábula, que la gente no muere de a centenas ni en Latinoamérica ni en ninguna parte del mundo. Que algo nos están escondiendo, que todos estamos participando de un engaño brutal. Black Mirror ha calado profundo: ciencia y ficción intercambian posiciones sin tapujos. Las teorías conspirativas se reciclan. Las ideas sobrenaturales prenden con facilidad cuando la información que circula por los medios masivos, en su mayoría, es chatarra. Las fakes news en un escenario de pandemia globalizada –infodemia, según la OMS– condimentan esta situación. En el reclamo se percibía rabia acumulada, fenómeno que corresponderá explorar a algún antropólogo, sociólogo o psicólogo social
(si es que algún profesional se atreve a tremenda odisea).
Desde el comienzo, y como artimaña, los portavoces del mercado decretaron una falsa dicotomía entre cuidar la salud y proteger la economía. Como si fuera posible una economía sin gente, como si la solución a todo esto fuera levantar las restricciones y que se muera quien se tenga que morir. Se ha visto, con números irrefutables, que los jefes de Estado que optaron por esta alternativa fueron los que más fallecimientos tuvieron que lamentar. Suecia, Reino Unido, EEUU. Ahora Brasil. ¿Qué nos queda para los próximos meses?
El ejercicio prospectivo siempre fue difícil. Más aún en un contexto tan irregular, sinuoso, como el que toca. No obstante, es posible hacer un esfuerzo de acuerdo a las pistas que entrega el presente.
En materia de ciencia y tecnología, será cuestión de enfocarse en tres ejes.
El primero tiene que como protagonistas a las grandes potencias mundiales y sus farmacéuticas, que desde hace meses se embarcaron en la competencia por obtener la vacuna.
Esta es una carrera que solo están en condiciones de correr las corporaciones de EEUU, China, Alemania, Francia
y, tal vez, Israel (nación que destina un alto porcentaje de su PBI a CyT). Son varias las que iniciaron los ensayos clínicos en humanos y, aunque todas se apresuran a colgarse las medallas y convertirse en la primera en salvar al planeta de la pandemia inaugural del siglo XXI, hay que tener bien presente que diseñar una tecnología de esta complejidad lleva tiempo. Aunque anuncien resultados parciales este año, lo más seguro es que las noticias lleguen recién a mediados de 2021.
El segundo refiere al esquema de diversos fármacos que, siendo utilizados en el pasado para otras afecciones, podrían servir para impedir el avance del Sars CoV-2 una vez que ingresa a los organismos y utiliza la maquinaria celular de los humanos en su favor. La hidroxicloroquina
–aquella empleada para la malaria, en la que Trump depositaba todas sus esperanzas–, por ejemplo, ya ha sido descartada por su alta tasa de mortalidad. El remdesivir, antes empleado para Ébola, parece reducir el tiempo de recuperación en los pacientes pero aún se halla bajo la lupa científica. En cuanto a los tratamientos, el plasma del convaleciente (que los anticuerpos de los curados de coronavirus sirvan para los infectados graves) aparenta brindar buenos resultados. Pero todo está por verse. A ese paisaje de drogas y tratamientos habrá que prestarle atención. Las transformaciones se suceden a gran velocidad. En efecto, aquellas que hoy se edifican como soluciones pueden dejar de serlo mañana y viceversa. La ciencia es un proceso de ensayo y error que trabaja con verdades transitorias. Conocer esto será esencial.
El tercero se relaciona con los testeos y el aislamiento
como estrategias de monitoreo y control.
En este punto, Argentina ha realizado un buen trabajo hasta el momento: sus científicos han diseñado tests autóctonos (serológicos pero también con sensibilidad mayor a las PCR tradicionales) con el objetivo de abaratar costos de producción respecto de los importados. La ciencia y la tecnología suponen excelentes vías de entrada para la soberanía. En este campo también seguirán las buenas noticias. Nuestros investigadores e investigadoras siguen trabajando para que sus conocimientos puedan aplicarse al hallazgo de nuevas soluciones. El saber al servicio de políticas públicas cada vez más ajustadas a las necesidades de la gente. Ciencia que ayuda a la gente aunque cierta gente ni siquiera se entere.
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